Licenciado en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires, magíster en Filosofía por la Universidad París 8 y doctor en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Francia, Sebastián Pereyra es especialista en protesta social y acción colectiva contemporánea y esta semana participó de la “Agenda Académica” de Perfil Educación.
“Si uno cree que la protesta social es un problema de tránsito, tenemos un problema. Es mirar un fenómeno con una matriz equivocada. La protesta social no puede ser pensada como un problema de tránsito. Eso desconoce la institución política que se estructuró en Argentina desde hace varias décadas. Pero si la protesta es este recurso cotidiano para intervenir políticamente, necesitamos tener una Ciudad que soporte esa institución política, que la armonice de alguna manera. De lo contrario, tenemos un problema al que también tenemos que hacer frente. Y eso es un desafío”, asegura este investigador del Conicet y docente de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín, donde también dirige el Doctorado en Sociología.
“Las distintas formas de protesta representan un mecanismo rutinario de participación política en la Argentina. Como el voto, como el sistema electoral. Por supuesto, a diferencia de la participación electoral, tiene un elemento de ruptura mayor. Pero es un recurso bastante transversal, no es exclusivo de sectores populares, ni tampoco está referido a un tema particular, como puede ser la política social”, agregó el autor de ¿La lucha es una sola? La movilización social entre la democratización y el neoliberalismo (2008), coautor de Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras (2003), y compilador de Tomar la palabra. Estudios sobre protesta social y acción colectiva en la Argentina contemporánea (2005); y La huella piquetera. Avatares de las organizaciones de desocupados después de 2001 (2009).
—A medida que crecía la pobreza, empujada por altísimos niveles de inflación, en la última década se duplicó el número alcanzado por asistencia alimentaria en la Argentina. Según cifras oficiales, un 24,4% de los hogares recibía algún auxilio estatal en todo el país en 2010, mientras que ese porcentaje trepó al 47,4% en 2021. ¿El masivo acampe social que se produjo la semana en la avenida 9 de Julio, reclamando mayor asistencia social, es tan solo el comienzo de un proceso de protesta que crecerá en los próximos años?
—Es la continuidad de un proceso. Hay algo con la protesta y la pobreza que tiene un elemento de mediación muy importante, que existe desde los años noventa en adelante, que desde ese momento no se modificó. Los trabajos de protesta social y movimientos sociales le prestan mucha atención a esos elementos de mediación: lo que existe entre las condiciones estructurales y la protesta. Los reclamos que han estado históricamente vinculados a la pobreza o, incluso, al desempleo han estado muy vinculados con los debates sobre política social. Hay una matriz de política social, de política asistencial que existe en la Argentina desde los noventa y en función de la cual se organizan y se articulan los reclamos, que tienen que ver con ese ámbito de negociación que abrió el Estado en los noventa para afrontar estos umbrales de pobreza, desempleo, de exclusión social. Mientras se mantenga ese ámbito de negociación, como la cara que el Estado ofrece a la población en esos temas, la protesta va a estar siempre a la orden del día porque son las reglas de negociación que se establecieron para sostener los niveles asistenciales. Para mejorar las condiciones que ofrecen esas políticas asistenciales, en montos o en la extensión, es necesario el recurso de la protesta, porque no hay otros canales de negociación. La propia política pública estableció la protesta como el canal de negociación. El acampe actual es un capítulo más del modo en el que la protesta fue incorporada a la gestión de la política social. Eso está estructurado como un mecanismo de gestión, en el cual la protesta juega un rol importante. Las organizaciones sociales dependen del recurso de la protesta para mejorar sus condiciones de negociación. Es el canal privilegiado. Hace falta presión para que eso se active, para que la aplicación de las políticas públicas mejoren. Y eso no se ha modificado en las últimas décadas en la Argentina.
—Es muy interesante ese análisis: es pensar a la protesta social como el método de negociación que tiene un sector.
—Argentina fue estructurando desde 1983 a la protesta social como un ámbito de participación legítimo y legitimado. En otros países se han visto mecanismos que algunos colegas han denominado “apertura del Estado”, mecanismos de participación política o ciudadana de distinto carácter. En Argentina esa ampliación de la participación ciudadana en las decisiones de gobierno ha estado muy cruzada por la actividad de protesta, salir a la calle, dar publicidad a un reclamo. Esos mecanismos han sido el canal privilegiado de la ampliación de la participación. Y, por eso, las distintas formas de protesta representan hoy un mecanismo rutinario de participación política en la Argentina. Estamos acostumbrados a pensar a las protestas como el momento de ruptura, como un elemento que sale del funcionamiento ordinario de la vida política, que lo interrumpe. Pero en el caso de la Argentina, muy por el contrario, construimos una tradición política donde la protesta forma parte del cotidiano de la vida política. No hay que pensarla como ese momento de interrupción del orden. Todo lo contrario, el orden político argentino ha incorporado la protesta como uno de sus elementos importantes.
—Pero lo que también se ha observado en el acampe de la semana pasada es que la protesta social puede hacer colapsar al ordenamiento vehicular. ¿Cómo convive esa institución política con la vida cotidiana urbana?
—A veces se pone demasiado énfasis en el corte de calles. Pero toda forma de protesta genera problemas o alteraciones en la movilidad. Una manifestación, por ejemplo, también implica que se corte la posibilidad de circular en las calles. Claramente, como en otras instituciones sociales, uno puede reconocer y analizar un sesgo de clase. Dependiendo del actor de la protesta, las evaluaciones y el impacto pueden ser distintas. Pero cuando uno lo mira con distancia, lo interesante es que la política en las calles es un recurso transversal. Porque estamos hablando de los movimientos sociales, pero uno podría trazar trayectorias parecidas respecto de cacerolazos, o protestas que tienen mayor presencia de sectores medios de la sociedad, o en relación con sindicatos, o movimientos ambientalistas o feministas. La protesta muestra un escenario muy plural y diversificado, pero lo que suele ser tematizado como un problema es la protesta de los sectores populares. Y aún en esos casos el problema es que hay una cuestión no discutida sobre cómo una nueva institución política interviene, en este caso, sobre el centro de la Ciudad de Buenos Aires, de una manera que la Ciudad no está preparada para albergar. Es como si tuviéramos que pensar en una jornada de votación sin que exista una estructura dispuesta para que podamos votar. Hay un problema con esta institución política que generó, sin duda, un problema en relación con las condiciones de la vida urbana. Si esa actividad de protesta es disruptiva en relación con elementos que son importantes para la vida urbana, como la circulación del tránsito, necesitamos acoplar esas dos cosas que chocan entre sí, porque están coexistiendo. Si uno cree que la protesta social es un problema de tránsito, tenemos un problema. Es mirar un fenómeno con una matriz equivocada. La protesta social no puede ser pensada como un problema de tránsito. Eso desconoce la institución política que se estructuró en Argentina desde hace varias décadas. Pero si la protesta es este recurso cotidiano para intervenir políticamente, necesitamos tener una Ciudad que soporte esa institución política, que la armonice de alguna manera. Si no tenemos un problema al que tampoco le estamos prestando atención. También es cierto que si uno mira las condiciones de vida, de funcionamiento urbano, únicamente desde el punto de vista del derecho y de la importancia política de la actividad de protesta, también está perdiendo de vista elementos significativos de la vida social. Hay algo que tiene ver con las condiciones de vida, con la circulación, con el funcionamiento cotidiano de la Ciudad que es un elemento muy importante para muchas personas.
—En sus estudios habla de “la dimensión de las causas colectivas”, haciendo referencia a “la forma en que se generan solidaridades en torno de ciertos problemas, causas u objetivos comunes”. ¿Es posible encontrar hoy esa solidaridad a la que se refiere, en relación a esta protesta social que observamos hace pocos días?
—Toda protesta, todo reclamo está inserto en el horizonte de una causa colectiva. O, dicho de otro modo, la actividad de protesta se organiza en relación con determinados repertorios disponibles. Esos repertorios tienen su historia y, a la vez, están sujetos a cambios y adaptaciones permanentes. Las protestas de estos últimos días recuperan y utilizan un repertorio de los sectores populares para intervenir y negociar con la política social. Ese repertorio, como dijimos anteriormente, se estructuró de modo claro a lo largo de la década de 1990, aunque tiene antecedentes interesantes en los años previos, y ha permanecido de modo bastante estable a lo largo de estas últimas décadas. A ese elemento estructural es necesario agregarle, de todos modos, otros de orden más coyuntural, que pueden tener que ver con decisiones específicas o con el modo en que intervienen los posicionamientos de los grupos y organizaciones en el eje apoyo u oposición al gobierno nacional, que es un factor tradicionalmente también muy importante en Argentina.
—Junto a Maristella Svampa, usted recurre a la noción de identidad narrativa como elemento fundamental para comprender el proceso de aparición y consolidación de la figura del piquetero. ¿Cuál es esa identidad narrativa y qué cambió desde el momento fundacional hasta el presente en esa figura del piquetero?
—La configuración de la identidad narrativa de la figura del piquetero, desde mediados de los años noventa, estuvo directamente ligada a la actividad de protesta. Para la sociología un movimiento de desocupados es una figura paradójica porque la desocupación representa un límite claro para las dinámicas de integración social. La desocupación era pensada en clave de exclusión social, de límite, de frontera. En muchos países del mundo se veía en esos años un crecimiento de la desocupación de largo plazo, estructural, pero en ningún caso había desembocado en la constitución de un movimiento de desocupados. En Argentina, el salto de la constitución de organizaciones locales de desocupados a la conformación de un movimiento social de escala nacional estuvo asociado a esos momentos de lucha en la calle, en las rutas. La figura del piquetero fue, en ese sentido, una alternativa a la categoría de desocupado, como criterio de reconocimiento mutuo. Desde entonces ha habido muchos cambios, la categoría de piquetero quedó como una referencia a la fundación mítica de algunas organizaciones. En los últimos veinte años, asistimos a la consolidación de un nuevo sector económico, que en los noventa no existía. Muchos de esos grupos han pasado a constituir la economía social y popular que ya no tienen en su horizonte únicamente la cuestión de la protesta o la política asistencial. Sino que emergió allí la idea de conformar un universo económico alternativo, paralelo o complementario a la economía formal que reúne al mundo de la desocupación, pero también de la informalidad. En este sector, hay grupos que están trabajando en el desarrollo de procesos de sindicalización de esos sectores precarios e informales. Uno de los ejemplos más interesantes es el de los cartoneros o recuperadores urbanos.
—Esta sección se llama “Agenda Académica”, porque propone darle espacio en los medios masivos de comunicación a investigadores y docentes universitarios que se especializan en distintos temas. La última pregunta tiene que ver, precisamente, con ese objeto de estudio: ¿Por qué decidió dedicarse a la protesta social?
—Hay un elemento que es de orden biográfico, porque tuve en mi vida mucha participación en protestas, sobre todo en el secundario y en la universidad. Y siempre me produjo una atracción magnética el fenómeno de la protesta, de la política en las calles. Más allá de la propia participación, en Argentina la protesta forma parte de nuestra vida cotidiana. Tenemos un contacto habitual y recurrente con ella. En particular quienes hemos vivido la mayor parte de nuestra vida en democracia. Siempre me resultó fascinante observar los distintos modos que las personas utilizan para protestar y cómo conviven allí, por un lado, elementos particulares, biográficos y, por otro lado, elementos sociales, colectivos. La protesta es una suerte de ritual contemporáneo que tiene sus tiempos, sus modos de organización espacial, sus componentes estéticos. Todo eso siempre me pareció mágico, un poco irreal. Algo que merece ser estudiado con atención para poder comprenderlo. Finalmente, mi formación en el oficio de investigador en ciencias sociales se produjo entre fines de los noventa y principios de 2000, cuando el conflicto y la movilización eran un elemento central y omnipresente de la vida política del país. Yo empecé mi tarea como investigador estudiando protestas de derechos humanos y después de desocupados y allí se terminaron de definir mis preguntas fundamentales y mi modo particular de encarar esta profesión. Aunque trabajé y trabajo sobre otros temas, la protesta y los procesos de movilización social representan para mí una marca muy importante en relación con mis intereses y mi manera de pensar la investigación y el trabajo intelectual más en general. Por otro lado, es un tema inagotable y a partir del cual pude ir armando un itinerario de lecturas apasionante que me ha acompañado en todos estos años también en el desarrollo de otra actividad, la docencia, que también es muy importante para mí.