Escena uno: enero de 2014. Alberto mira los televisores Smart de 40 pulgadas en los avisos de los diarios. No lo dice, pero ya se imagina las gambetas de Messi en súper HD. Acaba de comprar un aire acondicionado para su living con descuento y en cuotas, y quiere el combo perfecto. Su compañera lo regaña: le dice que no sea ansioso, que espere, que para el Mundial “los van a regalar”. Que las 50 cuotas que se ofrecían antes de Sudáfrica 2010 son, claro, impracticables a un ritmo inflacionario que, apenas esbozado el año, ya se proyecta en un 35%. Pero que, seguramente, igual habrá plazos de pago atractivos: “Mínimo, 24 meses”, arriesga. A la semana, Jorge Capitanich anuncia, flanqueado por Axel Kicillof, una devaluación encubierta: el dólar oficial se dispara a 8 pesos. Ese fin de semana, ni una oferta. Las páginas web de las cadenas no publican precios. Algunas ofrecen tres cuotas. En cada vez más locales, el cartelito: “tarjetas suspendidas”.
Escena dos: febrero de 2014. Esteban y Alejandra miran heladeras. Deciden arriesgar, no sin temor, y deciden invertir 16 mil pesos en un último modelo que pagarán, con esfuerzo, en sólo seis cuotas. Y eso es porque su banco les da ese beneficio en la casa a la que fueron. “Puede ser nuestra última oportunidad”, se dicen antes de firmar.
Viajes, electrodomésticos, ropa, tecnología. Los bienes a los que la clase media argentina estaba -de nuevo- acostumbrada a acceder con financiaciones en cuotas que le ganaban unos puntos a la inflación volvieron a alejarse una vez más, tras la disparada del dólar y los precios des-cuidados. PERFIL salió a preguntar a expertos de distintas disciplinas qué pasa con ese estamento responsable, durante gran parte del siglo pasado, de reconfigurar y definir el tejido social argentino. Y más allá, en países como Brasil, donde el boom de la nueva clase media disparó desde análisis hasta novelas; o en Bolivia, donde se asoman tímidos a buscar un lugar en una sociedad fuertemente arraigada en la brecha más amplia entre los que más y menos tienen.
Identidad de clase. El fenómeno que vuelve a poner a la clase media en el foco no es nuevo en la Argentina. Es más: tiene casi un siglo de repeticiones cíclicas, acompañando los vaivenes de nuestra historia económica. Para Ezequiel Adamovsky, autor de Historia de la Clase Media Argentina (Planeta), si bien la estructura social argentina después de los procesos independentistas era “menos binaria” que otras de la región, no se puede hablar de clase media como tal hasta 1920, cuando Joaquín V. González la identificó, contraponiéndola a una clase obrera compuesta por “extranjeros no deseables, con teorías extremas”; y, luego mucho más claramente, a partir de 1945. “Fue el rechazo a las políticas de Perón, pero sobre todo a ese nuevo protagonismo que habían adquirido los ‘cabecitas negras’, lo que terminó de aglutinar a un vasto sector de la sociedad que, finalmente, adquirió una identidad de clase media. Por omisión, la clase media fue desde entonces antiperonista. Y buena parte de su identidad quedó constituida por el mito de la Argentina blanca y europea, de los abuelos inmigrantes”, dice el doctor en Historia por la Universidad de Londres.
En los años ’60 y hasta el golpe del ’76, esa identidad de clase “resistió los embates permaneciendo firme en su arraigo”, pero a partir de allí –y especialmente durante el neoliberalismo de los ’90- se “rompió el universo mental y la cohesión de los sectores medios”. Algo similar esboza el sociólogo Sebastián Carassai, que estudió los comportamientos de ese sector social durante los años de plomo. “A las clases medias se las criticaba. En su desesperación por ser aceptada, adhería a los intereses de las clases dominantes, imitaba sus costumbres, indumentaria y comidas. Se la calificaba de criatura sin ideología”, escribe en Los años setenta de la gente común (Siglo XXI Editores).
¿Otra vez sopa? Los expertos coinciden en que el 2001 fue un estallido tan profundo que modificó la manera en la que la clase media tiende a pensarse a sí misma. Las cacerolas ganaron la calle y a la clase media se la calificó de todo menos de solidaria. Y en la última década, la división entre dichos y hechos se volvió más profunda. El empresario y cofundador del Foro Iberoamérica, Ricardo Esteves, lo pintó con claridad para ojos foráneos en El País: “¿En qué ha basado su fuerza y su éxito el modelo kirchnerista?, se pregunta.
“En exacerbar por todos los medios y con todos los resortes del poder el consumo popular. Su consigna fue llenarle los bolsillos a la sociedad con la convicción de que con esa fórmula jamás perdería su apoyo, con subas reales del salario y el reparto de planes sociales sin un modelo productivo detrás”.
Hoy, la burbuja vuelve a estallar. O así parece percibirlo esa clase media ciclotímica, que hasta se ganó motes de “egoísta” o “destituyente” desde algunas voces oficialistas. “En momentos como este, de transición y acortamiento de horizontes, con intentos de moderar frente a una inflación disparada, lo que hay del otro lado del foso es una economía que se desordena, un fenómeno que ya hemos visto”, describe Daniel Heymann, profesor de Economía de la Universidad de San Andrés. “La sensación es que en este escenario más contenido de los últimos días, donde la crisis está restringida a una economía y decisiones ‘chiquitas’, es claramente el mejor”, ensaya ante PERFIL.
Cambios. La escritoria Lourdes Montero identifica a la tímida clase media boliviana como “Generación Mafalda”. A pesar de que reconoce la diferencia del contexto sociopolítico entre los países, del personaje de Quino y su entorno –emblemas de esa clase media de los ’60-, Montero pudo identificar su propio origen y pertenencia. “Antes, la brecha entre clase alta y baja era inmensa. Debido al empobrecimiento de sus abuelos, mi familia se tuvo que empezar a comportar como clase media, entrar a trabajar en oficinas y vivir del salario. Eso me hizo pensar que ese fenómeno es, sobre todo en Bolivia, muy reciente y que la amenaza de descenso social es aún una permanente amenaza, a pesar de que hoy esa nueva clase media se está fortaleciendo. La diferencia es que hoy, el ascenso social es distinto. Antes era a través de la educación y el acceso a trabajos más calificados. Hoy, los buenos negocios no vienen necesariamente acompañados de status”, dice.
En el otro extremo, en Estados Unidos, la forma en que la clase media consumía hasta ahora también acaba de cambiar: las históricas grandes tiendas de departamentos que ofrecían líneas de descuentos y venta con cupones están dejando de funcionar. Tanto es así que Sears anunció el cierre de su sede central en Chicago y J.C. Penney y Loehmann’s dejarán de operar, dejando el lugar a aquellas que ofrecen la ilusión del acceso al lujo, como Macy’s, Nordstrom o incluso la cadena Target, que vende líneas exclusivas de diseño a precios accesibles.
Aquí, en tanto, planificar una compra en plazos puede volver a convertirse en una odisea.