ESPECTACULOS

Algo más que un festival

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Hoy termina la novena edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente. En noviembre de 2004, cuando Fernando Martín Peña asumió la dirección artística del Bafici, prometió mostrar menos películas que hasta entonces y estar más cerca del INCAA y más cerca del Festival de Mar del Plata. Desde entonces, el festival creció de unos 300 títulos a 500, escaló una batalla feroz por las películas con Mar del Plata y el propio Peña terminó abiertamente enfrentado con las autoridades del INCAA, a las que les ha reprochado en público no sólo haberle retaceado el apoyo al Bafici sino haber mentido sobre su conducta al respecto.

Una hostilidad semejante entre las dos instituciones no se repetía desde los tiempos en los que el INCAA estaba bajo la administración menemista de Julio Mahárbiz y el Bafici bajo el delarruismo de Darío Lopérfido. En años posteriores, con Ibarra como jefe de Gobierno y Telerman o Gustavo López (hoy operador kirchnerista) en el área de cultura de la Ciudad, desde el Instituto de Cine se siguió odiando secretamente al Bafici, pero el ente apareció como sponsor del festival. De ese modo, la presencia de las autoridades en las ceremonias de apertura y de clausura pasó a ser obligatoria y contribuyó a darles a los actos oficiales de un festival de cine ese carácter funerario que crea la acumulación de funcionarios de traje oscuro.

La tensa situación actual, sumada a la posición cada vez más distante del jefe de Gobierno frente a las autoridades nacionales, tuvo una consecuencia muy auspiciosa en la inauguración del festival. Por primera vez en su historia, el público no debió soportar al intendente, ni al ministro de cultura, ni a otros funcionarios en el escenario y el festival tuvo el bautismo que le corresponde a un hecho artístico con un único, pertinente y distendido discurso a cargo de Peña. Tal vez se inicie aquí una costumbre civilizada: la ausencia de los políticos donde nada tienen que hacer.

Es importante señalar que fue un gran acierto de Peña desviarse de sus intenciones originales. Es que el Bafici tiene una lógica propia que su dirección artística no puede sino acompañar para que el evento continúe su notable trayectoria ascendente. El aumento sostenido del público y del prestigio internacional lo han convertido en el festival más importante de América latina y en el momento más brillante del calendario cultural de la Ciudad, además de referencia obligada para el cine nacional más valioso. El secreto de ese éxito, y eso es lo que Peña y su equipo advirtieron a tiempo, es una apuesta decidida por un cine innovador y cosmopolita y la defensa del perfil artístico sobre cualquier compromiso. Pero una propuesta semejante, signada por la creatividad y el riesgo, tiene enemigos ideológicos permanentes, más allá de las coyunturas políticas. No sólo entre los funcionarios, sino entre muchos integrantes del medio cinematográfico, una irreverencia semejante despierta los rencores más irracionales y sólo el éxito incuestionable del Bafici ha impedido que los que reclaman contra fantasmas tales como el esnobismo, el elitismo y la extranjerización sean tenidos seriamente en cuenta. Lo que no impide que esas voces oscurantistas y autoritarias sigan estando allí, esperando su momento.

En una situación de cierta mejoría económica, con la tradicional avidez del público porteño y con el auge de Buenos Aires como plaza turística, el Bafici sigue sin tener un techo. Los tres años de Peña a cargo de la conducción ayudaron a ratificar el diagnóstico y su íntegra defensa del festival contra la prepotencia de los funcionarios está en perfecta sintonía con un espacio cuyo sentido último es la defensa de la libertad y la transparencia. Eso es lo que advierten, a veces incluso sin saberlo, los que han hecho del Bafici lo que es.