El éxito es ser visto”, dirá Lía Jelín, la directora de Toc Toc, la primera en creer en esta obra que ya va por el sexto año de funciones y es el fenómeno de la cartelera teatral actual. “Creo que rompió la barrera de los habitués: desde hace varios años nos ven todos, incluso los que antes no iban al teatro. El texto me llegó por un chimento. El empresario mexicano Morris Gilbert fue el primero en hablarme de Toc Toc. Se lo pedí a Sebastián Blutrach y él recordó que su madre se lo había enviado, pero que no le había interesado. En cuanto lo tuve me di cuenta de que era un tema completamente original. Jorge Schussheim (N. de R.: su esposo) emprendió la adaptación y cortamos media hora. Cuando se la leímos a los empresarios (Blutrach y Pedemonti) no les interesó, por eso la dirigí primero en México, y allí fue muy bien. Rottemberg viajó a verla (ver recuadro) y entonces aceptaron. Costó mucho armar el elenco… por suerte varios actores dijeron que no”.
“Dirigí mucho a Tato Bores, con quien aprendí la estructura del chiste –continúa Jelín–. Aquí nadie se hace el gracioso, y el público se identifica con lo que pasa en el escenario. Todos tenemos algún leve trastorno obsesivo compulsivo (TOC), el problema es cuando tu vida se ve condicionada. Investigué cada una de estas enfermedades que aparecen en la obra”.
“No es fácil montarse en el caballo del éxito”, dirá Daniel Casablanca, uno de los cuatro intérpretes que están en el espectáculo desde el primer día, aquel lejano enero de 2011. Sus compañeros Mauricio Dayub, Diego Gentile y Jorgelina Vera son los otros “históricos”. Los sigue Gimena Riestra, que debió bajarse por embarazo y hace dos años volvió. Hay que nombrar también a Laura Azcurra, y a la última en sumarse: Natacha Córdoba.
El elenco busca en su memoria qué les pasó cuando tuvieron la obra en sus manos. “Cuando la leí, me pareció una buena idea pero no me reí nunca –confiesa Diego Gentile–. Pero al ensayarla descubrí su dinamismo. La gente descubrió los tocs que tenía y no sabía, o empezó a reconocerlos en los otros. En ninguna escuela o taller te dicen qué pasará al sexto año de hacer el mismo personaje. La gente que tiene humor le da otra capa a la vida, evidencia otra inteligencia, y los que no, son más literales. El éxito es personal; si no te hace feliz hacerlo todas las noches, puede ser un infierno”.
“Tenía apalabrado estrenar a los tres meses después de Toc Toc un espectáculo con mi grupo, Los Macocos, en el San Martín –agrega Daniel Casablanca–. Nunca pensé que superaríamos aquel verano”. “Algo parecido me pasó a mí –recuerda Dayub–, dije ‘¡justo se me ocurrió volver a la avenida Corrientes con este espectáculo!’. Creí que no terminábamos ni el verano y de entrada debimos acomodar nuestras vidas. Empezamos haciendo funciones dobles los viernes, sábados y domingos. El cuerpo se adaptó a ese ritmo. Creo que la búsqueda del éxito tiene más incentivos que el éxito mismo y no todos estamos preparados para él”.
“Entré hace dos años al elenco –dice Natacha Córdoba–; leí el texto antes de ver las funciones y después vine varias veces. Me hice mi propia imagen de esta Blanca, obsesionada por la limpieza. Sentí que debía entrar a esta maquinaria perfecta”. “Estrené el personaje de Blanca que ahora hace Natacha y quedé embarazada de mi segunda hija, por eso me fui –recuerda Riestra–. Cuando me volvieron a llamar me ofrecieron otro papel, el de María. Es un personaje muy identificable. La obra, además de las patologías, muestra cómo somos y cómo nos tratamos en general. Está presente el destrato cotidiano, cómo nos reímos del más débil: es un reflejo de la sociedad”.
“No pasan más de veinte segundos sin que alguien se ría”, aporta Jorgelina Vera. “La primera del sábado es la más difícil, mientras que los de la segunda función están muy arriba, llegan ya cenados y bebidos”, analiza Casablanca. “Los miércoles y jueves son espectadores más habituales de teatro, incluso actores,” comenta Azcurra.
Cada uno confiesa su propio e incipiente TOC, más allá del de sus personajes. “Soy obsesiva por la perfección –dirá Jelín–. Tengo cabeza de coreógrafa y en algún lugar busco organizar”. “Tengo muchas obsesiones: colecciono videos, música, peluches y remeras con inscripciones”, aportará Gentile. “Me cuesta decidir cuándo termino un trabajo, siempre postergo poner los puntos finales. Me cuesta soltar y llegar a las conclusiones”, suma Córdoba. “El orden y la limpieza creo que son los míos, pero no los padezco, me gustan. No llego a la obsesión, tengo la tendencia de disfrutarlo, creo que es la previa al TOC”, dirá con una sonrisa Dayub. “Antes de cada función estoy muy enfermo, después se me pasa todo”, piensa Casablanca. Y Dayub agrega: “Es un poco hipocondríaco”.
Luego de negarlo, Riestra acepta: “Soy obsesiva con mis hijas y sus juguetes. Si las tapo a ellas, hago lo mismo con sus muñecos. Me gusta el orden en mi casa. Mi prioridad son mi familia y mis afectos. Cuando volví al elenco, mi hija mayor se agarró el síndrome urémico hemolítico (ingerir carne mal cocida) y estuvo internada y grave. Por eso pedí sacarme las cruces, ni quise cantar nada religioso. Tuve miedo y me replanteé si debía volver a hacer esta obra. Temí que lo que pasaba en mi casa fuera un castigo. Después descubrimos que hay muchos alimentos que pueden tener esa bacteria, pero es difícil no obsesionarse.”
También Vera tiene su TOC: “Controlo las llaves y miro si apagué el gas, aunque después de tantas funciones creo que bajé la cantidad...”. La última en descubrir sus manías será Azcurra: “Tengo la obsesión de acomodar objetos chicos, por ejemplo, las horquillas del pelo, por su color, en sus respectivas cajas. El flamenco para mí también es una obsesión: estoy horas y horas ensayando para que quede todo perfecto. Creo que el haber estrenado el dueto me frenó un poco (N. de R.: junto a Mariana Astutti hace Salir del ruedo en el Teatro Border)”. “‘La clave es dejar de mirarnos y mirar al otro’; ésta es la frase que dice mi personaje, y creo que resume el gran secreto de la obra”, finaliza Dayub.