Nos conocimos en una reunión de amigos en común. Me llamó la atención su discreción. Fumaba y observaba el entorno con una distancia amable. Todavía no sabía que Mónica era capaz de empatizar con insectos, animales y situaciones inimaginables, que su generosidad y su elegancia eran infinitas. En ese cuerpo esbelto, en esas manos largas y dedos finísimos entraba el mundo entero.
Años después nos encontramos en el set filmando Baldío rodeadas de muñecos rellenos de dinero falso en una fábrica recuperada, ella de pistolera con peluca platinada, guantes y revólver, protagonizando una película clase B que transcurría dentro de nuestra película. La situación era un dislate, solo podría haber salido de nuestros encuentros, de nuestras ganas y de una confianza contagiosa que se había convertido en película. Pero más allá de los muñecos y la peluca, Baldío narra la impotencia de una mujer frente al dolor de su hijo perdido en la adicción a la droga. De las dificultades que propone el sistema para tratar estas afecciones. De los prejuicios y las objeciones.
A partir de una idea de Mónica, la historia se fue gestando sin que nos diéramos cuenta, creció con ritmo sincopado y mientras tanto jugamos con pasión futbolera el primer tiempo trabajando juntas en otra película, experiencia que nos acercó más porque la disfrutamos, porque desde el primer momento nuestras miradas se sincronizaron. Así nos preparamos para el segundo tiempo que fue Baldío.
La sensación de estar en el lugar indicado y en el tiempo justo nos acompañó en todo el proceso. Pensamos juntas los actores, visualizamos cada una de las escenas con el deseo de descubrir en el rodaje la punta del iceberg. Sabíamos que nuestro peor enemigo era la emoción fácil y esta historia nos convocaba a otras formas de relación con el relato.
¿Como hacer para que este artefacto indiscernible que es nuestra propia vida y la ficción dialoguen fluidamente, se alimenten y nos permitan crecer a lo ancho? Bueno, eso nos propusimos; lo privado y lo público en discreta armonía. A puro presente. En los rodajes y en la historia de la protagonista todo es urgente, todo es ahora, todo está sucediendo, el pasado y el futuro se funden en un presente voraz que no da tregua. La peluca rubia, los zapatos de taco aguja, los muñecos, la casa tomada, el baldío, el valioso aporte de Gabriel Corrado, Nicolás Mateo, Rafael Spregelburd, Mónica Raiola, las participaciones especiales de Luis Brandoni, Leonor Manso, Cecilia Dopazo y el elenco maravilloso que se comprometió con la película, el equipo técnico que comprendía sin mayores explicaciones, el director de fotografía que intuía la película como la habíamos soñado, todos vivimos la urgencia de este presente absoluto. Mónica sabía que estaba partiendo, algunos de nosotros también, pero ella logró que lo olvidáramos con buen pulso y un sentido del humor contagioso. Baldío fue la película más fluida de mi vida.
Incluimos elementos narrativos supuestamente secundarios que potenciaron el entramado de obstáculos y dilaciones, de preguntas inexactas y respuestas inciertas con las que convive la protagonista y su entorno. Sabíamos que nada es tan negro ni tan blanco, que los grises tienen matices imposibles de definir y queríamos reflejar ese tránsito. Las imágenes aparecieron en blanco y negro desde el comienzo, cuando abordamos el guión. Y los grises acompañaban el proceso, la incertidumbre. No queríamos golpes bajos.
La sobrina de Mónica, Saula Benavente, productora y coguionista de la película, ofició de hada madrina. Graciela Galán, la hermana de Mónica, hizo un trabajo genial en el arte que dialoga con una idea irreverente del policial negro para celebrar el sentido del humor que nos unía, más allá de las dificultades. Queríamos una celebración del cine y de la vida. Sabíamos que Mónica se preparaba para partir aunque no quisimos pensar que era inminente. Ella estaba mejor preparada que nosotras.
Unos meses después del rodaje, hace menos de un año, Mónica vino a ver un primer corte en la sala de DAC. Estaba contenta, brillaba. No me di cuenta que el tiempo se había acabado. Uno nunca está bien preparado para el final.
Siempre hay un corte. En las películas y en la vida.
Baldío está dedicada a su memoria, siempre presente en la nuestra.