—¿Cómo venís llevando las enormes repercusiones de tu última intervención pública a propósito de la derrota de la coalición gobernante en la PASO?
—Tranquila. No me enloquezco y sobre todas las cosas, trato de no repetirme a mí misma. Si escucho alguna crítica interesante la tomo y si alguna cosa va cambiando intento registrarla. Subo apuntes más o menos cada tres meses, sólo que nunca habían generado tantas repercusiones.
—Antes de pasar a preguntas coyunturales y sabiendo que no te gusta hacer mucho ruido con eso, te pediría que igualmente hables de tu actividad ayudando a gente en barrios pobres y villas.
—Es un tema que no toco por respeto al otro, pero todas mis observaciones parten de ahí. Yo me fui de la villa a los 20 años, la pobreza cambia, avanza en algunas cosas, se estanca en otras, varía. La marginalidad va transmutando sus primeros síntomas. Trato siempre de ir a todos los lugares, desde los trueques, las ferias de barrio, los bolishoppings, la salita médica del barrio, los almacenes, hasta los kiosquitos infinitos que atienden por la ventana. Intento parar la oreja todo lo que puedo. También está la parte de contención social, no me detengo sólo en los sectores politizados, presto atención a quién atiende cada necesidad en cada lugar. Hay infinitas diferencias entre barrios empobrecidos y barrios históricamente pobres.
—¿Dijiste 'bolishoppings'?
—Sí, les decimos así. Los bolivianos arman feria donde sea que estén, se las apoda boliferias, cuando es un local se lo apoda bolishopping. La migración boliviana trae el comercio bajo el brazo, comercian donde sea y como sea, reactivan cualquier mercado por muerto que esté porque aprenden también a detectar en qué gasta la gente, aun cuando “no hay un mango”. Comida y ropa barata son sus fuertes, aunque pueden venderte lo que sea. Si hay una contra déjame decirte que en varios barrios noté que, cuando hay discriminación, muchos jóvenes no quieren comerciar en la feria “porque es de bolita”. Esa connotación negativa hacia los bolivianos es minoritaria, pero está. Entonces muchos jóvenes prefieren no feriar, no comerciar en esos espacios porque no es cosa de argentinos. Es minoritario, pero presto atención porque me abre otra ventana: esos que no tienen trabajo, pero igual no van a trabajar de ciertas cosas. Es llamativo, porque por cosas como esa, hay pequeños sectores que optarían por un trabajo más sacrificado a un trabajo con una connotación de inmigrante.
—¿En qué más indagás?
—Intento tantear los terrenos. Me importa escuchar a la persona, qué piensa sobre distintas cosas, que piensa sobre, por ejemplo, la pobreza ¿es un problema o es la vida misma? Es fundamental la autopercepción. También tanteo la relación con lo estatal, por ejemplo, pregunto cuándo hay que ir a la salita para conseguir turno, si saben dónde puedo conseguir mercadería, si saben quién consigue en el barrio, si el colectivo entra a la noche si necesito volver después de tal hora, si ha habido robos últimamente. Pregunto a qué se dedican, intento tantear si han laburado bajo patrón, o si siempre han sido buscas en la informalidad absoluta. Es todo un encuadre distinto en aquellas familias que han trabajado alguna vez: se presentan como lo que fueron. Pintores, albañiles, empleados de alguna fábrica que quizás fueron echados hace años. Hay un capital ahí que sirve como identidad, aunque hace años no tengan laburo, se sienten y son laburantes. Me preocupan mucho más las familias que nunca participaron del mundo laboral, ni siquiera el informal, porque su carta de presentación es la necesidad. Te comentan alguna discapacidad, problemas que rozan la tragedia, relatos salvajes. Las distintas problemáticas funcionan como un cúmulo que les abre la puerta del Estado y de la ayuda social, porque es en base a las necesidades que pueden tener una identidad. Presto atención ahí porque considero que hay una pobreza impermeable, resistente a cualquier crecimiento que pueda tener la Argentina. Son las cuartas generaciones de pobres, personas cuyo lenguaje y supervivencia son diferentes y su (in)estabilidad es ajena a los vaivenes de la economía.
"Hay una pobreza impermeable, resistente a cualquier crecimiento que pueda tener la Argentina"
—En tus observaciones reflexionás sobre temas variados, desde economía a salud, pero las críticas son por tu señalamiento sobre la preponderancia de la agenda de minorías ¿Por qué crees que pasa eso?
—Porque es uno de los grupos con más poder de lobby en este momento.
—¿Qué opinás de la comparación que hizo la ministra de género Elisabeth Gómez Alcorta de tu mensaje con el de Bolsonaro?
—No me interesa dar una respuesta a esta comparación absurda. Hablé de un Estado que habla otro lenguaje, que ha dejado de lado las necesidades políticas y económicas de la población para centrarse puramente en lo discursivo y lo identitario. La que recoge ese guante es la ministra de género. Eso es todo un mensaje en sí mismo.
—En otra charla que mantuvimos hablaste de algo dramático que conocés de cerca como es el robo y delito de pobres contra pobres y su relación con la policía ¿Podés explayarte un poco en ese sentido?
—Creo que hay que tener en claro que es muy distinto hablar de seguridad, de criminalidad, de prevención y de formas de actuar ante los hechos que nos golpean todos los días. Son muchas aristas, pero son tan cercanas que se confunden. La contraposición a las propuestas extremas de mano dura no puede ser la indulgencia o el abandono estatal. La presencia de fuerzas de seguridad, de calles iluminadas, de 911s que funcionen eficientemente, es solo un kit básico para tener respuesta a lo que ocurre en lo inmediato. Qué se hace con esos sujetos que delinquen es lo que importa para que las familias que también están en la miseria (y que no por ello salen a delinquir) puedan vivir en paz. Ahí entrarán las medidas de mediano plazo que la política planifique, pero mientras tanto, el delito desorganizado no puede ser algo que tenga a tu población en vilo. Delincuentes novatos, sin antecedentes, jovencísimos, gente que se volcó al delito antes de ayer y hoy justo le tocó al vecino que estaba ahí. No estamos hablando de organizaciones ultra poderosas que han construido poder. Estamos hablando de un crimen totalmente inexperto, juvenil, que por inexperiencia e incapacidad solo puede atacar a gente igual de pobre, pequeña, desprevenida. No puede ser que no te ocupes de eso y si hay alguien que pretende ocuparse, como para mí lo hace Berni, lo trates como si fuera el villano del Frente de Todos.
—También reflexionaste sobre la aversión que los sectores populares están teniendo al peronismo ¿Me das ejemplos concretos de esa tendencia?
—Creo que Argentina es un país más tradicionalista de lo que quiere ver el progresismo. Por momentos siento que ese progresismo extremo, igual que otros sectores históricamente anti-Argentina, quieren manejar un país que detestan o que ni siquiera conocen bien. Alguien dijo que Cristina Fernández de Kirchner es lo más a la izquierda que puede soportar nuestro país y estoy muy de acuerdo con esa frase.
"Alguien dijo que Cristina Fernández de Kirchner es lo más a la izquierda que puede soportar nuestro país, y estoy muy de acuerdo con esa frase".
—¿Cómo creés que Cambiemos capitaliza la derrota del Frente de todos?
—“No interrumpas a tu enemigo cuando se está equivocando” es una gran frase y Juntos lo está sabiendo aplicar. En algún momento volverán al ruedo, pero mientras dure este pequeño momento de caos no harán nada. Yo espero que el gobierno encuentre un rumbo más claro y marque, al menos, una directriz. Ya somos un país con la suficiente incertidumbre económica como para sumarle la política. Lo más atractivo del peronismo es que, aún con sus defectos, siempre tuvo claro qué cosas proponía, y hacia donde se dirigía para lograrlas. Eso viene oscilando y espero que los cambios que tuvo y que probablemente tendrá después de noviembre, garanticen la gobernabilidad y la ejecución de políticas estratégicas que están haciendo falta.
—En ciertos ámbitos peronistas se viene hablando de no votar o impugnar el voto porque se cree que el Frente de todos horada desde adentro al peronismo ¿Pensás que esas visiones son erradas?
—No soy quien para decir si eso es errado o no, simplemente no lo comparto. Pienso que hay muchas visiones sobre el voto y el poder. O se acumula poder para ejecutar políticas, ganar mercado, acumular capital, o se mira desde un costado. La Argentina no es bipartidista, pero desde hace 75 años hay dos principales modelos que se disputan el poder. Pertenezco al voto duro que propone un modelo que para mí es el que más se acerca a la justicia social, aunque hoy esté lejísimos de verlo.