Wrooom. Un Mercedes-Benz flamante se desliza por una calle oscura del Barrio Chino de La Habana. Tiene chapa “P”. P de particular: ni gobierno, ni diplomático ni técnico extranjero. ¿Desde cuándo en la Cuba socialista los cubanos comunes y corrientes se movilizan en Mercedes plateados?
La clase HeP. “Son la nueva clase social de Cuba, los ricos emergentes. La clase ‘HeP’ los llamo yo, los ‘hijo ‘e puta’ que se hicieron ricos con el cuentapropismo y con varias patrañerías”, dice Víctor T., estudiante de física en la Universidad de La Habana.
Con la legalización del trabajo por cuenta propia, la apertura económica a cuentagotas y la esperanza que despertó el deshielo con Washington, se han multiplicado en Cuba los negocios particulares, como cafeterías, talleres mecánicos o el que promete ser el negocio del futuro: los alquileres, que se multiplican ahora que se espera una oleada de turistas desde Estados Unidos. Luego de que Barack Obama flexibilizara las restricciones a los viajes, unos 88.900 estadounidenses viajaron en 2015 a Cuba, 54% más que el año anterior. Entre 2010 y 2014, los norteamericanos que se alojaron en casas privadas habaneras pasaron de 18.223 a 19.564, excluidos los alquileres en negro. Y el logo de TripAdvisor ya se ve por todos lados. Para este año se esperan unos veinte mil nuevos hostales, pagaderos en dólares. Los dueños de los paladares, los restaurantes particulares, ya no tienen el límite máximo de 12 sillas y pueden contratar también personal que no sean familiares directos. Los empleados cobran un porcentaje sobre las ganancias o un sueldo fijo.
“Trabajando 12 horas diarias en un paladar de éxito, el año pasado yo llegaba a ganar en un mes hasta mil dólares”, cuenta una economista que en su trabajo estatal de secretaria gana 250 pesos cubanos, o sea diez dólares, lo que valen cuatro litros de leche en los supermercados en la divisa de la Marina Hemingway.
Impuestos y migrantes. A Víctor T. su negocito particular no le salió tan bien. La pizzería que había armado en la cocina de la abuela, con ventana hacia una callejuela de mala muerte y peor fama, nunca logró arrancar. “Mi abuela no termina de creer que se pueda trabajar por cuenta de uno, tiene pánico a los controles y quiere pagar todos los impuestos –se queja Víctor–, y si pagas impuestos aquí no vives”. La pizzería cerró hace unos meses y él pasa las mañanas haciendo cola ante la embajada mexicana a la espera de papeles para “irse pa’l Norte”. Todos los días hay una gran cola, vigilada por una patrulla, ante la legación de México, actualmente la vía más concurrida de huida de la isla junto con Panamá, que suavizó los requisitos para la visa de entrada.
Los Castro. De todos modos, la clase verdaderamente alta de La Habana es aún el entorno de la familia Castro y los altos mandos de las fuerzas armadas, que controlan las empresas que manejan divisas, como las compañías estatales de turismo, las empresas mixtas con sociedades extranjeras para la administraciones de las grandes cadenas hoteleras, hasta las sociedades de importaciones. Donde hay dólares en Cuba, hay un señor con muchas estrellas en el uniforme a cargo. Pero esta gente no da vueltas en la ciudad en coches plateados con luces que parpadean. Quienes al borde de la piscina del Hotel Nacional comen hamburguesas de dos pisos y gritan en sus iPhone 6, o se congelan por el aire acondicionado en las salas reservadas de los mejores paladares, son los entusiastas que acaban de descubrir la máquina para fabricar dólares de la apertura económica.
“Muchos cubanos vienen a cenar aquí”, dice Odeysis, dueña de La Guarida, histórico paladar habanero, cocina de alto nivel con precios medios de cuarenta dólares por cena y siempre lleno. “Además de los extranjeros, los artistas y los diplomáticos, nuestros clientes son cubanos que se pueden permitir cenar afuera, gente que trabaja en el turismo o en el transporte”, explica ella.
Lo mismo cuenta el vendedor de Bethania, una tienda de alimentos dietéticos en la calle San Ignacio, en La Habana Vieja, con una vidriera que podría estar en el Village neoyorquino. ¿Quién compra salsa de tomate dietética en una ciudad donde muchos comen los alimentos llamados “como si fuera”, es decir quesos que desconocen la leche, jamón sintético y pancitos que saben a cartón? “La mitad o más de nuestros clientes habituales son cubanos, cansados de engordar comiendo grasas malas y que aprendieron a cuidarse”, explica el vendedor.
En La Habana Vieja, entre el ejército de historiadores “imaginativos”, guías fantasiosos que proponen escapadas al “cafetín preferido del Che Guevara donde el guerrillero heroico siempre se sentaba a leer”, contrabandistas de obras de arte verdaderas y de las otras, traficantes de lámparas art nouveau y de lo poco que queda para vender en las ex lujosas casas de los antiguos ricos, la profesión del momento es la de albañil, que da acceso al contrabando de material de construcción. Circula más dinero que hace unos meses, y muchos se animan a arreglar cuartuchos o a ampliar casas. Asomándose desde una azotea del centro de la ciudad, ésta parece una obra a cielo abierto. ¿De dónde sacan cemento y pinturas? “Se lo compramos a alguien que lo compró a alguien que se lo ha robado al Estado”, admite María Lucía, dueña con ciudadanía española de un precioso palacete en plena refacción. ¿Y dónde, si no? Si no hay, y lo que hay sale carísimo”.
Trabajar para el Estado sirve no sólo para evitar problemas con la policía, no ser fichado como vagabundo, sino también para tener la posibilidad de acceder a los materiales que se revenden “pa’fuera”. Un profesor gana el equivalente a 25 dólares, lo que salen cuatro bocadillos de jamón de verdad en una buena cafetería y lo que gana un taxista particular con un viaje al aeropuerto desde el centro de la ciudad. Esto siempre existió, pero ahora las diferencias sociales se notan más quizás porque los que tienen plata se animan a gastarla.
“El fenómeno de la envidia social va a tomar fuerza acá y en el futuro le va a crear problemas al gobierno”, dice a PERFIL un embajador europeo. “La vieja contradicción socialista de la puta que gana en una noche lo que un neurólogo trabajando para el Estado en un semestre, algo que aunque suene a obviedad no deja de ser la pura verdad, se complica ahora que el funcionario estatal, que por lo menos antes era uno de los pocos autorizados a tener un coche particular, ve a la vecina que contrabandea repuestos para computadoras y se toma un taxi, cuando él no puede sacar el viejo Lada del garaje porque no tiene plata para la nafta”.
Gano más, pago menos impuestos
“Desde que comenzaron las nuevas regulaciones para cuentapropistas (trabajadores no estatales) en 2010, la recaudación fiscal en el sector creció casi 200%. Tan sólo el incremento entre 2013 y 2014 fue de 800 millones de pesos, el doble de lo que se recaudaba en 2009”. Son datos divulgados por la televisión estatal basados en un trabajo de investigación realizado entre trabajadores por cuenta propia por la Universidad de La Habana.
“Sin embargo”, dice la investigación, “diversos estudios realizados por la propia Oficina Nacional de Administración Tributaria indican que la evasión y la subdeclaración fiscal constituyen la regla y no la excepción en este tipo de contribuyente”.
En las conclusiones se lee: “Las encuestas realizadas sugieren que un factor principal en la explicación de la evasión fiscal en cuentapropistas es la elevada carga tributaria. Parte importante de los encuestados afirmaron creer necesario evadir, aun cuando reconocían que es un delito por el cual pueden ser severamente sancionados”.
‘Mecánica’: Ibsen para explicar un nuevo escenario social
Los nuevos ricos son protagonistas de una obra teatral que representa con gran éxito de público y crítica, en el Argos Teatro de La Habana, un grupo de actores dirigido por Carlos Celdrán. Mecánica es el título de la obra, escrita por el cubano Abel González Melo. Describe “escenarios donde riqueza, confort, dinero y lujo nos adentran en una jungla poblada por una raza nueva y bien alimentada”, según las palabras del director. “El autor”, explica Celdrán a PERFIL, “usa con precisa ironía a Henrik Ibsen y manipula con libertad radical su Casa de muñecas para crear el ámbito perfecto que les permita a sus personajes saber comportarse. La tradición ibseniana es un manual de buenas maneras utilizadas para hacer creíble y posible la representación de lo que está pasando: el surgimiento extensible e inevitable de las clases y los privilegios. Y para representar con astucia la máscara, la revancha, la impostura de los nuevos príncipes. También su regreso formal y su feroz reaprendizaje. La locura y la conciencia de ser casta, de aspirar a tener el control y a ser tenidos como normales protagonistas del futuro. Estamos ante un nuevo escenario social y es nuestro deber encontrar el rostro de quienes lo detentan”.
¿Y cómo reacciona el público? “El público me parece que no llega a reconocerse en los dolores de los personajes, sigue mirándolos desde afuera, como bichos raros”, cuenta el director. “En las funciones con más público popular, se escuchan gritos de asombro cuando uno de los actores abre la nevera que hay en la escena. Asombro por la cantidad de comida, por los refrescos. Recibimos una carta de un señor que se queja por el precio de la entrada, diez pesos cubanos en moneda nacional, o sea algunos céntimos de dólar. Se queja de que con un precio tan alto no puede asistir a las obras. Encaminé la carta para ‘arriba’. Yo no puedo bajar el precio de las entradas, que son establecidas por el Estado, pero esto da una idea de los niveles de pobreza que existen en este país”, concluye Celdrán.