El 21 de agosto de 1973, Rodolfo Puiggrós creaba el Instituto del Tercer Mundo en la Universidad de Buenos Aires y lo denominó Manuel Ugarte “en homenaje al desaparecido intelectual argentino, ‘injustamente olvidado’, que dedicó su vida a crear una
conciencia latinoamericana, mediante una activa militancia que lo identificó con los sectores oprimidos y los trabajadores de todo el continente, quedando testimonio de ello en su esclarecedora obra literaria”.
Sostenía en los considerandos de la resolución 244 del Rector Interventor Puiggrós la importancia del Instituto recordando que “el primer gobierno peronista realizó una extraordinaria tarea tendiente a la unificación de nuestros países latinoamericanos… que junto a Latinoamérica se encuentran hoy en las mismas luchas los pueblos de África y Asia que, en conjunto, integran el llamado Tercer
Mundo y equivalen a las dos terceras partes de la humanidad”.
Dicho Instituto debía: 1. Realizar estudios e investigaciones sobre las realidades históricas, culturales, políticas, sociales y económicas de los pueblos del Tercer Mundo. 2. Crear canales fluidos de comunicación o información recíproca con losmovimientos nacionales de liberación del Tercer Mundo. 3. Difundir dentro del país la información que se obtuviere sobre los distintos aspectos de la historia, la cultura, la política y la realidad social y económica de los pueblos del Tercer Mundo. 4. Difundir en los países del Tercer Mundo la realidad histórica, cultural, política social y económica de la República Argentina, así como su lucha por la liberación.
5. Realizar las publicaciones que fueran necesarias para lograr el mejor cumplimiento de esos objetivos.
6. Patrocinar seminarios, cursos, conferencias y encuentros vinculados a la materia, así como costear becas y viajes de estudio en la medida se sus posibilidades”.
Puiggrós murió en Cuba el 12 de noviembre de 1980 desde donde fue trasladado a México donde estaba asilado (expatriado) por segunda vez diría Manuel Ugarte en su libro El dolor deescribir. México, un país de histórica tradición de asilo donde llegamos a esa tierra generosa en los años setenta, miles de argentinos, chilenos, uruguayos, nicaragüenses, salvadoreños o paraguayos fundamentalmente.
El libro de Ugarte, El dolor de escribir, fue escrito en 1932 nos relata su prologuista Miguel Unamuno, pero fue publicado un año después por la Compañía Iberoamericana de Publicaciones de Madrid pocos meses antes de estallar la Guerra Civil Española y “se hundió antes de atravesar el Océano, en el remolino sangriento de la Península”.
En noviembre de 1951, regresó a Buenos Aires según nos dice porque: “No he pertenecido nunca al bando de los adulones y si hago ahora esta afirmación, si he vuelto especialmente de Europa a votar por Perón, es porque tengo la certidumbre absoluta de que alrededor de él debemos agruparnos, en momentos difíciles que atraviesa el mundo, todos los buenos argentinos”.
Nos dejó, entre todas sus enseñanzas, un pensamiento para las generaciones venideras que seguimos enseñando: “Tengo la convicción de que en todo momento he servido a los intereses argentinos y los ideales de Iberoamérica porque hasta con la ausencia y con los silencios mantuve el derrotero que los gobernantes habían olvidado. Que las nuevas generaciones, sin dejarse intimidar, eleven al punto de mira, aprendiendo a ser grandes en la vida y en la muerte (…) he querido decir a mis compatriotas estas palabras antes de morir y entiéndase que mis compatriotas son todos los habitantes de América Latina”.
Unamuno nos recuerda en su prólogo al Dolor de escribir que el intelectual no puede desasirse del político, y que la angustia, el tormento, la pesadumbre el desconsuelo por lo cual el gozo de la escritura es un calvario.
Nosotros recordamos del peligroso oficio de escribir que nos enseñó Rodolfo Walsh antes de ser asesinado.
El dolor de desaprender
Para quienes nacimos a fines de los años cuarenta, tenemos el recuerdo de haber tapado con figuritas la cara de Perón y Evita en los textos escolares en 1955 en el jardín de infantes y recordamos que todo lo que nos enseñaron eran textos que vilipendiaban todo lo nacional y homenajeaban a los pensadores europeos. Ni nos habíamos enterado de los fusilamientos, las cárceles, las proscripciones o
prohibiciones que sucedieron después del golpe militar.
Nos habían ocultado todo y crecimos en el antiperonismo y la mirada europeística pensando desde otro lugar, desconociendo a Nuestra América o la Patria Grande y fuimos educados bajo el total colonialismo pedagógico y cultural. Tuvimos a lo largo de la vida que desaprender las categorías que nos impusieron para mirar nuestra realidad. Kusch nos planteaba que la objetividad depende en gran medida del sujeto, y por lo tanto la objetividad “no hace sino cumplir con el modo de ver que tiene el sujeto”.
Es así que para el autor es un “problema categorial” o sea desde dónde pensamos y las categorías que utilizamos. Concluye que no se trata de haber visto sino del “modo de ver” la realidad. Se trata entonces de invertir la relación, en vez de ir del “pensamiento a la realidad”, hay que penetrar la realidad y luego inferir lo que hay que hacer. Y así lo hicimos quienes estudiábamos Ciencias Sociales y
estudiábamos para transformar la realidad. Para ello, al decir de Puiggrós, no debíamos conceptuar conceptos, sino conceptuar la realidad. O al decir de Ugarte “Una cosa es asimilar y otra cosa es pensar con cerebro ajeno”.
Teníamos que desaprender. Pero a poco de cambiar nuestra mirada llegó el golpe más cruento en 1976 y otra vez ocultaron la realidad a las generaciones de estudiantes a través de los textos y los medios de comunicación. Con más violencia, cárceles, muertes y desapariciones quisieron otra vez ocultar la realidad, pero ya había otra generación que había desaprendido dolorosamente y que
habíamos aprendido de los grandes maestros y terminamos también enseñando expatriados por el mundo.
Porque los grandes maestros nos habían enseñado como Ugarte que “son las juventudes bien enraizadas las que crearán la patria libre del futuro, mediante un doble esfuerzo para lograr que la equidad reine dentro de la nacionalidad y que la nacionalidad,
respetada en su esencia, se armonice en el mundo con las otras nacionalidades”.
Por eso, aunque el maestro Ugarte nos enseñara que “hay que entregar a los contemporáneos un pensamiento actual, una acción tangible que concrete la vibración del momento”, tuvimos que recuperar nuestro patrimonio cultural ocultado y muchas veces destruido y
lo tanto desconocidos por las nuevas generaciones. También nos preguntamos qué diría Ugarte sobre el “peligro yanqui” en la
actualidad ya que nos enseñó en el artículo publicado en 1901 en el diario El País con ese mismo nombre que, en el choque de intereses de las dos Américas, una de las tácticas utilizadas por Estados Unidos era la infiltración o predominio industrial en un país determinado, etapa previa y necesaria que prepararía la escena para ser seguida de una agresión pretextando
la defensa de intereses económicos. “De esta manera, cuando decide apropiarse de una región que ya domina moral y efectivamente, sólo tiene que pretextar la protección de sus intereses económicos (...) Por eso al hablar de peligro yanqui no debemos imaginarnos una agresión inmediata o brutal (…) sino un trabajo paulatino de invasión comercial y moral que iría acreciendo con las conquistas
sucesivas y que irradiará cada vez con mayor intensidad desde la frontera en marcha hacia nosotros”.
Al tener el privilegio de crear una nueva universidad comenzamos por rescatar a Rodolfo Puiggrós junto a otros denominados “malditos” de la historia como Scalabrini Ortiz o Jauretche, como Macedonio Fernández o Marechal, que más que malditos de la historia oficial fueron expatriados o vilipendiados o asesinados como Oesterheld o Felipe Vallese u Ortega Peña.
Había también que reeditar sus obras muchas veces incendiadas. Y se hizo.