Por lo que actúa, por lo que dice, por lo que hace, por lo que muestra o no, Florencia Peña tiene inmensa repercusión en una porción de la sociedad argentina. La difusión de su visita a Alberto Fernández en la Quinta de Olivos, durante la cuarentena dura de 2020, fue catalogada por Fernando Iglesias como “escándalo sexual” y de allí, los comentarios misóginos explotaron bajo el #lapeteradelpresidente. Peña salió a hablar: “¿Sabés por qué lo tengo que hacer? Porque hay gente que se lo cree”. Sus declaraciones pasaron por “Fui por el tema de los actores. Yo no tengo nada que ocultar”, hasta anunciar que va a denunciar judicialmente a Fernando Iglesias. Y sumó argumentaciones: “Lo que me pasa a mí muestra la doble vara. Frente a los hombres que fueron a la Quinta de Olivos [como Marcelo Tinelli, Adrián Suar, Carlos Rotemberg], nadie dijo nada. Me doy cuenta que las mujeres inconvenientes molestamos. Yo soy una mujer inconveniente para el establishment, porque no tengo pensamiento de derecha y siempre he defendido un Estado inclusivo y debemos ayudar a los que menos tienen. Además, meterse con la sexualidad de una mujer y rebajarla desde ese lugar ya lo viví hace diez años con el video. Y me vuelvo a preguntar una y otra vez qué es lo malo… ¿qué? ¿a los hombres no les gusta que le hagan pete? Dale, dejémonos de joder”. Finalmente, publicó en su Twitter: “Si lo que sucedió sirve para despertar conciencias y entender que no podemos permitir que nos ataquen por nuestra condición de mujeres, nuevamente bienvenido el debate. Que este movimiento heterogéneo nos encuentre sororas y unidas. No es por mí, es por todas”. En esta entrevista realizada antes del escándalo y donde no se le dió a PERFIL repregunta frente a esta situación, ella comparte de todo. Mientras avanza su participación en una nueva puesta teatral de Más respeto, que soy tu madre y asume que “Casados con hijos está en stand by, casi caído”, su carisma se ve en las mañanas de Telefe, al frente de Flor de equipo, junto a Nancy Pazos, Marcelo Polino, Noe Antonelli, Paulo Kablan y Campi. Y, desde el jueves pasado, está en los cines protagonizando La panelista, de Maxi Gutiérrez, una comedia oscura donde también actúan Favio Posca, Campi, Soledad Silveyra y José Luis Gioia.
—¿Cuánto hay, en la realidad de la televisión, de lo que se ve en la ficción de “La panelista”, donde la televisión se rige por la venta de emociones amarillistas?
—La primera parte de la película tiene mucho de eso. La tele de hoy es más del vivo, de los conductores, panelistas, noticieros, programas de entretenimiento, pero, sobre todo, de las primicias. Lo que antes pasaba en la gráfica, como tener una tapa, en eso se convirtió la tele abierta, y los contenidos de ficción pasaron a las plataformas. Después la película vira hacia ver hasta dónde está dispuesta una panelista a llegar.
—¿Vivís la presión del minuto a minuto, como lo que se ve en la película?
—Es así, es terrible. Yo lo tuve que aprender. Vengo de una tele mucho menos picadora de carne. He sido parte de la ficción argentina, tanto en tele como en teatro. Vengo de la tele donde vos te enterabas del rating al otro día. Esto es relativamente nuevo y es tan terrible: por ahí estoy con una madre que perdió a su hijo o con alguien que está contando un abuso, y no mide y tenés que salir de tema. Es durísimo, porque del otro lado hay una persona, contando, abriendo su corazón. Le vas agarrando la mano a pasar de un caso tremendo, a decir el PNT, y después a reírte con el invitado. Eso sucede en un solo programa. La panelista lo cuenta.
—¿Cuál es tu límite a esa picadora de carne?
—Ese límite es personal. Estoy conduciendo un programa muy exitoso en Telefe y me pongo mis límites: no me meto en la vida personal de nadie, no expongo al invitado a decirle algo que no quiere escuchar. Soy muy respetuosa. Pero, bueno, después, no hay un libro de ética y moral en la tele, no tenemos un decálogo sobre eso. Estoy más de acuerdo con la tele blanca, pero no tiene cabida.
—La protagonista de la película quiere hacerse un lifting. ¿Cómo te llevás con tu imagen y el paso del tiempo?
—No soy una obsesiva. Obviamente, voy a cumplir 47 años y me cuido, porque también trabajo con mi imagen. Empecé a entrenar de grande y me cuido la piel. Soy coqueta. Muestro mucho mi cuerpo en Instagram, porque me divierte, me gusta.
—¿Y cómo te llevás con un sector del feminismo que te objeta, por ejemplo, que exhibas tu cuerpo en las redes?
—No me llevo bien para nada: no creo en ningún extremo. Soy feminista y muy respetuosa de quienes han sido la punta de lanza de un feminismo, que hoy es mucho más masivo, llega a más estratos sociales, y no es más de gueto. Cuando hice la famosa tapa de violencia de género en Gente [en febrero de este año], las que más me atacaron fueron las feministas más extremas, que consideraron que frivolizaba el tema. Creo que no hay quienes pueden levantar la bandera y quienes no. Soy mujer y doy testimonio de cómo vivo la vida. Siempre hice lo que quise, tengo independencia económica, ocupo lugares que también han ocupado hombres. Me dedico al humor, un lugar muy machista, donde la mujer siempre ha sido “objeto de”, y no la protagonista. Con respecto a mostrar el cuerpo, es un gran debate todavía sin respuesta.
—¿Cuál es tu respuesta para este momento, provisoria?
—¿Por qué yo no podría mostrar mi cuerpo si es una parte de quien soy? Yo no solamente muestro mi cuerpo: además actúo, gané premios, escribo, soy conductora, tengo y expreso un pensamiento. Si vos me recortás porque tenés un prejuicio y odiás a quien muestra su cuerpo, ese es un problema tuyo. Yo no me muestro recortada en la vida. Tampoco te digo un discurso como “si no mostrás el cuerpo, no vas a ser nadie; si vos no tenés un cuerpo lindo, nunca vas a ser feliz”. Nada más alejado de mí. Propongo que las mujeres se amiguen con la sensualidad, puedan hablar del goce y tener una vida sexual plena sin sentirse culpables. Hoy vivo la vida feminísticamente. A los 18 años me operé, porque no soportaba la presión del afuera diciéndome: “Si tenés esas tetas, nunca vas a llegar a nada”. Hoy no me operaría.
—¿Cómo vivís el año electoral en tu programa?
—Todo está atravesado por la mirada que tengo. No creo en alguien que te dice: “Yo no creo en la política” porque todo, todo tiene política en la vida. Pero es importante que yo sea respetuosa de la mirada ajena. Soy debatidora serial; me encanta hablar de política.
—También por tu posición declarada has recibido insultos que solés responder con humor. ¿Cómo te planteás esa situación?
—¿Alguien puede pensar que voy a cambiar de opinión porque me diga que soy “una forra, conchuda, hija de puta”? Siempre voy por más.
Debates y oposición
—Entre otros debates, este año te involucraste en el de la modalidad escolar en pandemia. ¿Qué pensás ahora?
—Yo creo profundamente en la educación. A nadie, a ninguna mamá, a ningún dirigente, le puede parecer bien frenar las clases. Pero a nuestros hijos les tocó vivir una pandemia impensada, como a algunas generaciones les tocó vivir una guerra. Lo mejor es que tengan poder de adaptación. Es muy importante que vayan a la escuela, pero también creo que sin salud no hay nada. Tomás, mi hijo más grande, egresó por Zoom y yo discutí con muchos padres: “Es la que les tocó; a veces la vida no es como esperamos”. Juan, mi hijo que está en séptimo grado, estuvo teniendo un sistema online, por Zoom. Luego, mis hijos se contagiaron de covid y, después, yo: me alegré mucho de no haberlos mandado, porque quizás hubieran contagiado a algunos compañeros.
—¿Qué pasaría con treinta chicos en un aula?
—¿Treinta chicos en un aula? Me parece un horror. Perdimos el eje y se volvió una situación más política que real. El debate es que hay madres y padres que necesitan mandar a sus hijos a la escuela, porque necesitan trabajar. Pero los que tenemos niñera, o podemos hacer que se queden en otro lado, podemos poner nuestro granito de arena para aquellos que sí o sí tienen que mandarlos.
—¿Votantes de Juntos pueden ver tu programa?
—Claro que lo pueden ver. Gente que no piensa como yo igual me ve, me viene a ver al teatro, me sigue. El punto tiene que ver con el respeto. Esa es una buena lección que podemos dar: necesitamos un poco más de amor, no tanta confrontación y odio.