ESPECTACULOS
teatro

Del amor

Sentimental. El director hace un repaso de cómo se representa al amor en el teatro, de Romeo y Julieta a Blanche Du Bois o Antonio y Cleopatra. Patricio Contreras en su nueva obra.
| Gza. Mangani

El amor, claro, como lo percibimos hoy –si es que llegase a existir un acuerdo, un espacio de percepción común sobre el amor, cosa que creo bastante improbable– no es el mismo amor del que se habla en las tragedias griegas antiguas ni es tampoco el amor de la corte isabelina al que gustaba cantarle y escribirle William Shakespeare, no. Entendemos hoy el amor –sí, pactemos un acuerdo– como un entramado de palabras, poemas, leyendas, sentimientos, emoticones, mensajes de texto, publicidades, novelas, imposibles, series, obras, realidades, canciones, sueños. Todo esto, sí, podemos decir que es el amor. Y aún nos queda la palabra del amor cristiano, del amor platónico, del amor al prójimo, del amor fetiche…
El teatro, entonces, ¿cómo no iba a encargarse de todas estas cosas? ¿Cómo no va a hablar del amor, así como lo entendemos? Hay –es verdad– un museo del amor. Y el teatro, sí, ha colaborado en la construcción de ese museo: Fedra, Romeo y Julieta, Ifigenia, Blanche Du Bois, Antonio y Cleopatra, Electra, Orestes y tantos otros conforman modelos de amor cortés, amor pasión, amor filial, amor fraterno y etcéteras múltiples. Tengo para mí algunos favoritos, claro, de los cuales sólo nombraré tres. El primero: Antonio (el mercader de Venecia) y ese amor melancólico –que no sabe nombrar como amor– por Bassanio, Antonio y esa tristeza que arrastra y que algunos creen que es la traducción del temor hacia la pérdida de sus tesoros que navegan (y tal vez naufraguen) en alta mar, tristeza que prefiero ver como esa imposibilidad de nombrar el amor, el objeto del amor, el sujeto del deseo. El segundo: Blanche, la del tranvía (a quien ya nombré), dueña de un amor único y trágico por la belleza perdida, por el tiempo pasado, por la pasión que se retira, Blanche es la mariquita extraordinaria que muchos llevamos dentro, digna, patética, apasionada, genial, dolorosa y quimérica –no es necesario aclarar que Tennessee es Blanche, claro, y que espero, alguna vez se haga justicia y sea un hombre quien la actúe–. El tercero: Segismundo, el que descubre a Rosaura en ropas de varón, luego despierta y la ve como mujer y despierta una vez más para descubrir a Rosaura bajo forma de soldado y es ella, ahí, entonces cuando revela su género y le cuenta a Segismundo sus distintos despertares o sueños, y ahí nosotros, lectores, entendemos que esa presencia, la del amor (que es Rosaura), es la que permanece en los distintos despertares (o sueños) de Segismundo; el amor, entonces, permanece, el amor es la constante, el amor es la llave para entender la vida y el sueño.
El teatro argentino también ha ensayado este tema una y mil veces, pero destacaré algunas entre tantas. Primero: tres piezas de Javier Daulte que tienen al amor en el centro, en el corazón del corazón. Casino, Estás ahí y Nunca estuviste tan adorable son piezas que intentan dar cuenta del amor de diversas maneras. Hay en Javier –y esto lo hablamos tantas veces– una extraordinaria voluntad de vivisección del fenómeno amoroso. Segundo: recuerdo y celebro La noche en vela, del extraordinario Paco Giménez, y un maravilloso elenco glosando y celebrando el texto de Barthes (Fragmentos de un discurso amoroso). Tercero: Spam y Apátrida, de Rafael Spregelburd, son épicas de amor al discurso, a la palabra, a la ficción, a la proliferación, a la crítica y al arte. Y, cuarto, claro: Una pasión sudamericana, de Ricardo Monti, la obra que habla con la mayor claridad y el más lacerante dolor sobre la identidad de este país, una obra amorosa en todos los aspectos.
Y yo, claro, también he escrito sobre el amor. La manera de empezar una escritura es la del cortejo amoroso, se escribe para conquistar el cuerpo del otro, para entender al otro, para poseerlo. De mis pasiones por ciertos autores, de esas obsesiones como lector, nacieron obras que fueron intento de apropiación de esa literatura: Friedrich Hölderlin, Paul Celan, el Marqués de Sade, Heinrich von Kleist, Fedor Dostoievski, León Tolstoi fueron, en su momento, obsesiones que devinieron obras. La manera de ser en el otro. Y también, sí, mi trabajo se nutre de otro amor: el que siento por la música (soy Blanche, no hay dudas). Y por eso escribí Los sensuales, para escribir canciones de amor desesperado y por eso me subo a un escenario: para cantar esas y otras canciones de amor. Y, ¡oh casualidad!, para cerrar este texto, les cuento que el año que viene dirigiré a Marilú Marini en una nueva obra de Santiago Loza que lleva por nombre, claro: Todas las canciones de amor.

*Director y autor teatral. Dirige el espectáculo Patricio Contreras dice Nicanor Parra, los viernes a las 20 en el Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543, CABA).