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EXILIO

Costumbres argentinas: el lado oscuro de irse del país

Historias de argentinos de distintas partes del mundo. Revelan los pro y contras de ser migrante.

Migrantes argentinos
Migrantes argentinos | Florencia Coronel

Como si se tratara de un proceso cíclico, ante cada crisis de la economía argentina vuelve a aparecer el fantasma de la emigración. La última gran ola de salida vía Ezeiza fue en 2001, que alcanzó niveles históricos. Dos décadas más tarde la historia vuelve a repetirse: muchos argentinos consideran la idea de partir en busca de un futuro diferente en Europa, los Estados Unidos o en las prósperas Australia o Nueva Zelanda. Pero, ¿Qué se esconde detrás de cada proceso migratorio? ¿Qué se gana y qué se pierde al dejar el país de origen? ¿Cuál es el lado B de este recurrente “sueño argentino”?

De acuerdo al último informe difundido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 2019, la Argentina tiene 1.013.414 emigrantes, distribuidos principalmente entre los EE.UU. y Europa (sobre todo España), que representan entre un 2 y un 3% de su población total. El perfil es, en general, de clase media y profesionales.

En nuestro país, las primeras olas emigratorias fueron de tono político y se dieron a fines de la década del ’60 durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, cuando comenzaron las persecuciones en las universidades, que motivaron lo que se conoció como “fuga de cerebros”; luego con el exilio durante la última dictadura militar en la década del ’70. Pero a partir del retorno de la democracia, esto cambió y los principales movimientos de argentinos estuvieron vinculados con los grandes vaivenes económicos.

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“A diferencia del exilio político, la emigración económica está despojada de toda épica militante y es mucho más individualista. Si en los años de la dictadura proliferaban las asociaciones de exiliados argentinos en Europa, la emigración económica estuvo marcada por la búsqueda personal de una mejor calidad de vida”, explicó el académico Carlos Alberto Scolari en su texto “Quedándote o yéndote”.

Tan es así, que los nuevos migrantes enumeran entre sus principales razones movilizantes las mejores “posibilidades”, mayor “seguridad” y “estabilidad” económica. “Me fui de la Argentina porque quería probar vivir en un lugar donde me sienta menos insegura y con mayor estabilidad económica. Yo estudiaba, trabajaba, entrenaba y sentía que, por más de que diera lo mejor de mí, nunca iba poder dejar de vivir con mis papás por ni siquiera tener la posibilidad de alquilar algo por mi cuenta. Quería dejar de tener que elegir entre irme de vacaciones, tener un auto o salir a comer afuera”, contó Carla (29), licenciada en Kinesióloga recibida en la UBA, que desde 2019 vive en Australia.

En esa misma línea, Santiago (32), un lujanense instalado en Berlín, sostuvo: “Me vine con una visa de Working Holiday, que fue la puerta de entrada a Europa, y elegí Alemania porque este es un país que te brinda una seguridad que Argentina no tiene y también te da la perspectiva para poder planificar a futuro. Si bien en Argentina nunca tuve problema en cuanto a la estabilidad económica, porque siempre me fue bastante bien, sentía que había llegado a un techo que no podía superar”.

Por su parte, Florencia (29), licenciada en Ciencias de la Comunicación, atribuye su partida del país al aburrimiento. “Tenía mi monoambiente, mi pareja, mis gatos y un trabajo estable. Fue algo más profundo de decir ‘no me parece que toda tu vida tengas que vivir en un mismo lugar’”, contó la joven que desde hace más de dos años está en Barcelona.

Si bien la migración se presenta como solución individual a la desigualdad de oportunidades y hay una idealización de la experiencia de vivir en el exterior, muchas veces motivada por seudo debates en los medios de comunicación, se debe prestar atención a la letra chica o las bases y condiciones del proceso migratorio puesto que “no todo lo que brilla es oro”.

Exilio

Papeles. Antes de emprender viaje, es necesario obtener determinados documentos y realizar diferentes trámites para poder vivir y trabajar en el exterior. Cada país tiene sus reglas para sacar sus visas y residencias, por lo que conlleva algunas dificultades que pueden transforme en grandes complicaciones.

“El 21 de febrero nos tomamos el vuelo a Madrid. Al llegar me sentía un poco inquieta porque no conocía físicamente el lugar y me preguntaba si sería igual que Buenos aires. Además, éramos conscientes de que se nos venían meses duros por el tema de los trámites, que llevan su tiempo. Teníamos que oficializar la ciudadanía italiana de Maxi para que pudiera trabajar en España y mis papeles como esposa de familiar de comunitario de la Unión Europea”, comentó Luciana (30), licenciada en Periodismo, que a principios del 2020 se mudó a España con su marido, Maximiliano.

Luego de presentar toda la documentación requerida, justificar solvencia económica y contratar el seguro médico, su marido pudo obtener el Número de Identidad del Extranjero (NIE), según contó Luciana. Sin embargo, los problemas se presentaron cuando el expediente de ella fue devuelto con un “No favorable”. “Sentí que se me venía el mundo abajo, no sabíamos qué hacer, cuál era el paso siguiente. Hasta nos preguntamos si nos volvíamos para la Argentina o volvíamos a presentar todo”, recordó. Y agregó: “Al mes y medio, cuando se cumplía el plazo de permanencia legal, me salió el ‘Favorable’ después de tanto sufrimiento y angustia, porque además lo agravaba la situación de estar en medio de una pandemia, encerrados, no saber qué pasaba, el hecho de estar en un país que uno no conoce. Fueron meses muy duros para nosotros”.

Por su parte, Milagros (29), licenciada en Periodismo, que desde julio de este año reside en Copenhague, señaló: “Dinamarca es un país perfecto, es hermoso, donde se gana súper bien, aunque labures de lo que sea, pero tenes que pasar tantos trámites que eso te desgasta. Es como un círculo: primero tenes que conseguir una casa, con el domicilio podes registrarte; luego conseguir un trabajo; con el contrato de trabajo abrir una cuenta en el banco, con el banco otra cosa…. y así es toda una cadena. Todas esas cosas te hacen desestabilizar porque no es que es simple y rápido, y es uno de los temas de los que nadie habla”.

“Acá, en Australia, para todo vas a necesitar un certificado, lo que hace que sea más engorroso o te hace gastar plata. Por ejemplo, si querés trabajar en construcción te van a pedir la White Card, o de babysitter te piden un certificado para cuidar chicos. No digo que esté mal ni que sea algo negativo, pero a veces se hace un poco más difícil”, aportó Carla.

Barreras culturales. Más allá de los trámites y cuestiones burocráticas, el migrante debe atravesar un proceso de adaptación y sociabilización, que implica cambios y resignaciones.

“Soy consciente de que cada experiencia es diferente, pero me dio la sensación de que no somos tan bienvenidos como se cree. Todavía hay un poquito de eso de ‘el inmigrante viene acá a quitarnos plata de nuestros trabajos’, ‘viene a vivir del Estado”. Eso lo escucho mucho”, indicó Santiago. Y añadió: “Lo que noté más difícil y que hoy en día es un desafío para mí, es lidiar con la rudeza del alemán, porque hay veces que roza lo agresivo, como que muestra una supremacía. Lo acepto porque es algo cultural, pero no lo comparto. Suena súper horrible pero eso me llevó a replantearme si éste será el lugar donde quiero estar realmente, donde todo el mundo te grita, te trata mal, que te mira mal... Son todas estas cuestiones que desde afuera no se ven, porque en la vidriera te muestran todo lo lindo: un país súper estable, donde hay trabajo, donde la calidad de vida en general es excelente, pero en el día a día te enfrentás con ciertas personas o situaciones que te hacen frustrar”.

“El insertarse en otra cultura al principio cuesta mucho, si bien uno trata de rodearse de personas de tu país, después te terminás mimetizando o acostumbrando y empezás a parecerte a ellos: como que te ponés fría, te ponés una coraza y podés pasar meses sin abrazar a alguien. Acá hasta el clima determina mucho: hace frío, a las tres de la tarde ya se hace de noche, a las siete y media amanece, son pocas horas de luz, el sol casi ni lo vemos y eso influye en el humor y el comportamiento de las personas, y ahí uno entiende por qué la gente de acá es así”, señaló Milagros.

“La migración es un golpe muy duro a la identidad, a quién soy yo cuando nadie me conoce. Quién soy yo cuando no tengo tal título, no soy de tal familia, de tal barrio, de tal colegio. No te conoce nadie y eso puede ser una gran oportunidad para renacer, para reconstruirte, pero en algunas personas puede generar depresión, aislamiento”, explicó Alejandra Murray, licenciada en Psicología y especialista en Salud Mental en Migrantes.

Vacaciones: los requisitos en el mundo

Residencia y Trabajo. El migrar también contempla resignar comodidades, sobre todo en lo referido al trabajo y el hogar. Esto es, para un recién llegado poder vivir solo es casi impensado puesto que el costo de los alquileres en las grandes urbes es muy elevado y además los requisitos impuestos son inalcanzables.

“Un estudio, lo que sería un monoambiente, sale desde 800 euros para arriba en el centro de Madrid. A eso tenes que sumarle el mes de fianza, los servicios y te piden que tengas un año de antigüedad laboral. Son muchos requisitos, mucha plata, muchos papeles que cuando uno llega no los tiene”, contó Luciana.

En tanto, Florencia señaló que en Barcelona “no se da tanto la movida de vivir sola, se usa mucho el compartir y no solo con amigos sino también con extraños. O sea, vos alquilás por habitación. Por un lado, está bueno porque al compartir pagás menos y podés ahorrar para otras cosas. Pero por otro, lo no tan positivo es que podés tener buenas experiencias como malas, es una lotería”.

En Berlín, según comentó Santiago, “es muy común que los departamentos se compartan entre dos o hasta cinco personas, y cada quien tiene su habitación. Por eso, muchas veces cuando querés alquilar una habitación tenes que pasar por un proceso de casting”.

Por su parte, Carla, desde Australia, reconoció que “al principio todo es muy caro”, y “tenés que contemplar el gasto del viaje y de las primeras semanas hasta conseguir un trabajo, por lo que tenés que venir con un ‘colchoncito’ de plata”.

En lo referido al trabajo la principal limitación o resignación reside en que para los migrantes resulta muy difícil, por no decir imposible, poder encontrar un empleo que sea afín a su carrera o estudios.

“Los laburos que hacemos las personas que venimos del exterior son ‘trabajos no calificados’. Hay que desmitificar esto de que ‘ay, sí, yo tengo un título y me vine a laburar de lo que estudié’, porque la realidad es que si no manejas el idioma oficial, por ejemplo el danés, conseguir trabajos profesionales es muy difícil”, reconoció Milagros, quien actualmente trabaja en una empresa de housekeeping, realizando tareas de desinfección por coronavirus, en un colegio de Dinamarca.

“Desde que llegué siempre trabajé de camarera o bartender, pero ahora con el Covid-19 está todo más complicado en ese rubro, por lo que empecé a enfocar la búsqueda en lo mío y me cuesta realmente. Te piden título validado, o que sepas catalán. En el caso del periodismo, hay muchos medios que te piden que redactes en ese idioma, por lo que se vuelve un limitante excluyente”, explicó Florencia.

En tanto, Carla, que ahora trabaja como masajista pero que inició como niñera y viviendo con una familia australiana, señaló que después de un año comienzan a aparecer ofertas laborales más afines a su carrera vinculadas con el deporte, específicamente con el rugby, una insignia de aquel país.

“En términos generales, los migrantes planifican lo que quieren hacer, contemplan la posibilidad de resignar comodidades, son conscientes de que van a empezar de cero y que hay que pagar un derecho de piso. El tema es que hay cosas que no las sabes hasta que las haces. No sabes cuán duro es hasta que pasas por la experiencia”, explicó la psicóloga Murray.

 migraciones

Pese a tener que poner en pausa su carrera profesional, en la que han invertido esfuerzo y varios años de su vida, la mayoría de los migrantes reconoce que estos trabajos aun siendo “no-calificados” le permiten ahorrar y le dan estabilidad. Los jóvenes coinciden en que no tienen que estar contando la plata o especulando sobre cuánto tengo. “Los sueldos te alcanzan. Te dejan alquilar, comer, salir a tomar algo o comer afuera, viajar, etc. Tenes estabilidad aun con sueldos que son bajos en comparación con los de los residentes locales”.

Murray explicó que está capacidad de “adaptación” de los migrantes, sometidos a condiciones y tareas muy disimiles de las que realizaban en su país de origen, está relacionado con la edad, con el ser joven. “No es lo mismo hacer esto a los 20 que a los 40. A medida que va pasando el tiempo uno va rigidizando modos y la flexibilidad es una condición sine qua non para migrar”.

Sin embargo, al mismo tiempo explicó que un comportamiento típico en el migrante es en algún momento preguntarse “qué estoy haciendo acá, qué estoy haciendo con mi vida y qué voy hacer”. “Al principio, todo muy lindo con los distintos trabajos y es todo una aventura hasta que la aventura se termina y te preguntás ¿esto es lo que voy a hacer el resto de mi vida?”

“Cuando viajás a un lugar distinto empezás a descubrir cosas tuyas que antes no veías con tanta claridad porque estabas en tu zona de confort. Pasas por tantas cosas a flor de piel, por tantos trabajos, situaciones y circunstancias que cuando haces una síntesis de quien eras antes de migrar y lo que fuiste aprendiendo después, alcanzas como una nueva amplitud de consciencia, hay todo un redescubrir personal”, detalló la especialista. Construís una identidad como híbrida entre las cosas que vos traías y lo nuevo, que surge del descubrirse a sí mismo en un contexto nuevo”, concluyó.

Más allá de los pros y los contras que contempla la vida de migrante, lo cierto es que, en la Argentina, hay una tendencia a idealizar la vida en otros países, a alimentar espejismo de que lo de afuera siempre es mejor, y desconocer u ocultar ese lado B al que no le da la luz, que pone en evidencia que migrar no es tan sencillo y que, desde el vamos, no representa una opción para todos. Y no sólo se trata de ganar.