ESPECTACULOS

Las mejores series de la década

Han sido el fenómeno cultural de los últimos diez años. En una encuesta realizada a más de cuarenta figuras del medio, PERFIL les preguntó cuáles eran las mejores de la nueva edad dorada y por qué. Responden actores y actrices, periodistas especializados, directores de cine y de teatro, guionistas, productores, curadores, programadores de festivales de cine y músicos.

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Mad Men (2007-2015) / Breaking Bad (2008-2013) / Game of Thrones (2011-2019) / House of Cards (2013-2018). | cedoc

Guillermo Francella defiende The Americans. Por otro lado, Dennis Lim, director de programación de cine del prestigioso Lincoln Center pone a Twin Peaks: The Return como número uno en su top 5. Y Florencia Etcheves, la periodista y best seller literario, aprovecha ese 2010, primer año que habilita a elegir una serie, para poner a Lost primera en su lista (Lost finalizó justito en 2010). Las series fueron y siguen siendo nuestra conversación favorita y clave como sociedad cultural, al menos a la hora del entretenimiento masivo y global. Y esta década que finaliza las ubicó en la cima de la industria cultural. Joderse, Marvel.

En 2010, cuando el final de Lost nos hacía pensar qué quedaba ahora y cuando Mad Men brillaba (comenzó en 2007), era difícil imaginar que la década que seguía nos iba a permitir ver a Meryl “Doña Oscar” Streep haciendo ficciones de TV, sentirnos más humanos que nunca con las andanzas de un caballo parlanchín ex estrella de sitcom, insultar sin cesar online por el final de una serie (sí, Game of Thrones, les hablamos a ustedes), que una serie sobre un desastre nuclear definiría el poderío del medio, que el aumento de mujeres (delante y detrás de la pantalla) generaría una revolución lúdica, que una parodia de Volver al futuro sería el show meta más demoledor de la TV, un drama de lucha libre feminista sentido y de neón nos haría llorar, a David Lynch otra vez siendo el mejor, un mix-tape de los años 80 con cariño a H.P. Lovecraft o documentales hipnóticos sobre asesinos, gurús que abusan de su poder o cultos que nos dan pesadillas. Y, claro, como frutilla del postre: ¿quién imaginaba que verían una y otra vez a Baby Yoda?

Esa enumeración es la que hace imposible negar todo eso que las series son hoy y la demente cantidad de producción que se generó incluso antes de la actual guerra de plataformas, que implica de por sí una carrera frenética por series originales, donde Netflix, Disney +, Amazon Prime Video, AppleTV +, y así la lista, corren con furia de gerbo alimentado con anfetas.

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Suena violento, al menos si se es Marvel (el otro fenómeno de la década), Martin Scorsese o Alfonso Cuarón cuando se habla de las series por encima del cine, entre otros medios. Pero lo cierto es que más allá de enojos y abrazos, Netflix cambió todo con House of Cards al inclinar las series a la cultura de plataformas, al “vamos a ver todos los episodios cuando queramos” (binge watching). Y antes, y después, fueron otras cadenas como AMC o HBO (ay, Los Soprano) quienes modificaron el ADN del formato al punto de convertirlo en un rincón tremendamente comercial y libre, donde el autor, sea Shonda Rhimes y sus melodramas o Damon Lindelof y su ciencia ficción humanista, domina y donde lo excepcional es un valor neto y buscado. Hemos consumido series como nunca antes y se han producido como nunca antes (con presupuestos de film XL de Hollywood). Es la edad dorada de las series de autor, la real edad dorada, y por eso era crucial (y divertido ¡qué tanto!) ver cuáles han resistido el paso del tiempo y nos marcaron. Y así lo hacemos en esta votación, donde los votantes (ver recuadro) eligieron hasta cinco títulos en orden decreciente acorde a sus favoritas y así se llegó a estas diez series, que, tranquilamente, podrían ser otras diez. ¿O no, Baby Yoda?

 

1.- Mad Men (2007-2015)

El drama de Matthew Weiner emitido originalmente por AMC fue fundacional. Antes de Mad Men sí se habían visto obras maestras recientes (Los Soprano) pero la historia de Don Draper (Jon Hamm) no remitía a un género (como sí lo hacían los gánsteres como Tony). Esa agencia de publicidad de época generó una libertad nueva: hay desarrollo de personajes posible en una serie en cualquier ambiente y era. Esa es la verdad a fuego que imprimió la serie en su era. Así, sus personajes y sus maldiciones, siempre impenitentes, lograron instantes que abrían el juego a libertades varias (pequeños instantes al azar como forma de cerrar tramas sin explicación). Su tono, su estilo, su elegancia y la desesperación de sus personajes impartieron las posibilidades lúdicas a toda la década que se venía con ese humo de cigarrillo que nunca olvidamos.

2.- Breaking Bad (2008-2013)

Larga vida al actor Bryan Cranston. Y a Vince Gilligan, el showrunner con dientes llenos de polvo. Breaking Bad redefinió al antihéroe al poner a un maestro de Química desesperado en el camino del crimen pesado. Es más: BB redefinió una idea popular pero nunca tan bien maquillada de demonio como puede ser la masculinidad como lobo feroz, manipuladora y bestial. Quizás hoy sería un show imposible de hacer. Pero lo cierto es que en el medio del desierto, Walter White fue nuestro villano favorito, y su ascenso a su propio averno generó los instantes más épicos de la edad dorada de las series. Todos los nervios que una serie debe ejercitar, y hasta engañar, para lograr vibrar, Breaking Bad los tensaba al máximo (¿no es el robo al tren un milagro?) y pagaba con creces. Siempre diremos tu nombre, Heisenberg.

3.- Twin Peaks: The Return (2017)

Lo había hecho en los años 90 y volvió a hacerlo en esta década: David Lynch reconfiguró aquello que podía hacer una serie de TV cuando decide ser una odisea absurda, sensorial y llena de reflejos que parecen sentimientos. Volvió Twin Peaks, y lo hizo para otra vez dejar en claro todo lo que no puede hacer el resto. Es más, la revista francesa Cahiers du Cinéma la votó como la Mejor Película (sí, película) de la década que termina. Más allá del gestito snob e inseguro, Twin Peaks se convirtió en una experiencia completamente envolvente, que usa el término “libertad” para generar un material fascinantemente viscoso, donde inventiva visual, desesperación y reflejos lisérgicos son una sola, y muy sentida, materia negra.

4.- BoJack Horseman (2014-2020)

Antes Los Simpson nos enseñaron a ser absurdos y metatextuales, que todo estaba presente todo el tiempo. En la década que pasó, la ya casi finalizada BoJack Horseman nos enseñó que la animación puede lastimar como ninguna otra técnica a la hora de contar y mostrarnos cuánto podemos doler en otros (y cómo puede ser radiactiva nuestra guerra personal contra nosotros mismos, por supuesto). La improbable historia de una ex estrella de sitcom equina en un mundo donde animales y humanos poseen andar antropomórfico y hablar (y sentir, claro) ha sido uno de los faros de humanismo, cinismo y candor (y ni hablar de inventiva visual) de una década que no sabía que encontraría aquí su más intenso y realista corazón. Y ni hablar de su mordisco sardónico a Hollywood y sus tics siempre modernos.

5.- Game of Thrones (2011-2019)

Hay que contar hasta 10… sí, Game of Thrones sufrió el síndrome del final poco satisfactorio, eso nadie lo niega. Pero cierto es que la épica de George R.R. Martin definió todo lo que podía hacer una serie cuando creía en su drama desbocado y tenía el presupuesto para generar imágenes fantásticas (siempre al servicio de ese melodrama, claro). Hay que pensar en la forma en que nos hipnotizó y zamarreó durante ocho años para entender su poderío: la Boda Roja, la muerte de Ned Stark o la Batalla de los Huérfanos. ¿Y ese instante con Arya donde todos gritamos? GOT llegó a niveles de popularidad que nunca había visto una serie moderna y redefinió la idea de espectáculo que puede dar un show. Nadie pudo siquiera hacerle sombra a su andar dragón, salvo, claro, su propio y raquítico desenlace.

6.- House of Cards (2013-2018)

La serie big-bang que dio comienzo a la posibilidad de ver todos los episodios de un show inédito de una sola sentada. No solo eso: la serie de Beau Willimon y diseñada por David Fincher (que dirigió dos episodios) nace gracias a una investigación de Netflix que le indica los algoritmos de visionado que sus clientes preferían (“series de política” + “David Fincher” en este caso). Más allá de esos hitos que redefinirán el mundo de las series, House of Cards es ejemplar de todo lo que puede fascinar una serie y, al mismo tiempo, cómo todo ese frenesí puede esfumarse en el aire. Desde la bífida diversión que era ese presidente que rompía la cuarta pared a la caída en desgracia del actor que lo interpretaba, Kevin Spacey (con despido incluido), HOC redefinió el fulgor y el hundimiento ejemplar de una serie.

7.- The Americans (2013-2018)

The Americans fue el secreto mejor guardado de la edad dorada moderna de las series. Y, sin dudas, es dueña del mejor final que se ha visto en esta década. Lo cierto es que su principal acierto fue crear una reflexión inédita sobre el matrimonio en el lugar más improbable: una pareja de espías rusos obligada incluso a tener hijos para disfrazar su fachada. Claro, por ahí andan sus piñas al capitalismo y al comunismo, a la opresión del Estado desde cualquier dogma. Pero los showrunners Joel Fields y Joe Weisberg no solo reflexionaron sobre el matrimonio. Lo hicieron también acerca de la idea de conectar con alguien, y que ese alguien te defina (aquí desde compartir un secreto). Y así lograron que su acción, su modo thriller y sus dramas fueran el fondo perfecto para una gran historia de amor.

8.- Fleabag (2016-2019)

Un cura hot es el punto de partida no para confirmar la potencia de la voz creativa de la showrunner y actriz Phoebe Waller- Brigde (eso ya lo sabíamos desde hace rato) sino para construir algo con una complejidad, simpleza, sinceridad y comedia poco usuales: la sensación de una mujer real en pantalla. Y hasta puede expandirse esa idea: la sensación que toda la complejidad de un ser humano fue puesta en escena de una forma nueva, que se aprovecha de quebrar la cuarta pared para lograr un sincericidio perfectamente orquestado y armónicamente caótico. Waller-Bridge ha reescrito varios géneros tan solo siendo personal, enamorada de los mismos y enojada con sus óxidos ya imposibles de respetar (ahí está esa prueba irrefutable que es su Killing Eve). ¿Lo mejor de eso? No parece una reacción sino un nuevo mundo posible.