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La maldición del episodio final

A mucha gente no conformó el cierre de Game of Thrones . Y se dio una nueva ola del fenómeno de la segunda edad dorada de las series: desilusión y frustración que reconfiguran la importancia de un show que fue paradigma.

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Adiós. Lost, Mad men, Seinfeld y el puñal clavado por Jon Snow a su amada Daenerys. Cierres que no gustaron. | Cedoc

"¿Qué? ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué”. Esa fue la rea-cción de Emilia Clarke, la actriz que fuera Daenerys Targaryen al leer el reciente y esperado final de Game of Thrones (el show más visto en la historia de HBO con sus 19,3 millones de espectadores), la ex “Mejor Serie de Todos los Tiempos”, la misma que hoy posee una petición firmada por casi un millón y medio de fans que sostiene que “Los showrunners David Benioff y D.B. Weiss han demostrado ser unos guionistas incompetentes cuando carecen de material de referencia donde respaldarse (en este caso, los libros de George R.R. Martin). Esta serie merece una temporada final que tenga sentido”. Clarke leyó los guiones de la S08 en 2017. Quedó devastada. El mundo, o al menos la parte más gritona online del mismo, ha tenido una reacción similar aunque más iracunda. Game of Thrones se ha sumado, al menos si se respira Twitter y críticas online, al no tan viejo panteón del “Final de Temporada que compromete el título nobiliario a Mejor Serie Jamás”. Eso certificado con títulos como “La muerte más sorprendente de Game of Thrones fue la del mismísimo show” (Vulture) o “¿Por qué el episodio se sintió tan vacío?” (Time).

¿En qué consiste tal maldición y tic moderno, o al menos tan moderno como la llamada segunda edad dorada de las series? Quizás esta cita al propio George R.R. Martin, autor de la base aún inconclusa de la serie de HBO hablando con The New Yorker en 2011 sirva de ejemplo: “¿Qué tal si me sale un Lost? Van a venir por mí con antorchas y tridentes”. El Lost en esta caso implica evocar la frustración palpable en los fanáticos que generó el final de una serie que fue sensación, bomba nuclear, marketing y moda al mismo tiempo. Uno que abolla, en lo inmediato, su recuerdo reciente. Indirectamente, ya que él dio líneas narrativas a seguir en el show, a Martin le salió un Lost nomás. Tal es la ira con el final de GoT que los fans de Star Wars ya piden que los showrunners Benioff y Weiss sean despedidos de su proyecto dentro de la franquicia espacial, con fecha de estreno en 2022.

Quizás sea tan simple como entender que un final polémico, uno que genera dudas, dice muchísimo de su era, de su jaula de contención y de las mismas condiciones que lo hicieron llegar a ese trono de hierro que después se le derrite delante de sus propios ojos. Eso implica pensar en shows enormes, como lo fueron Lost, Mad Men, Los Soprano o Dexter, siempre listados entre los finales más polémicos de la historia de la televisión moderna (es decir, no se piensa en series clásicas y convocantes como M.A.S.H., Friends o mismo hasta fenómenos como Dinastía, series con un número de público casi inalcanzable para un show moderno de cable pago, como HBO). Se busca ese cruce entre serie de autor, fenómeno cultural reciente y éxito gigante de crítica y de rating. Y un final en la mira de cierta parte, una mayoría, de su audiencia. Un diagrama de Venn que define a pocos shows recientes.

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El final de Lost se estrenó el 23 de mayo de 2010. Apenas sabíamos que menos de diez años después veríamos una serie por semana. The X Files se había roto antes de finalizar y Lost fue la fantasía gigante, el rompecabezas sci-fi que dependía bastante de su cierre para explicar su montaña rusa de géneros (si es que uno busca explicaciones, claro). The New York Times dijo al otro día del estreno: “Una gran nada suena a una forma muy fuerte de referirse al final, pero se acercó bastante a eso.” Sus showru-nners, primero J.J. Abrams (que salió vivito y coleando) y sus herederos, Carlton Cuse y Damon Lindelof (que cayó bien parado con su The Leftovers y ahora filma el supuesto próximo GoT, Watchmen), odiaban la reducción de ese final a “todos están muertos”. Cuse declaró explicando la respuesta negativa: “Un error fue cerrarnos y no hablar sobre el tema después del episodio final. Quizás eso hubiera cambiado la reacción de la gente.” ¿Premonición para Benioff y Weiss y su modo hermético de responder a las críticas que la temporada acumuló? Quizás.

Varias quejas hay sobre los vericuetos de GoT, pero el final polémico por excelencia fue el de The Soprano, emitido en 2007. La serie de David Chase, la serie dorada de HBO, realizó una apuesta como nadie antes: una reunión familiar donde acechaba el peligro al jefe mafioso Tony es cortada por la imagen fundiéndose a negro. Miles llamaron a HBO creyendo que algo pasaba (la TV de autor masiva estaba siendo reinventada post-David Lynch y no se comprendía qué había pasado). Hasta James Gandolfini, el actor que hacía de Tony Soprano, declaró pensar la primera vez que vio el episodio:“¿Qué carajo está pasando?” (aunque después hizo las paces). Y los años hacen que Chase, que hoy prepara una precuela en el cine de esta serie, reciba una y otra vez la pregunta sobre qué sucedió. Chase declaró en una entrevista pública: “Si no se murió esa noche, probablemente muera pronto. El problema es siempre el mismo: la vida se pasa así. Nunca sabés cuándo se puede ir. Eso es lo que quería decir”. Entonces, aquí la intención del autor le ganó a la convención narrativa. Algo que no sucedió en GoT, que no dejó rincón sin explicar.

Algo similar sucedió con la primera serie original de AMC, la exitosa Mad Men, de Matthew Weiner, que acaba de tropezar con su The Romanoffs y una acusación de abuso. Frente al final ambiguo de la serie, Weiner dijo: “No se puede obtener un final que se celebre al 100% por el público. Si eso sucede, es porque hiciste una estupidez.” Punto entonces para GoT, por preferir la sorpresa al moño. Esa idea de no todos satisfechos es una idea que comparte con el Hollywood Reporter Scott Buck, el showrunner de Dexter, una serie quizás no tan gigante, pero sí con un final muy criticado por mutar a su asesino serial en una especie de persona común y corriente: “Si hacés lo mismo por ocho años, se agotan. El show tiene que crecer y evolucionar. No puede ser siempre el primer impacto. Estoy feliz con la forma en que finalizó.” Buck fracasó recientemente con el show de Marvel, Inhumans, uno de los pocos tropiezos bajo ese sello de franquicia.

El co-creador de Seinfeld, el show de comedia con actores más enorme de la historia de la TV moderna, vivió la experiencia del final criticado por una parte enorme de su público. Y en su característica inteligencia, Larry David dio en la tecla en una entrevista con Bill Simmons en 2014: “Creo que lo que sucede con los finales de temporada es que todos escriben su propio final en su cabeza. Piensan: ‘¡Oh, bueno, esto debería sucederle a George, y Jerry y Elaine deberían terminar juntos…!’ Ya escribieron su propio final y suele aparecer la desilusión porque no es lo que escribieron.” Ahora es el momento, entonces, del duelo: ¿Game of Thrones tropezó en su camino al altar de las mejores series jamás? Quizás habría que citar a su Tyrion Lannister: habría que preguntarle dentro de 10 años. Quizás ya haya enojo con la nueva gran serie que todo lo redefinió menos como calmar la historia del fan que siente una serie le debe algo.