El tratado de paz firmado en el Palacio de Versalles el 28 de junio de 1919 entre los Países Aliados (Rusia, Francia, Gran Bretaña) y Alemania, en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles, puso fin formalmente a la Primera Guerra Mundial (llamada entonces La Gran Guerra). Este tratado implicó el sometimiento del derrotado Imperio Alemán a un riguroso régimen de desarme. Fue prácticamente obligado a asumir toda la responsabilidad por los daños morales y materiales del conflicto mundial que hasta entonces no había tenido precedentes en la historia.
Los términos y las decisiones del tratado fueron adoptados por los “cuatro grandes”. Así se denominó a los primeros ministros David Lloyd George, de Inglaterra, Vittorio Emanuele Orlando, de Italia, Georges Clemenceau, de Francia y Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos. Este último fue quien encabezó los temas de discusión y propuso los famosos “14 puntos” que iban desde el derecho de los pueblos a la libre determinación hasta la creación de la Organización Internacional del Trabajo.
Entre los puntos del Tratado de Versalles, que entró en vigencia en enero de 1920, se encuentra la creación de dos organismos internacionales que tendrán distinto
destino: la Sociedad de las Naciones (SDN) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT). La primera, integrada por los gobiernos de los países miembros, sucumbirá por la crisis de las democracias liberales y el ascenso del fascismo y el nazismo en Europa. La segunda, integrada en forma tripartita por gobiernos y representantes de trabajadores y empresarios, será un pilar del orden multilateral que, tras la Segunda Guerra Mundial, se sumará al conjunto de instituciones y organismos internacionales del sistema de Naciones Unidas.
Entreguerras. La creación de la Sociedad de las Naciones tenía como principal, y al momento casi único, objetivo evitar que un conflicto semejante se repitiera. Sin embargo se le prohibió a Alemania la entrada a la Sociedad ya que se consideraba que habían sido esta nación y sus aliados los causantes y únicos responsables de la guerra. En lo inmediato ayudó a solventar pacíficamente algunos conflictos en el período inmediato de posguerra y habilitó el ingreso de Alemania en 1926; sin embargo, cuando la situación internacional se enturbió tras la gran depresión de 1929, la Sociedad de las Naciones se mostró totalmente incapaz de mantener la paz. En veinte años, el derrumbe de las democracias europeas y el ascenso de los fascismos militaristas condujeron a un nuevo y más devastador conflicto bélico global. La SDN no pudo resolver los graves problemas que se plantearon durante las décadas del 20 y del 30, pero la importancia de su surgimiento radica en haber dejado los pilares de una organización internacional que tras la Segunda Guerra será antecedente directo de las Naciones Unidas.
Repercusiones en Argentina. Si bien nuestro país fue parte de la fundación de la SDN, el 7 de diciembre de 1920, durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, se retiró del organismo ante el rechazo de los vencedores de la guerra a la postura de la representación de nuestro país, que había propuesto no discriminar entre los Estados soberanos, según la doctrina de que “la victoria no da derechos”.
Tras obtener el acuerdo del Senado, el Poder Ejecutivo nombró, en octubre de 1920, a la delegación que representaría a la Argentina en la Liga de las Naciones. Estaba encabezada por el canciller Honorio Pueyrredón e integrada por el entonces embajador argentino en París, Marcelo T. de Alvear; el embajador argentino en Viena, Felipe Pérez; el consejero Roberto Levillier y el asesor técnico Daniel Antokoletz.
Yrigoyen instruyó a la delegación argentina, indicando que nuestro país no debía ingresar al organismo si este no admitía a todos los países, sin tener en cuenta si fueron vencedores o vencidos en la Primera Guerra Mundial. El canciller Pueyrredón, después de un arduo debate interno, pronunció un discurso en Ginebra fundamentando la posición argentina y anunciando que nuestro país se abstendría de participar en la SDN: “La Argentina jamás hizo fundar su derecho sobre el triunfo de la fuerza” y así proclamó el principio de que “la victoria no da derechos”, para agregar más adelante: “La Argentina no participó del establecimiento de la Liga de las Naciones, ni cuando se discutió el tratado de Versalles”. Además, puso de manifiesto “la necesidad de establecer una cooperación económica entre los Estados responsables, a fin de asegurar y mejorar la suerte de los pueblos, sobre la base de sus intereses verdaderos y de igual trato recíproco”.
La situación gremial en el país seguía siendo conflictiva. Un año antes, en enero de 1919, se había producido la violenta represión de la protesta en los Talleres Vasena que terminó en la llamada Semana Trágica, con cientos de muertos y episodios ignominiosos con las características de un verdadero “pogrom” contra la población judía en el barrio de Once. Los sucesos tuvieron tanto eco internacional que la Embajada de Estados Unidos informó una cuantificación precisa, contabilizando 1.356 muertos. La embajada de Francia, por su parte, destacó que habían muerto 800 personas y 4 mil habían sido heridas.
Paz internacional y justicia social. La constitución de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) fue elaborada entre enero y abril de 1919 por una Comisión del Trabajo establecida por la Conferencia de Paz que se reunió por primera vez en París y luego en Versalles. La Comisión, presidida por Samuel Gompers, presidente de la Federación Estadounidense del Trabajo (AFL), estaba compuesta por representantes de nueve países: Bélgica, Cuba, Checoslovaquia, Francia, Italia, Japón, Polonia, Reino Unido y Estados Unidos. El resultado fue una organización tripartita, la única en su género con representantes de gobiernos, empleadores y trabajadores en sus órganos ejecutivos.
La fuerza que impulsó la creación de la OIT fue motivada por consideraciones sobre seguridad, humanitarias, políticas y económicas. Al sintetizarlas, el Preámbulo de la Constitución de la OIT decía que las altas partes contratantes estaban “movidas por sentimientos de justicia y humanidad así como por el deseo de asegurar la paz permanente en el mundo...”. Esas demandas eran tan reiteradas y la situación social era tan inestable que el extracto de texto de la Constitución que sigue a continuación pone de manifiesto una de las principales inquietudes en la Conferencia de Paz: “...Hay un malestar tan grande que la paz y la armonía mundiales se ven amenazadas...”.
Esta afirmación atribuía claramente a esta organización un papel ligado intrínsecamente al fin de la Primera Guerra Mundial y un rol esencial en el mantenimiento de la paz. El Preámbulo reflejaba las ideas centrales de la OIT, con vigencia hasta nuestros días: la paz universal y permanente solo puede basarse en la justicia social; existen condiciones de trabajo que entrañan tal grado de injusticia, miseria y privaciones para un gran número de seres humanos; el descontento social constituye una amenaza para la paz y la armonía universales; es urgente mejorar dichas condiciones considerando que si cualquier nación no adoptare un régimen de trabajo realmente humano, esta omisión constituiría un obstáculo a los esfuerzos de otras naciones que deseen mejorar la suerte de los trabajadores en sus propios países.
En octubre de 1919 se celebró la primera Conferencia Internacional del Trabajo (CIT), en un contexto de esperanza y expectativas. Sus delegados, reunidos en Washington DC, iban a impulsar diversas iniciativas, establecidas en el Tratado de Versalles, referentes al mundo del trabajo. Al clausurarse la Conferencia un mes más tarde, el 29 de noviembre, se habían aprobado seis convenios, seis recomendaciones y 19 resoluciones. El primer convenio de la OIT trataba de la regulación de las horas de trabajo, una de las inquietudes que subyacían desde hacía mucho tiempo en materia de legislación laboral. En virtud del mismo, se estableció la jornada de ocho horas y la semana de 48 horas en el plano laboral. La estipulación de la cantidad de horas de trabajo siguió figurando en el programa de la OIT durante los decenios de 1920 y 1930.
Libertad de agremiación y representación tripartita. En su primera Constitución, la OIT reconoció en 1919 “el principio de libertad sindical”. Sin embargo, no logró un éxito a corto plazo con respecto a la aprobación de las normas necesarias para garantizar tal derecho. La situación cambió a raíz de la aprobación por la Organización de sus convenios fundamentales números 87 y 98 sobre libertad sindical, derecho de sindicación y negociación colectiva en 1948 y 1949. La sede de la OIT quedó establecida en Ginebra, Suiza, en el verano de 1920. Albert Thomas, francés, se convirtió en el primer director de la Oficina Internacional del Trabajo, la secretaría permanente de la Organización. En la Argentina, el 27 de agosto de ese año salía al aire la primera transmisión radiofónica: desde el Teatro Coliseo cuatro muchachos aficionados pasan completa la obra Parsifal de Richard Wagner, dirigida por el maestro Félix Weingartner. Así, nace la radiofonía en el país, el primero del continente en este campo.
La presencia argentina en las primeras conferencias constitutivas de la OIT no estará exenta de controversias. El representante de la Federación Sindical Internacional, León Jouhaux, figura legendaria que será secretario general de la organización hasta 1947, cuestionó la decisión del gobierno de Yrigoyen de nombrar al dirigente ferroviario de La Fraternidad Américo Baliño como integrante del sector en lugar de hacerlo con algún miembro de la FORA, entidad representativa de los sectores anarco-sindicalistas. La OIT sesionó en Génova en junio de 1920 y allí fue el dirigente marítimo Pedro Di Quattro. En los años siguientes, hasta la Sexta Conferencia, los dirigentes sindicales estuvieron ausentes de las reuniones.
Un siglo después, hace unos meses, el actual director general de la Organización, Guy Ryder, afirmaba que la OIT “fue el resultado más positivo y duradero del Tratado de Versalles” y que “su nacimiento supuso el primer paso en la construcción del sistema multilateral, y un antecesor de las actuales Naciones
Unidas. Estaba facultado para negociar y supervisar las normas mundiales del trabajo mediante la acción conjunta de los gobiernos, los trabajadores y las trabajadoras y los empleadores”. Asimismo, reconoció que la trayectoria durante sus primeros cien años de vida “no siempre fue en línea recta” y que desde sus inicios “fue puesta a prueba por las turbulencias de la historia y las crisis económicas y sociales”.
*Periodistas e historiadores.
Autores, entre otros, de La lucha continúa. Doscientos años de historia sindical en la Argentina (Ediciones B/Vergara, 2012).
Colaboró Vittorio Petri.