ESPECTACULOS

“Nadé por la depresión y la anorexia”

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“Papi, ¿me comprás una laptop? Voy a escribir un libro”. Tenía 20 años y era verano en City Bell. Estábamos reunidos tomando jugos exprimidos y comiendo tortas alrededor de la pileta. Mis hermanos no me prestaron atención, mi mamá levantó una ceja y mi papá: “Bueno, Cieli”.
Era una chica angustiada: recién salía a la superficie después de haber nadado las aguas turbulentas de la depresión y la anorexia. Dos años después seguía rota, como un perrito, haciendo algún esfuerzo por no morir.
Ahora asomaba una débil voluntad de supervivencia. Y había un deseo fermentando desde hacía tiempo: escribir mi historia. Durante tres meses no hice otra cosa más que escribir, llorar y sangrar. Tomaba pastillas para despertarme, para sentir alegría y para dormir. Lo único que no necesitaba ser forzado era el impulso de escribir, de vomitar mi historia. En tres meses no interactué con ningún ser humano. Era el momento de destriparme, de abrirme el pecho para lavarme las heridas y sanar. Sumida en un delirio, quizás por adolescente, quizás por ególatra, golpeé las puertas de la editorial Planeta y les ofrecí mi “.doc”. No puedo decir que me sorprendió que lo quisieran: escribir es lo único que puedo hacer para no morir. Lo demás lo sabemos todos: Abzurdah agotó 5 mil ejemplares en la primera semana, y más tarde otros 300 mil. Se tradujo al portugués y se hizo una versión para el público español. Se publicó en Colombia, Venezuela, Ecuador, Uruguay, Chile, Perú, Bolivia y México. Viajé a todos los países, y en todos el mismo grito: “A mí también me pasó”. Y ahora la película, que llevó al cine a más de 500 mil personas en 15 días. Abzurdah es sólida, demuestra que el cine argentino no necesita de Darín ni de las vacaciones de invierno. Se sostiene con buenas historias, que identifican al espectador. Pero la única pregunta que no me animo a contestar, sino apenas a pensar una pista, es por qué pasó todo esto. Por qué tantas chicas que nunca habían leído un libro en estos ocho años lloraron en mi hombro o sencillamente se lo recomendaron a otra amiga con tal énfasis como para que la otra no lo dejara de leer. Y lo único que me animo a decir es que mi historia se parece, sintetiza, refleja, coagula lo que nadie había dicho sobre una generación sin voz: las hijas de las familias de fin de siglo; chicas crecidas en un contexto menos autoritario que las de nuestros viejos, sí, pero dolidas hasta los huesos por el abandono afectivo, el vértigo de los excesos y las relaciones líquidas. Las Abzurdahs, sépanlo, somos muchas.

*Autora de Abzurdah.

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