Termina una temporada teatral y ya están en marcha numerosas propuestas para comenzar 2016.
En Capital, la calle Corrientes, como en años anteriores, presenta interesantes estrenos y reposiciones, no se toma vacaciones. Desde hace tiempo, dentro de las propuestas del circuito comercial podemos disfrutar de teatro del bueno, lo que en su momento Jorge Dubatti llamó “teatro comercial de arte”. Mar del Plata confirma que es la extensión de la temporada de Capital, con propuestas de calidad y alguna revista. Carlos Paz se sigue afirmando en el entretenimiento y con propuestas mediáticas aprovechando el impulso televisivo.
El teatro independiente es una nota aparte, requerido en los festivales más importantes del mundo con una renovación de talento constante.
Cuatro focos maravillosos le dan vida a nuestro teatro en el verano.
El teatro es un hecho vivo, tiene la magia del “directo”, de lo irrepetible. A pesar de la repetición, cada noche es especial, el encuentro con tu artista admirado se da a diario y de manera distinta. No salimos iguales después de ver un buen espectáculo teatral; nos hace reflexionar, reír, y es un lugar de encuentro. El teatro nuestro es ejemplo en el mundo, en su manera de hacer, en su creatividad, nos envidian por la cantidad y calidad de nuestro talento y por la idiosincrasia de un pueblo muy teatrero. Tenemos una forma muy distinta de armar los proyectos, involucrando a los actores con un porcentaje de la recaudación, lo que multiplica el compromiso con lo que van a hacer. Esto hace que los actores se sumen a los proyectos por una elección artística global que los lleva a un rendimiento superlativo. Esta reflexión la traigo acá, ya que creo que vivimos momentos de fuerte discusión en la profesión. No perdamos entre todos el enfoque de no dejar de cuidarlo, de mimarlo.
Encuentro este momento político de cambio de nuestro país como una oportunidad de reflexionar, de identificar lo bueno y defenderlo e intentar mejorar lo que se pueda. En nuestro teatro deberíamos hacer esta reflexión; siempre estuvimos unidos, mantenidos en diálogo entre actores y productores. Hoy ese diálogo está descompuesto, no lo perdamos, es fundamental escucharnos con buena fe; hay cosas que no definimos nosotros, las define el público, y no podremos cambiarlas si ese público no quiere. Encontremos el equilibrio necesario, somos pocos los que hacemos este medio y no podemos prescindir de nadie.
El verano de 2016 nos alerta con que Mar del Plata abre su temporada con tres salas menos: no están el Güemes, el Tronador ni el Provincial, y el Corrientes tuvo que cambiar y sumar actividades para subsistir. No es algo que debamos pasar por alto. No quiero dejar de comentarlo, para que los que hacemos teatro estemos atentos y no perdamos de vista que cuando cierra un teatro hay muchos restaurantes, bares, estacionamientos, kioscos, taxis que trabajan menos.
Una vez escuché una frase que decía que a un empresario que abre un teatro debemos cuidarlo entre todos. Les aseguro que inmovilizar un capital importante de dinero en un teatro en Argentina es un hecho relacionado con la pasión por lo que hacemos, no por los fríos números de la economía. Desde mi opinión, es imposible producir sin tener el compromiso de lo que sucede arriba del escenario, por lo que no solamente entra en juego la valoración del “negocio” teatral, sino que hay un compromiso con lo ideológico y con la calidad. Desde marzo soy presidente de Aadet, la asociación de empresarios de teatro y de la música. Ha sido un año intenso en el cargo, con una Ley del Actor promulgada y que cambia el panorama teatral de forma inminente. Deseo que encontremos el mecanismo entre las partes involucradas para poder incluir el derecho jubilatorio que merecen nuestros actores y que siempre defendimos, entendiendo y analizando nuestra actividad. Por lo antes mencionado, el teatro tiene una relación muy especial entre empresarios y actores, de amistad y de trabajo, porque lo que hacemos nos une al ser una actividad, diría, artesanal.
Hace medio siglo aproximadamente, el Estado impuso la restricción al dominio de los edificios teatrales ya que muchos se iban demoliendo y convirtiendo en emprendimientos más rentables. Como contraprestación, las salas quedaron exentas de impuestos. Con el tiempo, esta exención se extendió a toda la actividad, pero no perdamos de vista que el valor de esos edificios se redujo al menos cinco veces antes de la restricción.
Deseo y trabajo para que dentro del espíritu que propone la Ley del Actor encontremos el formato que siga sosteniendo nuestra actividad, manteniendo también el espíritu con la fuerza y la calidad de nuestro teatro. Esta reflexión no es casual, ya que todos los que hacemos teatro deberíamos escucharnos más, defender con convicción y firmeza, pero sin dejar de mirar el todo. El todo no es ni más ni menos que nuestro teatro.
*Presidente de Aadet, productor y dueño del teatro El Picadero.