Vive en Pilar, solo, ya sin la compañía de su perra Pinela, que llegó y tuvo sus cinco cachorritos ahí. Es hijo de un comerciante, Raúl, a quien le dicen Pocho (porque cuando saludaba en el escenario lo hacía con las manos arriba, gesto similar al que tenía el general Perón), y un ama de casa, Susana, y tiene dos hermanos, Ariel, su productor desde hace años, y Andrés, peluquero canino. Abel Pintos fue reconocido como personalidad destacada de la cultura de la Ciudad de Buenos Aires, por más que haya nacido en Bahía Blanca, y a sus 33 años podría jactarse de eso o de haber llenado cincuenta teatros Ópera, tener más de cien temas escritos (el primero fue Sueño dorado, que le dio enormes satisfacciones), programar el 16 y 17 de diciembre dos River completos para presentar 11, disco que lleva ese nombre por ser su undécimo CD, o de los 10,2 millones de vistas que tiene en YouTube su corte Oncemil, los 22,5 millones que tiene la versión en vivo de su éxito Motivos, o los más de 35 millones que suma Aquí te espero, tema que escribió en Madrid junto a Diego Cantero diez minutos después de conocerlo. Podría jactarse de algo de todo eso, pero no lo hace: “Respeto todo lo que me constituye, pero es cierto que trabajo diariamente para que todo esté en armonía. No me gusta que el ego esté exacerbado ni que la humildad lo esté. Trato de estar lo más atento posible a mis sensaciones”.
No se pelea con la tecnología, de hecho investiga en Spotify las nuevas músicas. Reconoce que “cuando era niño y mis hermanos adolescentes, escuchaban rock y pop nacional y de todo el mundo. De Los Abuelos de la Nada, Depeche Mode y Sumo a Megadeth”. A su madre, en cambio, le encantaban los baladistas, y su papá cantaba tango y folklore. Su formación, ecléctica, no obstaculizó que se hiciera fan de Mercedes Sosa. Su padre le dijo que la Negra cantaba ‘folklore’. Entonces, cuenta, “para mí folklore era Ariel Ramírez, Charly García, Milton Nascimento o Sting. Así, mi concepto de la música fue muy universal e iba más allá de los géneros”. No se enoja cuando le siguen diciendo “que lo que hago no es folklore, y de alguna manera tienen razón”.
—¿Te parás en el lugar de oyente y te preguntás “esto qué es”?
—No, ni creo que lo vaya a hacer. Para mí los géneros se destacaron por las corrientes musicales y todo lo que sugerían. En su momento estaban Soda y Los Redondos, unos se vestían dark y los otros no sé qué... Yo nunca me vestí de alguna manera por la música que escucho.
—No sos sectario.
—No, en ningún orden. Para ser purista de algo tenés que estar metido en esa corriente. El purista del tango habla, piensa, ama, odia y vive como tanguero. Es su forma de vida. Yo nunca viví en conformidad con la música que escuchaba, si no, tendría que vivir cada día una vida distinta. Respeto a los puristas de un género porque son personas que están dentro.
—Pero sí sos admirador de la Negra.
—Fue mi influencia fundamental. Nunca fui tradicionalista. De hecho, en mi primer disco grabé Chacarera de un triste, que es una canción tradicionalista, y Grito Santiagueño. Raúl Carnota siempre fue tomado como la vanguardia del folklore. ¿Nadie se preguntó por qué nunca me vestí de gaucho? ¡Porque nunca viví en el campo! No soy un gaucho.
—Cuando escribís, ¿en qué situaciones te sorprende la inspiración?
—Me ha pasado en momentos raros, como en el medio de un concierto. Escribí muchas canciones en recitales. Me ayuda que no compongo con instrumentos ni con papel y lápiz, salvo Sueño dorado. Todo lo hago en la cabeza, lo cual es muy oportuno porque hay una parte de mi mente que puede independizarse para retener eso, mientras otra parte sigue haciendo otra cosa. A veces paso muchos años con una canción en la cabeza.
Para muchos, hoy es “el Messi de la música”, pero Abel con timidez rechaza el mote. Ariel, su hermano, lleva 22 años a su lado como productor, y cuando salen de gira llegan a sumar 22 personas entre músicos y técnicos. Si bien viven de las ganancias de su trabajo, algunos tienen otros trabajos. Abel, sincero, dice que “gano muy bien”, pero no se atreve con la palabra “rico”. En cuanto a su futuro personal, al ser preguntado sobre si sería capaz de adoptar un hijo, responde: “Sí. No es un plan, no lo tengo pensado. Sueño con formar una familia, pero aun así no veo por qué no adoptar”. Acerca de los grandes del rock, reconoce que “son héroes para mí. En los recitales no canto sus canciones, pero en mi intimidad sí. No se me ha dado la intención de cantar algo de ellos en vivo, pero los admiro mucho. Son artistas, más que músicos. Todos ellos: León Gieco, Pedro Aznar, David Lebón... Lo que admiro de ellos es no sólo su obra, sino el continuar vigentes en un camino que tuvo muchas aristas. Me gusta mucho leer biografías, y las que más me atraen son las de los artistas, que realmente tienen vidas muy complejas”. Eso sí, rescata la biografía de Patti Smith: “Cuando leí Eramos tan jóvenes quedé enamorado. Entendí muchas cosas del arte desde otro lugar”.
—¿Con qué artistas tenés debilidad?
—Con Pedro Aznar. Es un tipo que me sensibiliza mucho. Es un constructor, un artista de su música y de su vida. Tiene una imagen muy enigmática y mucha mística a su alrededor. Es un tipo en el que todo parece preciso. Así como a sus canciones no les sobra una nota o un gesto, cuando hablo con él no dice palabra de más o de menos. No se maneja por compromisos. Lo he invitado a cantar cientos de veces, a las que terminó accediendo dos y siempre fue muy genuino en sus porqués. Cada vez que tengo oportunidad de compartir algo con él, me conmueve mucho.
—¿Te sentís un artista?
—Sí. Igual, siento que me queda mucho por aprender y soy muy constante en el trabajo. Amén de que me esté yendo bien, creo que lo que viene se construye ahora. Hoy tengo otros recursos económicos, invierto mucho en conocimiento y lo estructural.
—¿Le debés algo a León?
—No, siento un agradecimiento enorme. Nadie me hace sentir que deba nada. Mucho de una deuda tiene que ver con cómo te lo hagan sentir, y yo no lo siento de nadie de los que alguna vez me dieron grandes oportunidades. Jamás nadie me reclamó nada. Raúl Lavié es un tipo que de repente me brindó una oportunidad enorme y nunca me dijo nada.
—¿Te influyen los cambios políticos?
—Sí, como a todos. Nadie está exento de las cosas que pasan a nivel social, porque somos parte de una sociedad y el orden que provoquemos nos afecta a todos.
—¿Cantarías para un gobierno?
—De alguna manera, canto en muchos festivales que son del gobierno local. De repente cantás el viernes en un pueblo donde el intendente es peronista y el sábado en uno donde el intendente es radical. Ahora, si la pregunta es si yo tomaría una bandera política y saldría con mi música, la respuesta es no. Yo canté en la Casa Rosada, pero fue parte de una movida cultural... No pondría mi música al servicio de un partido político, aunque canciones mías hayan sido usadas en distintos partidos.
—Tenés tatuado “Gratitud” en el cuello. ¿En qué momento te decidiste por esa palabra?
—Siempre fue una palabra que estéticamente me gustaba mucho, cómo sonaba y se leía. Cuando entré en conocimiento de qué significaba, me encantó el concepto... Durante muchos años estuve cerca, pero nunca dentro del concepto. En los últimos años, por una situación muy delicada, me di cuenta de que, al final de todo el dolor, pasaba más tiempo agradecido por las maneras de poder contener o de abordar el dolor que sintiéndome dolido. Me siento en un piso de gratitud significativo.
—¿Sentís que la vida es ingrata con el común de la gente?
—No lo sé. Hay que ver en qué momento de la vida está cada uno parado. Luego, hay mucha gente que la pasa mal, pero no sabría decir si la media de todos nosotros está agradecida y la pasa bien. No lo sé. Por muchos momentos me da que no y es muy injusto. En Argentina y en el mundo hay muchas herramientas para que eso no suceda y sin embargo está pasando. Sin lugar a dudas esto tiene que ver con la mala administración de cierta justicia.