Si bien terminar el libro La vida por la patria, una biografía de Mariano Moreno le llevó al historiador Felipe Pigna un año, él asegura que sigue los pasos del prócer hace décadas. ¨Es uno de mis personajes favoritos y totalmente olvidado”. Lo dice desde su estudio, donde cada pared es biblioteca. “No hay ninguna fecha en la cual se lo conmemore. Ni en su nacimiento (23 de septiembre) o su muerte (4 de marzo de 1811). Sólo el 20 de junio que se celebra el Día del periodista por la fundación de su periódico La Gaceta. Pero es una fecha que lo toca tangencialmente”.
—Como digna figura de la historia argentina, fue amado u odiado, ¿por qué?
—Hay varios equívocos en torno a la figura de Mariano Moreno. Lo primero que se dice es que fue autor del Plan de Operaciones, pero no. Allí se habla de “cortar cabezas”, de “verter ríos de sangre”, que son cosas que él no escribió y se lo ha juzgado por ese documento apócrifo. El era una persona muy decidida, contraria al bando de (Cornelio) Saavedra. Era un hombre muy progresista que fue combatido por sectores de la Iglesia, por los propios británicos que se inquietaban por la medidas que tomaba Moreno.
—¿Cómo se forja su postura progresista y por qué se lo acusaba de terrorista?
—El es un gran autodidacta. De joven, cuando fue a Chuquisaca (Bolivia), tiene la suerte de caer en la casa de un obispo que guardó los libros que la Inquisición quemaba, como Montesquieu o Rousseau. Eso inclinó su vocación hacia la abogacía, abandonando la carrera sacerdotal. Igual mantuvo una vocación de servicio. Cuando volvió a Buenos Aires, trabajó en el Cabildo y defendió esclavos, viudas y soldados negros que no eran ascendidos. En sus breves siete meses en la Junta, creó la Educación Pública, la Bibliotea Nacional, la jubilación docente y cantidad de cosas que habla de una mentalidad progresista.
—¿Cree que sabía que iba a estar poco en el poder?
—Yo creo que sí, que él sabía que eso no iba a durar mucho. Uno lo ve en La Gaceta que salía una vez a la semana y permanentemente hacía números extraordinarios, donde hablaba mucho sobre la urgencia de una Constitución. El quería la formación de un Congreso, que se aprobara una Constitución para darle paso a la Independencia. Pero bueno… no casualmente lo matan antes. (Ver Una muerte anunciada...).
—Moreno defendía los derechos indígenas y las ideas liberales ¿no es contradictorio?
—No, para nada. Ambas posturas hablaban de libertad en general. Para la época, ser liberal era lo más revolucionario que había. Tenía que ver con los ideales de la Revolución francesa. Lo que pasa es que en Argentina esa idea quedó asociada a un cierto modelo económico. Moreno luchaba por las libertades, como la libertad de educación y de imprenta. Y a los indígenas ya los defendía desde muy temprana edad. Su tesis doctoral, cuando estudió derecho en Chuquisaca, era una crítica a la conquista de América. Y denunciaba la explotación de los indígenas en las minas. En su corto gobierno, promocionó la defensa de los indígenas, la instrucción igualitaria con escuelas bilingües.
—¿Le parece que el conflicto de intereses con los indígenas se mantiene a lo largo de los años?
—Sí, absolutamente. Hoy esta lucha es contra Benetton y es increíble cómo proliferan en las redes (sociales) estas mentiras tremendas de los mapuches invasores. Eso es una aberración histórica porque dice que los mapuches son chilenos cuando Chile no existía. Es interesante cómo se pone el acento en el carácter chileno invasor y no en el carácter invasor de Benetton, un extranjero invasor, propietario de 900 mil hectáreas. Con el tremendo trasfondo de que hay una desaparición forzada detrás que es inadmisible en democracia.
—En otros países latinoamericanos se ve un nacionalismo que tiene que ver con defender sus raíces. ¿Por qué eso no pasa con el argentino?
—Al repasar mis libros, veo un rasgo permanente en el argentino, que es esa perversión de buscar el lado negativo. Suele dudar de las cosas. Por ejemplo, del interés que tenía San Martín detrás, como que buscaba algo más que la libertad. Pero debemos naturalizar la historia. Eran seres humanos. Se equivocaban, dudaban. No digo ocultar lo malo, pero no exaltar sólo eso. El tema es valorar lo que hicimos bien y criticar lo que hicimos mal. Eso también es nacionalismo.
Las cartas de un amor
No todo es sangre y lucha en la vida de Mariano Moreno, también vivió una historia de amor con su mujer, que según Pigna fue a segunda vista: “Parece como sacado de una novela. Cuando él ve el cuadro de ella en un negocio en Chuquisaca, pregunta si esa chica existe y le dicen que sí, que es María Guadalupe Cuenca. Cuando la conoce, se enamoran ya “a segunda vista”. Se casan y tienen un hijo. Pero cuando él viaja a Londres, ella espera a que él le escriba. Mientras tanto, ella le manda 14 cartas (que se encuentran en el libro), sin saber que él ya estaba muerto. Parte de su último escrito dice así: [...) Por vos mismo puedes sacar lo que cuesta esta nuestra separación, y si no te parece mal que te diga, que me es más sensible a mí que a vos, porque siempre he conocido que yo te amo más, que vos a mí, perdóname, mi querido Moreno, si te ofendo con esta palabra, no tengo más que decirte. Adiós mi Moreno, no te olvides de mí, de tu mujer María Guadalupe Moreno (29 de julio de 1811).
Una muerte anunciada
El 4 de marzo de 1811, Moreno murió tras recibir del capitán del barco en el que viajaba a Europa una dosis excesiva de medicación para sus mareos. “La dosis era seis veces superior a la indicada y de ese capitán no hubo más registros. No hay claridad de que se trata de una conspiración, pero claramente lo mató. Los testimonios son concluyentes, tanto el de Guido como el de Manuel Moreno, que estaban en el barco. No digo que Saavedra lo haya mandado a matar, pero se alegró con su muerte”, dice Pigna, que suma cosas sospechosas antes del viaje: “Su mujer había recibido un traje de viuda con el mensaje ‘pronto lo iba a necesitar’. Y poco antes de partir, Moreno firmó un contrato de compra de armas para el gobierno con una cláusula que decía qué hacer en caso de que falleciese”.