En su último libro, El corazón americano (Debate), el intelectual francés Guy Sorman analiza en detalle la filantropía, el voluntariado y el tercer sector en los Estados Unidos, y revisa una gran maquinaria que, lejos de pertenecer sólo a la vanidad de millonarios con sobrantes de dinero y culpa, es en verdad parte de la tradición norteamericana que se funda en raíces religiosas y es una consecuencia de la acción social producto de la libertad de cultos.
Sorman tiene una impronta personal en sus temas y un estilo accesible, amable pero a la vez polémico, con posiciones fuertes, claras y sin rebusques. En diálogo con PERFIL, el ensayista se explayó sobre estas cuestiones y no evadió reflexiones sobre la coyuntura política francesa, el terrorismo islámico, el futuro de la Argentina y los Kirchner.
—¿Podría describir cómo funciona la filantropía en Estados Unidos?
—Estados Unidos es el país que lidera las actividades no rentables y filantrópicas en el mundo. La filantropía representa el 10% de la economía norteamericana. Todos los estadounidenses donan su tiempo a través del voluntariado. La filantropía no concierne sólo a millonarios o billonarios como Gates o Soros, ellos son sólo la punta del iceberg con mejores relaciones públicas. Realmente, todos los estadounidenses son apasionados del voluntariado. No dar al otro incluso se puede ver como poco americano. Si uno no tiene en cuenta las actividades no redituables, no se entiende realmente a Estados Unidos. Es un país fundado en tres pilares, no dos: el mercado, el gobierno y la filantropía. A menudo algunos piensan que los americanos hacen donaciones porque de ese modo logran eximir el pago de ciertos impuestos, pero esa explicación no me parece satisfactoria porque la filantropía comenzó antes de que el régimen impositivo existiese, y por otra parte, cuando se hacen actividades voluntarias por una causa no se retira ningún impuesto.
—Pareciera que es una actividad propia de la tradición norteamericana. ¿Cómo se da en Europa y América Latina? ¿Encuentra diferencias?
—Las raíces de la filantropía son profundamente norteamericanas: vienen de un gobierno débil del cual no se espera mucho más que de las tradiciones cristiana y judía. La mitad de las actividades filantrópicas todavía hoy están relacionadas con los diferentes cultos y religiones de los Estados Unidos. En Europa y América Latina la filantropía ha estado históricamente relacionada con la Iglesia Católica; a medida que la influencia del catolicismo decayó, la filantropía también. Asimismo, las ideologías socialistas han reemplazado la influencia de la Iglesia al mover la acción social a una función del Estado. Esta es la razón que está cerca de matar la filantropía en América Latina y Europa, y que a la vez genera que haya personas que tienen la expectativa de que el gobierno se encargue de la pobreza, los conflictos sociales, la educación, la cultura, etc. La diversidad y la pluralidad de la filantropía fueron reemplazadas por el monopolio del gobierno.
—¿Ve alguna conexión entre filantropía y liberalismo?
—Efectivamente, no hay sociedad liberal sin un fuerte sector de filantropía y voluntariado. El liberalismo considera a los monopolios un mal porque sofocan la innovación, los liberales consideran que ni el gobierno ni el mercado pueden solucionar todos los problemas. Uno puede ver muchas situaciones en las que el mercado no funciona porque lo rentable no está involucrado, pero a la vez el gobierno tampoco funciona porque no sabe cómo hacerlo. La solución de problemas sociales como las adicciones, la violencia, la educación o la pobreza requiere un espíritu de innovación, de pruebas y errores. Sólo el sector filantrópico puede probar nuevas soluciones, porque no busca la rentabilidad como los empresarios ni la popularidad electoral como los políticos. En una sociedad liberal se necesita un Estado mínimo, focalizado en las funciones básicas, como la seguridad; se necesitan mercados fuertes que generen trabajo, y un tercer sector que busque soluciones en educación, cultura o pobreza.
—En el libro describe los imperativos sociales de millonarios como Rockefeller, Carnegie, Soros o Bill Gates. ¿De dónde viene esa necesidad?
—Los millonarios en la tradición americana no se declaran genios. Usualmente reconocen que tuvieron suerte y por lo tanto dicen que tienen la obligación moral de devolver algo a cambio. No devolver nada a la sociedad se vería como algo extraño y repudiable. Las reales motivaciones de los millonarios son desconocidas: pueden ser actos realmente generosos, de narcisismo, vanidad... no importa, y tampoco interesa demasiado. Gracias a esos millonarios y billonarios, los Estados Unidos tienen una cantidad extraordinaria de museos, universidades, salas de conciertos, hospitales. ¿Podría el mero pago de impuestos darnos algo similar o mejor? No lo creo. Sería dinero que iría en gran parte a la corrupción, y los billonarios evadirían sus impuestos. Otra característica no menor en los billonarios es su procedencia: todos son self-made men, ninguno tiene origen aristocrático. En Europa y América Latina hay dinastías de familias que heredan todo sin dar nada. En Estados Unidos, los billonarios no inician dinastías sino que fundan una biblioteca o un hospital.
—¿Qué le parecen las intervenciones de Estados Unidos y su coalición en Siria e Irak para combatir al grupo terrorista EI?
—El terrorismo árabe es realmente un gran peligro, pero primero que todo contra los propios árabes. Pocos saben que las primeras víctimas del terrorismo son los árabes. El mundo árabe está atrapado desde hace siglos entre los fundamentalistas islámicos y los dictadores militares. De todos modos, éste no es realmente el mundo musulmán. Los musulmanes no árabes han hecho progresos significativos en Indonesia y Malasia. Los occidentales han sido víctimas del terrorismo islámico por accidente: el problema fue que los gobiernos occidentales apoyaron dictadores en todo el mundo árabe, desde Arabia Saudita hasta Argelia. El Occidente es castigado por los fundamentalistas por su mal juicio y su pobre estrategia. Se deberían haber apoyado partidos liberales en el mundo árabe desde hace cincuenta años, pero eso nunca se hizo, se prefirieron hombres fuertes. Fueron estos hombres fuertes, estos dictadores, los que engendraron el fundamentalismo. Quizá los ataques contra EI sean necesarios como movida táctica, pero Occidente tiene que tener una visión más amplia del mundo árabe.
—¿Tiene alguna mirada sobre el futuro político de América Latina en general y de Argentina en particular?
—América Latina está mejor: los dictadores militares desaparecieron, los derechos humanos son respetados. Incluso se ha tomado conciencia de que el mito de la revolución está en decadencia y la economía socialista es obsoleta. La tendencia global es positiva para los latinoamericanos: los habitantes viven más y una mejor vida, tienen más oportunidades y esperanza para sus hijos. Esto no era así treinta años atrás. Por supuesto que esta mirada optimista general requiere de un análisis más detallado en cada país de la región con sus problemas de violencia, pobreza, educación. Argentina es un caso en sí mismo. Este país fue salvado por sus emprendedores del sector agrícola. La dinastía Kirchner no ayudó: puso a la Argentina en un freezer ideológico, se rehusó a ver el mundo tal como es. La Argentina se volvió más nacionalista. No conozco mucho a los candidatos a presidente, pero la pregunta será: ¿sacarán a la Argentina del freezer o no?
Francia y los estereotipos
“Los líderes franceses están llenos de estereotipos y suelen tener una vida privada complicada que no se lleva bien con la mayoría de los franceses, que son mucho más conservadores que sus políticos. La mayoría se horrorizó cuando conoció que DSK era un maníaco sexual, incluso la relación de Sarkozy con una mannequin y cantante no gustó mucho. Creo que en Francia hay una nostalgia fuerte por modelos como el presidente De Gaulle y su esposa, eran la pareja perfecta.”
—Pasando a la actualidad, ¿qué le parece el gobierno de Hollande? ¿Cómo ve los recientes giros liberales que hizo?
—El problema de Hollande es que a nadie le importa su gobierno. Es totalmente impredecible, parece un peronista. Esto es lo peor para la economía, porque nadie sabe qué pasará en el futuro. Además, estamos confrontados a una constante contradicción entre el discurso de Hollande y sus decisiones. Empezó subiendo los impuestos y declarándoles la guerra a los empresarios. Ahora declara que ama a los emprendedores, pero los impuestos siguen altos y el gasto público de este año es peor que el año pasado. La única protección que tenemos contra la locura de Hollande es la Unión Europea.
—¿Qué opinión le merece el crecimiento de la figura de Marine Le Pen y del Frente Nacional? ¿Cuáles son las razones?
—La ultraderecha siempre ha sido fuerte en Francia. Es una tradición que apela a la nostalgia del viejo Imperio, cuando Francia lideraba el mundo. Muchos franceses no terminan de comprender que ya no somos eso: hoy Francia es un país mediano y sólo somos ciudadanos europeos. Esta nostalgia está exacerbada por la llegada de los inmigrantes, los habitantes de las que fueron nuestras viejas colonias hoy viven en ciudades francesas. Marine Le Pen juega con ello y propone retornar al pasado.