A las 12, el sol de Miami de inicios de febrero es lo suficientemente fuerte como para agradecer la hospitalidad de quienes, apenas pisado el Consulado argentino –formalmente, Consulado General y Centro de Promoción de la República Argentina en Miami– reciben a todo visitante ofreciendo algo de beber, y la climatización adecuada.
La representación de lo argentino (vaya desafío) comienza con la sonrisa del personal, y la disposición solícita con la que Juliana Hecker se asegura de que tenga ganas de regresar mañana mismo. “El Consulado argentino es, de alguna manera, tu casa, así que bienvenido” me había escrito ella, responsable de la promoción de la cultura nacional, días antes, vía correo electrónico.
Ahora, esperando en un hall frente al despacho del cónsul, café en mano, junto al fotógrafo, logran materializar esa expresión de deseo.
Lo propio viene de parte de Leandro Fernández - Suárez. Salvo por la impecable puntualidad con la que nos recibe (quizá no sea ese uno de nuestros rasgos salientes), todo en él refleja no solo la intención de transmitir la calidez y simplicidad con la que habitualmente sabemos ser anfitriones, sino que deja, además, traslucir su extensa carrera diplomática, que lo llevó a vivir en diferentes países, siempre intentando difundir lo mejor de Argentina “para generar trabajo e inversión de calidad para nuestros connacionales”.
En sus propios términos, llegar a Miami resultó sorprendente “porque me di cuenta de que esta ciudad es mucho más que sol y shopping (…) y la comunidad argentina acá es tan grande y está tan bien posicionada, que el desafío diario es ver cómo ayudamos a los casi ochocientos mil argentinos que llegan al Estado de Florida por año” –sin contar los que lo hacen con pasaporte de otros países, aún habiendo nacido en la patria de San Martín y Belgrano–.
Si bien el Consulado impulsa la actividad empresarial y cultural argentina en todo su abanico, la charla gira alrededor de la decisión política del alcalde de Miami, Francis Suárez, de convertir a la ciudad en un hub tecnológico.
De hecho, es eso lo que llevó a emprendedores como Alejandro Resnik (Belong) y Juan Manuel Barrero (Lazo) a radicarse en la ciudad que supo cobijar turistas e inversión básicamente inmobiliaria, pero que, luego de la crisis sanitaria, dio un vuelco.
“Yo creo que la decisión del alcalde va de la mano con lo que vivimos en pandemia –analiza Fernández- Suárez– porque aquí la verdad es que, como es una ciudad abierta, se vivió todo con menos restricciones y menos sensación de encierro que en otro lugares; eso generó migración interna, es decir, muchos norteamericanos se mudaron para este lado en ese momento. Y, sin dudas, las políticas del alcalde en materia por ejemplo, impositiva, ayudan a que hoy recibamos emprendedores latinos de toda clase”.
Al respecto, basta con recordar que en mayo del año pasado, mientras se consumaba la adquisición de Twitter por parte de Elon Musk, el alcalde de Miami hizo público su deseo de que la empresa mudara sus oficinas a Miami en el entendimiento que el giro que Musk le daría a la compañía del pajarito celeste “encaja muy bien con los valores de la marca Miami” según señaló Suárez en una entrevista televisiva. Más aún, el responsable del Ejecutivo de Miami aseguró que también mantuvo conversaciones con Apple y Cisco buscando tentar a sus directivos.
La comunidad abierta donde prácticamente todos los días se lleva a cabo un evento, en el que emprendedores de cierto rubro se reúnen para conocerse en persona e intercambiar ideas (lo que en el lenguaje de los negocios se denomina networking, y que resulta esencial para las startups tecnológicas) es uno de los factores que hace que se advierta el fenómeno migratorio que señala el cónsul, y no sólo por parte de estadounidenses.
Anabella Bergero, diseñadora de moda argentina quien ya fue retratada en esta serie, había explicado con esos mismos términos su reubicación, de Nueva York al sur de Florida.
“Nosotros llevamos lo más alto posible la marca país, y de hecho en el rubro audiovisual nos va muy bien como comunidad –explica Fernández - Suárez sin perder la sonrisa– y yo comentaba la semana pasada, en la quinta edición del Festival Iberoamericano de Cine, que con el estreno de Argentina, 1985 y el envión del Mundial, podíamos pensar en nuestro tercer Oscar”.
Porque el festejo argentino por la obtención de la Copa del Mundo se vivió en Miami Beach con bombos, corte de avenidas y todo el colorido propio del fanatismo que demostraron los cinco millones de personas que salieron a la calle en las pampas de Sudamérica.
La conversación va discurriendo calmadamente, en Bri-ckell, con los imponentes edificios asomando por la ventana en una de las zonas más opulentas de este pedacito de tierra sobre el Atlántico. Fernández- Suárez no oculta su agrado al repasar parte de su carrera como diplomático, y los avatares actuales.
Sin embargo, levanta la vista y señala una foto en la repisa del despacho. “Uno de los mayores orgullos que tengo desde que asumí este desafío es haber montado la Escuela Argentina en Miami, que hoy está llena de chicos argentinos que van todos los sábados, a impregnarse de la cultura del país de sus orígenes”, afirma.
Nadie desconoce las vicisitudes de la emigración, tanto como es imposible dar la espalda a las razones que explican los movimientos de familias que se desplazan buscando vidas mejores.
Pero en esos procesos, pensar en los que tienen toda la vida por delante y de cuyas manos los llevamos con tremenda responsabilidad, no es menor.
En buena hora la Escuela Argentina en Miami ofrece un rato cada fin de semana para que niños y niñas de origen argentino sepan que su identidad se asienta sobre una idiosincrasia que no experimentan cotidianamente, entre palmeras, esplendor y espanglish, pero que fluye por sus venas por la fuerza de la Historia.