ESPECTACULOS
Graciela Oddone

La soprano

Es una de las cantantes líricas más notables. Antes de cada función, come sano, evita el estrés, el frío y el alcohol, y duerme doce horas. Dice que, pese a los errores, hacer arte tiene sentido.

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COLN 2006. En "Cosi fan tutte", entona junto a Adriana Mastrangelo; en "Sueo de una noche de verano", junto con Garay y Boyd. | Cedoc

"Lo bueno de la ópera es que no hay sólo un cantante. Si la historia de la ópera fuera el cantante, el género se habría muerto en el bel canto.” Es desconcertante que la frase la diga Graciela Oddone, una de las sopranos más deslumbrantes de la felizmente profusa escena lírica argentina, y también una de las pocas que le inyecta a cada personaje una explosión actoral (“Si no hubiera tenido voz, sería actriz”) que contrasta con su tímida reticencia fuera del escenario y que va más allá de sus virtudes vocales.

Lo saben quienes la han visto, durante la temporada pasada del Colón, en la Helena de Sueño de una noche de verano, de Britten, y en la Despina de Così fan tutte, de Mozart, y podrán comprobarlo este año como Sophie en Werther, de Massenet.

Formada en el Instituto Superior de Arte y discípula de Ernst Hafliger y Régin Crespin, Oddone parece interesada en la distancia que la ópera abre entre el compromiso individual y la interacción colectiva. “No se canta sólo en un escenario. Hay que confiar en una orquesta, tomando en cuenta que son ciento y pico contra una voz. El director está concertando todo, pero no pongo todo en sus manos. La cosa está en manos de los músicos, de quienes hacen el sonido.”

—¿Qué libertad tiene para abordar cada personaje?
—Cuando vas a cantar un rol, hacés un trabajo previo: leer el libro en que se basa la ópera, la adaptación, ponerte en el lugar del personaje.

—Suele cantar música barroca y música contemporánea. ¿Por qué le interesan esos extremos?
—Porque permiten más posibilidades de actuar. En el repertorio más belcantístico, hay cuestiones vocales que tienen mucha historia. Al cantar música barroca o música contemporánea, uno está menos pendiente de la emisión, de la voz.

Casada con otro cantante lírico, Osvaldo Ledesma, y madre de una nena, la vida cotidiana de quien convierte la voz en su heramienta de trabajo tiene sus bemoles. Evita el aire acondicionado y admite que ser madre cambia las cosas.

—¿Qué cuidados demanda la voz?
—Cuando canto, trato de llevar una dieta sana. Se dice que no hay que comer muchos lácteos porque pueden provocar alergias. Una de las cosas que molesta muchísimo para cantar es la acidez. La enfermedad de moda entre los cantantes es el reflujo gástrico.

—¿Por qué?
—Los nervios. Conviene evitar cualquier molestia que interfiera con el canto, pero tampoco ser fundamentalista. No vas a decir: ¡no tomo alcohol! Pero si tengo un estreno al otro día, no tomo vino tinto porque sé que me levanto mal. Y no dormir es una de las peores cosas para un cantante. Hay que dormir doce horas.

—¿El momento de mayor crispación en una ópera?
—Los picos de estrés son anteriores al estreno. Yo la paso mucho peor una semana antes que el día mismo del estreno. Todo el mundo está nervioso. Se llega a un punto en que parece que va a explotar una bomba. Con la música de cámara, en cambio, estás aislado. Es un hecho más solitario en que le contás cada canción al público.

—¿Está en los cálculos la posibilidad de equivocarse?
—El error está. Si no, no tendría sentido seguir haciendo arte. Pero si te da miedo, no tenés que subirte al escenario.