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dialogo con florent guenard

Trump y Le Pen hacen pensar en el límite de la democracia

Un tema recorre la obra del pensador francés: ¿cómo analizar el sistema de gobierno más global? ¿Resuelve los problemas humanos acuciantes? En esta entrevista, intenta contestar qué es lo esencial de lo democrático. ¿El voto? “No, es más que un procedimiento”, afirma.

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Populismo. El filósofo propone una mirada plural, de caleidoscopio sobre la sociedad actual para entender fenómenos como el de Trump y Le Pen. | cedoc

Invitado por el Centro Franco Argentino de la Universidad de Buenos Aires y la Embajada de Francia en la Argentina, el filósofo Florent Guénard dictará una seminario y participará de La Noche de La Filosofía.

—En su reciente libro “La democracia universal”, reconociendo la realidad histórica de la democracia occidental, tanto como las exigencias normativas del concepto de democracia, usted concluye que la universalización de la democracia requiere una reforma completa de su concepto, así como el pleno reconocimiento de las condiciones fácticas, históricas y plurales de su implementación. Tomando de Arjun Appadurai la noción de “idéoscape”, anuncia, a modo de conclusión, el germen de un programa para pensar la universalización de la democracia en el comienzo de este nuevo siglo. ¿Podría exponer los rasgos fundamentales de este posible programa?

—En esta obra me interrogo sobre la idea de un modelo democrático y sobre la universalidad que le adjudicamos hoy en día. Esta universalidad ha podido justificar políticas de promoción de la democracia de las cuales la invasión de Irak por parte de los Estados Unidos es un ejemplo significativo y dramático. La crítica poscolonial nos alerta con razón contra esta tentación de una universalización demasiado rápida, que tiende a negar las singularidades históricas y las determinaciones locales. ¿Pero, es sin embargo, necesario rechazar toda idea de universalismo democrático? Sería no advertir que cuando los pueblos se sublevan para derrocar a los regímenes autoritarios que los oprimen, toman como modelo e invocan experiencias pasadas o presentes de liberación, a fin de que éstas provean a los actores a la vez claves para comprender lo que hacen y un lenguaje que les permita unirse en una lucha política. Se trata de hecho de un imaginario democrático universal, un conjunto de principios, imágenes o argumentos que podemos movilizar. En un mundo en el que las referencias están cada vez más globalizadas, las reflexiones sobre el universalismo democrático no deben partir de los modelos que produce la teoría política sino de las representaciones democráticas movilizadas por los propios actores.

—Pareciera que esta concepción de la democracia como caleidoscopio, instaura una resistencia irreductible para la filosofía política, o al menos para el intento disciplinar, pero también político, de fijar tanto la significación y la extensión del concepto, como la legitimación de los procesos históricos abarcados. Sin embargo, ¿mantiene Ud. que lo propio de la democracia, a través de todas sus variantes, es la autodeterminación en condiciones de libertad e igualdad de la ciudadanía, como legitimación última del poder estatal? ¿Sería éste un núcleo normativo irrenunciable?

 —Es indiscutiblemente difícil dar una definición de la democracia que pueda incluir todas sus manifestaciones históricas. Sabemos, por ejemplo, que los demócratas atenienses consideraban la elección como un principio no democrático, mientras que hoy, en algunas perspectivas, se define la democracia precisamente como un procedimiento electoral. Pero a pesar de estas variaciones históricas, creo que hay que mantener la idea de que la democracia es el nombre que damos al proyecto político de autoinstitución por el cual la sociedad entera se constituye en sujeto eligiendo o inventando las formas por las cuales pretende gobernarse. Este proyecto de autoinstitución no puede reducirse a una simple designación de los gobernantes a través de tal o cual método: ella implica valores, principios, objetivos. Para decirlo de otra manera, el proyecto democrático no es separable de la justicia social. Tal definición sustancial de la democracia permite de hecho comparar las diferentes experiencias democráticas que han tenido lugar en la historia.

—Usted distingue con mucha sutileza entre la significación del “caso americano” y el de “la Revolución Francesa”, para la historia de la democracia. ¿Puede esta diferencia enseñarnos algo en relación al avance de Donald Trump en EE.UU. y de Marine Le Pen en Francia? O, por el contrario, ¿ejemplifican ambos procesos, de modo convergente, los problemas de la constitución de un modelo universal de democracia?

—Trump y Le Pen evidencian lo absurdo de una definición exclusivamente procedimental de la democracia. Sólo podemos decir que están en el juego democrático si consideramos que la democracia no es más que una manera cómoda de darnos gobernantes. Pero esta definición mínima de la democracia es una restricción arbitraria del proyecto democrático. Si la democracia puede aparecer como el régimen de la legitimidad, es porque es el régimen de la libertad y de la igualdad, y éste no puede manifestarse solamente por el igual derecho al voto. Supone que sean concretamente implementadas políticas de igualdad y de libertad. Trump y Le Pen no son consecuencias de la democracia, sino lo que amenaza sus fundamentos más substanciales.

—Usted se dedicó a estudiar el populismo, ¿qué visión tiene de la relación entre populismo y democracia en Latinoamérica?

—Resulta muy difícil tener una visión precisa de lo que abarca el término “populismo”, ya que es un término discriminante con el cual se califican experiencias históricas muy diferentes, cuyos rasgos comunes son la crítica del régimen representativo y un cierto rechazo del populismo. La historia del populismo en América Latina prueba que este fenómeno político mantiene una relación equívoca con la democracia. Está dentro de la democracia cuando alerta contra las elites o contra las mediaciones institucionales que no desempeñan su papel o confiscan el poder. Está fuera de ella cuando se traduce en medidas autoritarias o discriminatorias. La idea de un pueblo homogéneo en la que se apoya, y de la cual un líder podría ser el único representante, es falsa (la unidad del pueblo es una ficción) y peligrosa (la democracia debe ser un espacio de deliberación).

—¿Es, a su juicio, la democracia el problema fundamental de la política?

—Actualmente es de hecho el problema fundamental, porque todos los Estados (aparte de Corea del Norte y de ciertas monarquías árabes) se presentan como democracias. La idea democrática es a la vez  potente, tal vez como nunca lo haya sido, e indeterminada. Nos enfrentamos hoy a esta paradoja, que nos insta a renovar nuestra reflexión sobre el proyecto democrático. Yo propongo para ello otro punto de partida: partir no de una reflexión a priori sobre el concepto de democracia sino de lo que los pueblos esperan de lo que se denomina “democracia” y de las convergencias entre esas expectativas que se leen en la historia.


*Filósofo. Ex senador.