El sirio Abd Hadi Omar Mahmoud Faraj es uno de los seis prisioneros de Guantánamo que llegaron como refugiados a Uruguay a fines del año 2014. Estuvo encarcelado durante más de una década hasta que el entonces presidente uruguayo José Mujica negoció su liberación con el primer mandatario norteamericano, Barack Obama.
Sin conocer el idioma ni la cultura, Faraj, de profesión carnicero, recompuso su vida en suelo uruguayo y en junio de 2015 se casó por la ley islámica con Irina Posadas, una mujer que hasta ese momento se desempeñaba como traductora de chino y que había abrazado la fe musulmana poco tiempo antes. Irina abandonó su nombre y pasó a llamarse Fátima, abandonó también la ropa occidental y pasó a usar el velo.
La mujer contó a PERFIL que el amor comenzó cuando las mujeres del grupo religioso tomaron contacto con el grupo de ex prisioneros que vivían en una casa cedida por el Pit-Cnt, la central sindical única de Uruguay. Nunca pensó que quien parecía ser el hombre de su vida terminaría siendo una pesadilla.
Fátima. Cuando Irina se hizo parte de la fe islámica tomó el nombre de Fátima. Daba clases de español a la hija del embajador de Irán en Uruguay. Conoció a Omar durante un evento artístico en la embajada. El le pidió el teléfono, ella se lo escribió en un papel. El la citó en la explanada de la Intendencia de Montevideo para pedirle ayuda con el idioma. Ella accedió.
A los pocos días, Faraj pidió para ir a su casa y casi de inmediato le dijo que se quería casar con ella. Y ella accedió. Se casaron por la ley islámica, fuera de las normas uruguayas. No hubo noviazgo porque la cultura islámica lo ve con malos ojos, según explicó Irina al diario El País de Montevideo.
“Al principio él se mostraba buenito, era como un corderito, pero terminó siendo un lobo”, dijo la mujer. Los siguientes siete meses fueron los peores de la vida para Irina. Al parecer, apenas se casaron él buscó marcar las reglas de juego: “Dentro de casa esto es Siria, no es Uruguay”, le dijo Faraj a Irina, según relató la mujer. De inmediato le ordenó quemar la bandera uruguaya con la que fue recibido por el gobierno que encabezaba Mujica.
“Me decía que no preguntara, que no hablara, de lo contrario me golpeaba en la cabeza o me pegaba con un cinto en las piernas. Se ponía como loco, hablaba en árabe sin parar y golpeaba, tiene la fuerza de tres hombres”, aseguró.
Para colmo, Irina se identifica con la línea chiita, mientras que su ex pareja es parte de los sunitas, las dos grandes corrientes musulmanas que en distintos lugares están enfrentadas. Eso también le costó muchos golpes. “Tú no eres más chiita, acá somos sunitas”, le gritaba Faraj, según Irina.
Ante la Justicia, la mujer denunció que fue violada en dos ocasiones y que recibió ocho palizas “fuertes”. Además, aseguró que en el trato diario fue reducida a la esclavitud y que fue obligada a vestir el burka, prenda que cubre todo el cuerpo y deja a la vista únicamente los ojos.
La mujer asegura que preguntó a sus contactos por la salud mental de su prometido. Le dijeron que estaba sano a pesar de los años de cárcel en la base militar de Guantánamo, en Cuba. “Pedimos pericias psiquiátricas, nunca dijeron cómo eran ellos”, señaló.
Matrimonios. Cinco de los seis ex prisioneros refugiados en Uruguay se casaron. Según Irina, todos los matrimonios terminaron mal, como el suyo. El jueves 28 de enero, Irina y Roma Blanco, otra uruguaya que se casó con un ex prisionero de Guantánamo, resolvieron manifestarse en la Plaza Independencia, frente a la Torre Ejecutiva, donde funciona el Poder Ejecutivo uruguayo. “Queremos que la Justicia y el presidente (Tabaré Vázquez) conozcan lo que nos está pasando”, dijo Irina.
Roma Blanco se casó por la ley islámica y ya obtuvo el divorcio, pero está embarazada de su ex marido. En tres meses dará a luz a una niña. La Justicia fijó una restricción de 300 metros para su ex marido, Abdul Din Mohamed, a quien el lunes próximo la Justicia resolverá si le coloca una “pulsera electrónica”.
El viernes en la mañana la mujer, que estaba frente a la sede del Poder Ejecutivo, lo vio venir junto a otro ex recluso. Los hombres cambiaron la dirección de sus pasos cuando estaban a unos 50 metros, preocupados, tal vez, por la prensa. Roma entró en pánico, llamó a la Policía y fue trasladada a una comisaría. La mujer cree que su marido rechaza a su hija por el hecho de ser niña y que cuando nazca la raptará para entregarla a un grupo islámico.
No pegar. A pesar de todo lo vivido, Irina-Fátima mantiene la fe islámica. “El Corán dice que se respeta a la mujer, no hay que pegar. A él (Omar) no le podía decir estas cosas porque me mandaba callar”, aseguró.
Los ex reclusos mantienen vínculos con los presos que van saliendo de la cárcel estadounidense. “Ahora me enteré de que son muy fanáticos, yo en esos siete meses comprobé que el líder de todos ellos es Omar Faraj, él habla con los otros prisioneros de Guantánamo que van saliendo para Arabia Saudita, España o Porto Alegre. Están haciendo un video con todos ellos con sonido de metralletas”, indicó.
La mujer dijo saber que los ex prisioneros planifican iniciar un juicio contra Estados Unidos por los años de reclusión y que mantienen un encono con el ex presidente Mujica.
Un misterioso pacto de Mujica
Acostumbrado a improvisar en sus apariciones públicas, el entonces presidente uruguayo José Mujica se decidió, a principios de mayo de 2014, por escribir una carta abierta dirigida “al pueblo uruguayo y al presidente Barack Obama, para explicar las razones por las que Uruguay recibiría a seis prisioneros detenidos en la base de Guantánamo, Cuba.
Recogiendo de nuestro mejor pasado esa vocación (del asilo), hemos ofrecido nuestra hospitalidad para seres humanos que sufrían un atroz secuestro en Guantánamo. La razón ineludible, es humanitaria”, adujo Mujica en su carta.
En la misiva, Mujica reclamó la liberación de tres presos políticos cubanos en Estados Unidos y la finalización del embargo a Cuba.
No obstante, en ámbitos oficiales se manejó en su momento como una verdad que Mujica también intentó que Estados Unidos habilitara el ingreso de carne ovina con hueso, una medida que cambiaría la ecuación económica a miles de productores ganaderos.
Sin embargo, el trámite de certificación continuó por la vía normal y aún hasta ayer Uruguay seguía esperando la habilitación de exportación por parte de los organismos americanos.
Negociación. Toda la negociación por el traslado de los prisioneros estuvo en manos de la entonces embajadora de Estados Unidos, Julisa Reynoso y el actual secretario general de la OEA, Luis Almagro. La llegada de un ex guerrillero socialista a la presidencia uruguaya generó algunas sospechas iniciales en la embajada tras varias décadas en que la guerrilla uruguaya culpó al “imperialismo yanqui” de todos los males de la sociedad. De todas maneras, Reynoso, de origen portorriqueño y partidaria de la “agenda de derechos” formulada por el gobierno uruguayo, rápidamente generó una amistad personal con Mujica.
De hecho, la embajadora se hizo asidua concurrente al “quincho de Varela”, un salón instalado en medio de chacras de las afueras de Montevideo, donde Mujica solía agasajar a sus amistades, entre los que figuraron Hugo Chávez y Rafael Correa.
Aquellas reuniones se hacían con la forma de cena de camaradería. Había un asado criollo, vino tannat marca José Mujica, gaseosa light, Johnie Walker etiqueta negra y postres criollos. Siempre así, con el rigor religioso de una misa y todo el poder concentrado bajo un quincho.
*Desde Montevideo.