Desde 2015, año en que se promulgó la Ley 27.100, todos los humoristas argentinos tienen su día el 26 de noviembre. Una fecha elegida por el natalicio del humorista gráfico y escritor rosarino, Roberto Fontanarrosa. Creador de míticos personajes que quedarán en la memoria de los argentinos, Fontanarrosa supo, a través del humor y el lenguaje, conjugar la cultura y lo popular.
La obra de Fontanarrosa es también una buena síntesis entre humor y literatura. Quizás la mayor expresión de esta alquimia fue su participación en 2004 del III Congreso de la Lengua Española, espacio de mayor legitimidad en lo que respecta a la lengua escrita y hablada, donde se hizo célebre su discurso sobre el uso de las malas palabras. Su histórica y brillante exposición en defensa de las mismas estuvo cargada de tales dosis de humor que los lingüistas y académicos participantes no pudieron ocultar ni contener sus carcajadas. “¿Por qué son malas las malas palabras?”, se preguntaba en aquel entonces Fontanarrosa, “¿Qué actitud tienen?, ¿les pegan a las otras palabras?, ¿son de mala calidad?, y cuando uno las pronuncia, ¿se deterioran?”, provocaba durante el Congreso.
Valga también el recuerdo de aquella audaz iniciativa de promoción de la lectura “Cuando lees, ganas siempre”, que impulsó el hoy diputado nacional, Daniel Filmus, desde el entonces Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología en el año 2003. Quizás otras de las causalidades o casualidades de la vida y obra de Fontanarrosa fue haber inaugurado con un cuento suyo aquella campaña impulsada en los partidos de fútbol, a través de la cual los cuentos entraron a los estadios. La cartera educativa nacional dio el puntapié inicial con una obra, entre otras, del escritor y humorista gráfico rosarino, “El loco Cansino”. Además del cuento futbolero de Fontanarrosa, otros célebres cuentos formaron parte de la iniciativa, “El penal más largo del mundo”, de Osvaldo Soriano, “La gloria de ser difícil”, de Juan Sasturain, y relatos de Osvaldo Bayer, Eduardo Galeano, Ariel Scher, Liliana Heker, Quino y Caloi, seguían la lista.
En su artículo “Semblanzas deportivas: humor, deporte y horror en Fontanarrosa”, el escritor y dramaturgo Cristián Palacios describe al humorista rosarino como un autor que aborda temáticas, géneros y problemas inherentes a la cultura popular de los pueblos latinoamericanos, hecho que lo convirtió en un ídolo de masas. Según Palacios, ha sabido unir con éxito lo popular por antonomasia y lo culto por excelencia, es decir, creó una fórmula magistral, única e incomparable, entre fútbol y literatura por un lado y cultura popular y cultura letrada por el otro.
En su faceta de humorista gráfico, entre su enorme producción existen dos personajes que forman parte de la vida argentina: Inodoro Pereyra, el renegau, un gaucho que se rebela a todo secundado por su perro Mendieta, y Boogie el aceitoso, un mercenario despiadado de origen estadounidense, veterano de la Guerra de Vietnam y experto en el uso de todo tipo de armas. A través de la sátira, el ingenio, los juegos de palabras y las ironías, sus producciones de humor gráfico se han convertido en verdaderas obras maestras.
Humor y política: la popularidad de un género con historia y presente
A lo largo de la historia, el humor se manifestó en múltiples géneros y formatos. Recorre desde obras de autores clásicos y contemporáneos hasta el folclore de cada pueblo, y el universo de la política no quedó al margen de su encanto. Por ello, artistas de todos los tiempos han empleado el humor para parodiar, criticar o combatir también a los gobernantes. A su vez, el humor ha sido, desde los orígenes de la gráfica, un anabólico ideal para generar un mayor acercamiento de los lectores al mundo escrito.
“El humor puede ser utilizado como una estrategia de resistencia no violenta a la opresión y la dictadura, además, es una valiosa herramienta para los individuos en situaciones extremas y esto ha sido documentado, desde los judíos en los campos de concentración hasta los prisioneros de guerra estadounidenses en Vietnam”, señaló Tomás Várnagy en una entrevista realizada por el suplemento Educación.
Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y autor de “Proletarios de todos los países... ¡Perdonadnos!” o sobre el humor político clandestino en los regímenes de tipo soviético y el papel deslegitimador del chiste en Europa central y oriental (1917-1991), Várnagy expresó: “El humor también sirve para romper con el aislamiento y crear una solidaridad e identidad grupal que sirve para lograr cambios sociales. Bertold Brecht afirmaba que no se debe combatir a los dictadores sino ridiculizarlos”. Esta comunión e identidad colectiva es la que genera un vínculo fuerte entre el humor y las comunidades.
En Argentina, existe una rica y larga tradición del humor en la prensa escrita. Desde la aparición de los periódicos satíricos “El Mosquito” en 1863 y “Don Quijote” en 1883, el género fue encontrando lugar a través del tiempo en diferentes publicaciones: durante el radicalismo (“Caras y Caretas”), la década infame (“Cascabel”), el peronismo (“Alpargatas Humorísticas”, “Pica-Pica”, “Descamisada”, “Mundo Peronista”), los gobiernos de Illía, Onganía y Frondizi (“Tía Vicenta”), la dictadura y la primavera alfonsinista (“Humor”), y la actualidad (“Barcelona”). Con sus particularidades y puntos en común, estas publicaciones han marcado lo mejor de la tradición del humor gráfico en nuestro país y sentaron las bases que inspiran a los autores del presente.
“Donde hay política, hay humor”, dijo alguna vez Tomás Sanz, uno de los dibujantes de la mítica revista “Humor”. Sin embargo, y pese a esta afirmación que la historia argentina parece confirmar, lo cierto es que no resulta nada fácil dar cuenta de las relaciones y entramados que se producen entre el humor (ya sea en sus géneros gráficos de sátira y caricatura política, o en sus formatos televisivos), la política y la comunidad.
Si bien es difícil determinar de qué modo ese humor es leído o interpretado, se puede establecer una relación directa entre la circulación de esas producciones culturales y sus audiencias. Sin duda, el humor como gesto creativo tiene un potencial enorme en la conexión con la realidad que representa, y eso lo coloca del lado de lo popular y, muchas veces, lo masivo. Es por ello que se transforma en una herramienta inmejorable como puerta de entrada a la lectura.
Una vuelta hacia el futuro
Sin duda, las nuevas tecnologías han redimensionado los espacios para el humor y los formatos de producción del género. Los nuevos soportes y la explosión de las redes sociales han abierto un nuevo mundo para la propagación de múltiples narrativas (texto, imágenes y videos) que ridiculizan la realidad a través de los memes y la crítica.
De esta manera, la palabra escrita convive y se la rebusca para sobrevivir con el nuevo mundo digital, que intenta no perder la instancia de la picardía y la capacidad de escucha para interpretar la realidad, recuperando lo mejor de la tradición humorística de autores de la talla de Fontanarrosa.
Quizás ésta sea la clave para que el humor y la escritura sigan haciendo camino, más allá del soporte tecnológico en el que se apoyen, estimulando el espíritu lector y generando la posibilidad de que las nuevas generaciones no se pierdan la oportunidad de conocer a Inodoro Pereyra o Mafalda. Y la escuela puede ser un ámbito ideal para estos redescubrimientos que, cada día, pueden convertirse en una buena invitación a que sigamos leyendo.
Tras los pasos de Fontanarrosa
Roberto “El Negro” Fontanarrosa nació en Rosario el 26 de noviembre de 1944. En su homenaje, esa fecha se convirtió en Argentina, desde el año 2015, en el Día Nacional del Humorista.
En su versión de humorista gráfico, Fontanarrosa fue el autor de personajes inmortales como Boogie el Aceitoso, Inodoro Pereyra y el perro Mendieta, además de ser el padre de incontables historias sobre fútbol o la vida cotidiana.
Fue, además, un escritor prolífico. Publicó numerosos cuentos, tres novelas y compilaciones de crónicas deportivas. A través de sus textos mostró la genialidad de un escritor capaz de manejar con destreza gran diversidad de estilos. Muchos de sus cuentos fueron convertidos en obras de teatro, fílmicas o televisivas.
Fontanarrosa fue distinguido con múltiples premios, entre ellos, el Premio Konex en 1992 y el Premio Konex de Platino en 1994. En 2006, el Senado le otorgó la Mención de Honor “Domingo Faustino Sarmiento” por su aporte a la cultura argentina.
Con 62 años, el genial y querido humorista rosarino falleció en su ciudad natal, el 19 de julio de 2007.