Es la hora del almuerzo. El trailer (o casita rodante) del elenco de Montecristo ubicado en una arbolada callecita de Olivos comienza a recibir visitas. El pequeño Milton de la Canal (Matías, en la ficción) repasa su letra mientras come la última factura que dejó la mateada del desayuno. Nora Cárpena saluda como al pasar y Pablo Echarri, portador de orgullosas canas al aire, busca casi a las corridas su billetera para salir a comer, tal vez una milanesa. Luis Machín y Viviana Saccone le siguen los pasos. Por estos días, el elenco está grabando los últimos capítulos de la novela que, con un promedio de 27 puntos de rating, debió pelear todas las noches contra Sos mi vida y contra los bailarines por un sueño de Marcelo Tinelli. Así como lo hizo con Resistiré en 2003 y con Amor en custodia el año pasado, Telefe prepara su remate final transmitiendo este miércoles el último capítulo de Montecristo en el estadio Luna Park ante, lo que se estima, serán más de cinco mil personas presenciando el desenlace junto a los protagonistas de la historia.
Frente a una mesita llena de libretos y vasos de plástico, Paola Krum se tira literalmente sobre el asiento del motor home. La actriz que comenzó su carrera cantando para Pepito Cibrián en Drácula, cuando sólo tenía 19 años, saca de su bolsillo un caramelo de ananá y ofrece la mitad. Dice que está sin comer y a medio dormir. La noche anterior, el equipo de Montecristo salió a festejar los cuatro Premios Clarín que recibió a la Mejor Ficción Drama de la televisión, entre otros rubros. Protagonista de Inconquistable corazón, Por siempre mujercitas, O99 Central y Epitafios, Andrea Paola Krum (36 años, de novia hace uno con su temible marido en la ficción, Joaquín Furriel) apaga el aire acondicionado y lanza un “¿empezamos?”.
—¿ Montecristo marcó un antes y un después en tu carrera?
—La verdad es que yo no siento eso, pero debe de ser cierto porque muchos me lo preguntan (se ríe). Tal vez en unos años me dé cuenta de que ustedes tenían razón. No sé... siento que estoy creciendo. Creo que también pasa por las elecciones que una hace en esta profesión. En este caso me gustó lo no convencional. La historia partía desde la traición. La heroína ya había cagado al amor de su vida desde el principio. Y eso me interesó, poder revertir esa situación y lograr la empatía del espectador.
—¿Cómo viviste la ficción de ser hija de desaparecidos?
—Me conmovió mucho. Todo lo que uno piensa, sabe e imagina de los desaparecidos se te mete en la piel, se te filtra por los poros al momento de actuar. Era sentir algo vivido aunque no lo hubiese vivido. Ese es mi cuerpo, ésa es mi emoción y estoy ahí sufriendo.
—¿En qué te cambió hacer este personaje?
—Mi historia no sintió de cerca la desaparición de parientes o amigos. De hecho lo viví desde un lugar muy, muy ignorante, de mucha ceguera. Me atravesó por otros lugares, por el tema de la educación a partir del miedo... de lo que no se puede decir, de silenciarse. Eso creo que también es doloroso porque es como sentirse estúpido. Haber estado en un lugar y no haber visto nada te hace sentir muy tonto, muy ciego.
—Este año no hiciste teatro, ¿qué es lo que extrañás del ambiente?
—Y el teatro es el ámbito donde uno es más dueño de sí mismo. La televisión es una gran maquinaria, un negocio del que yo claramente formo parte. A veces estás sujeto a modificaciones tan crueles... Hay momentos en que no estoy de acuerdo con lo que tengo que actuar, y de todas maneras lo hago porque así son las reglas del juego.
—¿Tenés pensado volver a la comedia musical?
—La verdad, no. A propósito, aprovecho para decir que nunca me presenté en la prueba de Cabaret (se ríe). En este momento no tengo ganas de hacer comedia musical. Ya hice bastante. Es un género en el que aprendí y sufrí mucho. Además de la presión de subirte al escenario, tenés que cuidarte la voz y estar en perfectas condiciones. Demanda mucha exigencia física y vocal. Tal vez estoy cansada de eso... y por ahí necesito conectarme de otra manera con el teatro. Me gustaría encontrarme con materiales de texto.
—¿Entonces llegás a disfrutar de tu profesión?
—Lo que pasa es que el disfrute es una palabra compleja. Disfrutar no es tan fácil. Siempre está teñida de la responsabilidad y del dolor de hacerlo. Cuando yo hago teatro, todo mi día está teñido de la función que tengo a la noche. Voy a estar arriba de un escenario, va a haber gente y si estoy eufórica, dormida o despierta, voy a tener que hacerlo igual. Eso es doloroso y al mismo tiempo una pasión.
—Pero debe existir un momento de placer...
—Tengo recuerdos diciendo “¡qué bueno esto!” pero son mínimos. Por otro lado, sé que no sabría hacer otra cosa. Hay algo como inevitable. Soy personalmente tímida. Por eso, para mí, poder vencer todo eso es casi glorioso, una pequeña victoria.
Amor y trabajo. Paola Krum y Joaquín Furriel se conocieron el año pasado cuando ambos comenzaban a ensayar Sueño de una noche de verano, la obra de Shakespeare que dirigía Alicia Zanca en el Teatro San Martín. Por ese entones, Krum venía de hacer la miniserie de HBO Epitafios junto a Julio Chávez y un tiempo antes, Furriel había protagonizado la fallida telenovela de Pol-ka, Jesús, el heredero.
Hoy trabajan juntos en la misma novela, Montecristo. Allí Furriel interpreta a su marido, que lejos de ser un esposo cariñoso, termina siendo un asesino. “Como actor admiro muchas cosas de Joaquín. Él es muy inteligente cuando lee las escenas, entiende cuál es la mejor manera de contarlo. Tiene algo como muy atrevido, de mucho juego. No tiene esa cosa solemne de la actuación; por el contrario, no tiene miedo en jugar y probar”, cuenta Krum.
—¿Cómo es la maldad de Joaquín, en su papel de Marcos?
—A veces hacemos chistes de “¡Bue!, así que eras así, ¿no?”... Lo que sí te puedo decir es que yo me divierto mucho con Joaquín trabajando. Cuando sé que vienen escenas con él, me entusiasmo, me pongo contenta.
—¿Van a irse de vacaciones a Indonesia?
—Sí... tranquilos, queremos descansar. La idea es recorrer un poco, todavía no tenemos nada planeado.