El unipersonal La fiebre, de Mariana Chaud, ha sido un rincón donde Julieta Zylberberg pudo, otra vez, mostrar todo su potencial. Zylberberg es un nombre que puede oscilar con gracia, con oscuridad, con luz, entre el prime time (series como Separadas o sitcoms como Loco por vos) y lo que podría considerarse una veta más independiente, fuera de ciertas ataduras comerciales (es parte de la reciente película El perro que no calla, de Ana Katz, con quien ya colaboró en varias películas). Su clave, le confiesa a PERFIL, es no juzgar a sus personajes: “Hay personajes, como aquel que interpretó en El marginal, que son fáciles de juzgar, pero yo como actriz, en cuanto juzgo, me quedo afuera del personaje. Entonces siempre existe la convicción de que tu personaje tiene una historia y que tiene sus motivos. En este caso, ella tiene la vida muy complicada, y actúa mal, pero bajo la convicción de que actúa por amor. Ella quiere estar con su hijo, pero ella y su fragilidad llevan las cosas a un lugar de mucha vulnerabilidad”.
—¿Cómo viviste este salto de la obra La fiebre, tu unipersonal, a la calle Corrientes?
—La verdad es que nunca nos fuimos del todo. Empezamos antes de la pandemia, y después tuvimos que interrumpir, pero seguimos haciendo por streaming funciones. Y después, cuando se pudo, volvimos. No tengo entonces la sensación de que nos hayamos ido. Llegamos a hacer algunas funciones en diciembre. Esto es una nueva propuesta, en la calle Corrientes. Un escenario muy grande, una sala muy grande. Eso sí requirió una adaptación de la obra: llevar un relato íntimo a un tamaño más grande. Ese es el desafío más interesante hoy.
—Considerando todos esos diferentes momentos que me contas, de seguir con esta puesta y esta propuesta, ¿qué implica emocionalmente esta obra para vos?
—Me encanta. Es para mí una obra ideal. Mariana Chaud, la autora y directora es una de mis mejores amigas, entonces eso genera una combinación genial. Todo el equipo, todo, está integrado por amigos. Disfruto hacerla. Lo cual está muy cerca de ser un sueño. Para actuarla es una obra divina, es un personaje que pasa por muchos momentos. Es graciosa. Es triste. Es tierna. Tiene un poco de todo. Me puedo identificar un montón con la obra. Las cosas que dicen, todo: es muy perfecto para mí.
—¿En qué sentido te identificas con la protagonista?
—Si bien es un personaje absolutamente en brote, que quedó por fuera de la sociedad, con un nivel de soledad y de locura que no le permite formar parte del entramado de la sociedad. Eso, claro, no lo siento cercano. Pero siento que estamos más cerca de la locura de lo que pensamos. Es cuestión de cruzar una pequeña frontera. Muy pequeña frontera. No me parece tan lejana. En la obra todo el tiempo se ve quién era ella antes de alejarse por completo de la sociedad. Se ven todos sus raptos de lucidez y ves quien era. Me gusta entonces lo que ella piensa. No pudo. Es un personaje que no pudo. Pero tiene mucha lucidez cuando se ilumina.
—Además de este personaje, ahora volviste a estrenar junto a Ana Katz “El perro que no ladra”, y se viene una serie con Juan José Campanella ¿qué historias te interesa contar?
— Cuando me llega un guión me gusta encontrar puntos en común y puntos de interés que puede haber en ese personaje. Por supuesto cuando trabajo con la gente que admiro, como es el caso de Ana, lo que me gusta es su visión, me gusta poder sumar a su relato. Por supuesto que creo en el actor como relator también, como alguien activo en el relato. Puede que sea un cuento de otro, pero como la contas desde tu lugar es importante. Por eso un actor es distinto a otro a la hora de diferentes mundos.
Volver al éxito
—¿Cómo viviste el retorno a “El marginal”?
—Si bien es un personaje denso, y un mundo oscuro, un mundo fuerte, en el set me divertí un montón haciendo la serie. Mi personaje, justamente, es marginal. Pero lo cierto es que estuvo muy bien, y ellos trabajan juntos hace muchos años y eso se les nota perfectamente.
—¿Qué me podes contar del proyecto que filmaste afuera junto a Juan José Campanella?
—Esa fue una experiencia muy extraordinaria. Estuve tres meses en Chicago, y fue todo muy curioso, fue un trabajo muy curioso en una industria muy distinta. Distinta en tamaño, muy gigante, muchísima gente, muchísimos recursos. Una industria que al producir tanto todo el tiempo tienen otra organización en todo. conocí gente muy copada, y el proyecto es increíble, muero por verlo. Estamos ahí con Rochi Hérnandez, que somos elementos muy argentinos. Hasta nuestra imagen es distinta. Pudimos trabajar con muchos directores. Trabajé con Sissy Spcek y J.K. Simmons por unos días. Ellos son divinos. Unos actorazos que obviamente la desconocen, pero que también son muy generosos. Fue vivir un rato algo distinto.
—¿Cómo viviste la película de Ana Katz, El perro que no ladra, que vaticinaba sin querer una pandemia? ¿Cómo fue contar eso y después verlo así, tan extraño?
—Eso fue un delirio. La primera de aislamiento le dice a Ana, “Che, ¿qué onda? Sos Nostradamus. Eso fue insólito. Y después vino lo que pasó con el estreno: un film que venía de muchos festivales, muy festejada, pero que la sacaron la primera semana de los cines oficiales. Por suerte encontró su lugar. Volvió al Gaumont un rato. Por suerte. Era ridículo: le había ido increíble en el mundo entero y acá duró dos días. Es muy complicado como funciona eso.