Algo huele a podrido en Dinamarca, y en el resto del mundo. El hedor proviene, en casi todas las latitudes y hemisferios, de las instituciones. Si algo han dejado en claro las primeras décadas del siglo XXI, con poblaciones cada vez más numerosas y complejas, es la ausencia de representatividad y la discriminación en el acceso a la justicia, la salud, la educación o la seguridad. De eso trata, sin ir más lejos, Seven seconds, cuyos diez capítulos pueden verse en Netflix.
Un hombre conduce nervioso por Nueva Jersey, ya que su mujer está internada por lo que parece ser una complicación en el embarazo. En esa situación desesperada, se descuida y atropella algo. No lo ve. Descubre, enseguida, una bicicleta bajo las ruedas del automóvil. Descubre, entonces, el espectador, que el hombre es policía, y que acuden en su ayuda tres colegas que le aconsejan huir mientras ellos se ocupan de ocultar el cadáver.
Esta desgracia azarosa funciona en Seven seconds como un big bang: el cadáver del adolescente negro se encuentra, y a partir de ahí la trama comienza a ramificarse para mostrar cómo lo fortuito repercute en la Justicia, en la policía, en los narcotraficantes, en los barrios pobres, en los funcionarios políticos –la acción transcurre en Estados Unidos, donde los fiscales generales surgen del voto popular y no de ser parientes o amigos de funcionarios judiciales o políticos–.
Quizás una de las mayores virtudes de Seven seconds sea su carencia de hipocresía. Nadie ni nada se salva. Ni los policías corruptos, ni los jueces que administran los castigos de acuerdo a si el ciudadano es vip o de segunda categoría, ni el servicio de salud impagable para una familia de trabajadores, ni la Iglesia que pide fe al tiempo que cobra por los servicios funerarios, etc.
En ese contexto, lo más interesante que plantea la serie es el ridículo del voluntarismo. El famoso esquema de “una persona contra el poder” aquí es encarnado por una fiscal alcohólica y un policía desgraciado en el amor, ambos honestos y con todas las ganas de que el asunto se aclare. Contra viento y marea, podría decirse. Como en casi todo naufragio.
El título de la miniserie –Netflix decretó que no habrá continuación– hace referencia a cuánto se detuvieron a mirar al accidentado antes de huir. El mismo lapso, más o menos, que una persona promedio se dedica a pensar en aquello que le genera rechazo observar de frente, lo injusto e indignante, antes de volver a entregarse a su reconfortante mediocridad habitual.