Hace mucho tiempo, cuando filmaba cine publicitario, tenía el dudoso prestigio de ser muy buen director de niños. Podía obtener de ellos esos mohínes que tanto encantaban a los clientes. Sin embargo, a principio del año pasado, cuando inicié la producción de Joel, mi nueva película, en la que se relataba la historia de una adopción tardía de un chico de la calle, estaba bastante preocupado por tener como actor protagónico un niño de 8 años. ¿Cómo encontrar a alguien que dé la belicosidad de haber vivido en la marginalidad y al mismo tiempo la inocencia de esa edad?
Salvo que nos conformemos con los remedos de Shirley Temple que a menudo vemos en televisión, no existe un niño que realmente pueda actuar. No tiene la madurez como para entender el complejo proceso de la actuación. La única solución que se me ocurría era encontrar un chico muy próximo al personaje como para fuera suficiente que actuará de sí mismo. Pero tampoco quería ir a buscarlo en la calle o en un instituto de menores. El regreso a su triste realidad después del rodaje podía llegar a ser muy duro. Hubo experiencias muy dramáticas en ese sentido.
El trabajo infantil está prohibido en nuestro país, salvo algún eventual trabajo artístico, pero aun así con muchas limitaciones. Por ejemplo, en nuestro caso, el niño no podía faltar un solo día a la escuela por el rodaje. Por ese motivo concentramos su búsqueda en Tolhuin, una pequeña población en el centro de la isla de Tierra del Fuego, donde íbamos a rodar.
Vi no menos de cien videos de niños que realizó la encargada del casting y seleccioné a tres de ellos con serias dudas. Viajé a Tolhuin, los conocí personalmente y los volví a filmar con mi celular, pero mis dudas no terminaron de disiparse. Seguramente se debían a mis miedos, pensé.
Con esa incertidumbre fui a tomar un café a la panadería La Unión, que es el centro de la actividad social del pueblo. Quería ver con detenimiento los videos que hice de los tres preseleccionados y tratar de encontrar en ellos algo que me diese alguna certeza.
El lugar estaba como siempre muy concurrido, y en el momento en que estoy frente al mostrador recibiendo y pagando el café y las medialunas pasa algo que solo podía suceder en una inverosímil película hollywoodense: parado al lado mío había un chiquito de unos ocho años que me observaba insistentemente con una mirada tierna y salvaje al mismo tiempo. Fue como un fogonazo. “¡Es este!”, me dije, y disimuladamente le tomé una sucesión de fotos con el celular. Me senté en una mesa para revisarlas y él siguió mirándome por unos instantes pero luego, cuando vuelvo la mirada, ya no estaba. Lo que temía es que el niño no fuese del lugar sino el hijo de alguien que había hecho un alto antes de seguir su ruta. Me levanto y salgo apresuradamente. Afuera nevaba con intensidad y no había rastros del niño.
Vuelvo a entrar y mostrándoles las fotos les pregunto a las empleadas si lo conocían. “Claro que sí ”, me dicen, “Es Joel, un chico muy pobre que viene todos los días y se para al lado de los clientes para ver si le regalan una factura.”
Ya tenía a mi actor. Poco menos de un mes después, y sin hacer con él ninguna prueba previa, comenzamos el rodaje.
Filmo la primera toma y luego pido hacerla otra vez. Me da la impresión de que no le gusta mucho lo de repetir. Le pido a mi asistente de dirección que muy delicadamente le diga que vamos a repetir la toma una tercera vez y que eso es muy común cuando se filma. En ese momento Joel la mira fijamente y, levantando el dedo índice, le dice: “La última...”.
Mi asistente me lo cuenta preocupada pero yo estaba feliz: era el personaje que quería.
*Director de Historias mínimas, El perro, La película del rey y otros films.