Santiago Vázquez es flaco y sencillo. Un jean y una remera azul acompañan su porte equilibrado. Está a pocos minutos de salir a escena a dirigir PAN, la nueva banda de percusión por lenguaje de señas que él mismo inventó y supo experimentar con La Bomba de Tiempo, esa explosión musical que creó en 2006 y hoy continúa vigente sin su presencia. Después vino La Grande, un proyecto de improvisación rítmica con el que continúa en la actualidad. Se lo nota en equilibrio. El mismo que busca arriba del escenario cuando sus músicos siguen sus indicaciones y juegan a improvisar con timbales, congas, bombos, baterías, tambores y todo aquello que convoque el baile y la alegría.
¿Cómo son estos minutos previos antes del show?
Tranquilos; no sentimos nervios.Todos somos músicos con más de 25 años de trayectoria. Si bien PAN es un grupo que arrancó hace poco, el show y la previa es un estado natural para nosotros. Lo que formamos fue una especie de fraternidad, de camaradería con el grupo. Muchos de mis colegas de PAN son como mis hermanos. Con algunos crecimos juntos y los vengo disfrutando y admirando desde hace tiempo. Todos tienen pista atrás y gran personalidad musical. En la previa y en el show uno se encuentra con colegas y amigos que admirás y respetás profundamente. Después viene ese juego entre maestros en el que cada uno despliega su arte. Es muy disfrutable todo.
Desde sus inicios en Puente Celeste, cuando ganó el Konex como uno de los cinco artistas de jazz más destacados de la década, pasando por la creación del Centro de Estudios de Ritmo y Percusión por Señas (CERPS) en 2011 hasta su arribo en PAN, la mente de Santiago Vázquez está siempre en movimiento. También su corazón, al que le atribuye ese ritmo tan parecido al de un tambor milenario y lo impulsa a seguir creando.
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Tus proyectos son muy variados. ¿Sos consciente de todo lo que hiciste?
(Risas) Desde mis comienzos con Puente Celeste ya disfrutaba muchísimo de la música en general; esa etapa fue muy importante para mí; tanto artística como humanamente. En realidad, mi sensación es la de ir siguiendo mis necesidades. Creo que tiene que ver con que me animo porque desde chico mis padres me alentaron a que hiciera lo que me gusta. Con mucho amor y afecto, en situaciones que no fueron fáciles. De chico me dieron esa posibilidad de sentir profundamente que lo que intentes, si trabajás lo suficiente y le metés ganas, va a estar bien y vas a llegar a un lugar. Me dieron la posibilidad de no temerle al futuro. Eso me permitió seguir ese instinto que tengo de ir para un lugar determinado y no saber bien porqué, pero darle para ese lado. Se trata de colonizar zonas que uno no sabe ni siquiera que existen.
¿Tenés muchas ideas?
Muchas más de las que podría realizar (risas). Hay gente que se inspira para escribir poesía o pintar cuadros; mi inspiración está ligada a lo melódico, lo rítmico y los conceptos de movimientos de cosas que me encantaría que se generen y las puedo visualizar en mi cabeza. Por supuesto que llevar a la práctica un proyecto, requiere la colaboración de muchas personas y una energía enorme. Son mucho más complejos de lo que uno es capaz de imaginar al principio. Con el tiempo fui aprendiendo a filtrar y decirle que no a mis propias ideas. Muchas resurgen en mi mente después de pensarlas y agregarle cosas nuevas. Ahí es cuando me doy cuenta que la única forma de sacármelas de encima es haciéndolas. Ese momento es como un embarazo; no tengo más opción que ponerme manos a la obra. Las ideas que llevo a la práctica ya están muy maceradas en la cabeza por todo este proceso de filtrado.
Se te nota bastante tranquilo...
Más o menos; duermo poco (risas). Debería dormir un poco más. Me ayudan mucho mi pareja y mi dos hijos que son una parte muy importante en mi vida. También el equipo de personas con los que hacemos los proyectos se va haciendo cada vez más orgánico. Nos entendemos casi telepáticamente por códigos que vamos forjando con el tiempo. El trabajo en equipo también es un aprendizaje. Como director me encargo de hacer bien mis partes y de darme cuenta de cuando alguien hace algo igual de bien o mejor que yo, enseguida ceder ese lugar.
La noche del jueves lo espera con emoción en el Centro Art Media de Av. Corrientes 6271. El público que fue a escucharlo también se encontró con un espacio similar al de una plaza, con aros de básquet, mesas de ping-pong, metegoles gigantes y hasta un puesto con un horno en el que cada persona puede hacer su propio pan. Más que un show, parece una reunión musical, un lugar para divertirse mientras suenan los tambores.
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¿Qué es PAN?
Después de crear el lenguaje de ritmo con señas armé La Bomba de Tiempo. Ese proyecto llegó a estabilizarse y maduró muy bien. En un momento necesité pensar un grupo con el mismo lenguaje pero que incluya sonidos, composiciones y ritmo con algo bailable. Me interesaba mezclar de forma libre las composiciones. Eso lo hice con La Grande. Después sentí que La Bomba ya era algo materializado y que funcionaba perfecto sin mí. Entonces me fui y empecé a trabajar con el lenguaje de señas en la escuela que fundé, el Centro de Estudios de Ritmo y Percusión con Señas (CERPS). Mientras tanto fui macerando esta idea de hacer otro grupo de percusión con señas que debía tener algo innovador. No me estimulaba la idea de repetir algo que ya había hecho. Puede ser comercialmente interesante pero artísticamente no me movía. Lo que hice fue empezar a buscar otro tipo de amplitud desde el punto de vista tímbrico. Que otros músicos puedan integrarse con sus instrumentos y vean que pueden improvisar también en este marco de la percusión.
¿Qué buscás con PAN?
Intenté buscar un estilo más personal, no algo estándar como había hecho con La Bomba. Ya no tratando de modelar una movida de percusión con señas, sino pensarlo como algo más de autor. Me imaginé las personas con las que me gustaría hacerlo, que son los músicos de PAN, y por suerte todos me dijeron que sí. Pensé una tímbrica relacionada con mi mundo personal que es muy abierto. A mí me gusta disfrutar de músicas de todo el mundo. Desde algunas muy antiguas de tribus africanas, pasando por música de Java, Indonesia, el jazz, rock, funk, contemporánea... también me gusta Ravel, Stravinsky. PAN resulta de este universo tan abarcativo, lo panorámico; de esta amplitud de colores que se conjugan en mí y van mutando.
¿Sos de sentarte a escuchar música?
No escucho tanta música. Cuando estoy haciendo música no puedo escuchar otra. También disfruto de estar en silencio.
¿Quiénes forman PAN?
Nico Cota, que viene del funk y del hip hop, en producción electrónica y voces procesadas. Nico Sorín que tiene su veta electrónica más urbana-neoyorquina y es productor, director y compositor de música para cine. Milo Moya que hace beat box mezclado con cumbia y malambo. Cheikh Gueye y Santiago Ablín. Caro Cohen que es la número uno en congas y percusión en el país. Facundo Guevara también es un gran percusionista; tiene un corazón que se escucha cuando va tocando. Sergio Verdinelli en batería, con una gran originalidad. Santi Olguín que toca percusión reciclada y corporal (tachos, cacerolas y sartenes). Gonzalo Arévalo, que fue estudiante de mi escuela y ahora es profesor; tiene un talento excepcional y se especialista en instrumentos mediterráneos: cárcavas, tambores chatos. Cada uno tiene su mundo musical y lo trae acá.
¿Qué los distingue?
PAN tiene esa combinatoria de timbres. Es un viaje de instrumental que aporta un desafío complejo desde la dirección. Cada uno puede cumplir todos los roles porque todos los músicos tienen sus instrumentos graves y agudos. En esa cantidad de posibilidades y combinatorias infinitas, mi desafío como director es ir inventando estrategias para que cada uno no tenga que restringirse en su paleta de colores. Que pueda ir libremente a la zona de la cancha que quiera pero que los demás rotemos para que todo el espacio musical esté cubierto. Por eso cuando iba convocando a los músicos, pensaba las cualidades de cada uno para hacer algo bien orgánico.
¿Cómo podrías explicarlo a nivel musical?
Te lo voy a graficar con una metáfora futbolística (risas). Imaginate si en el fútbol apareciera un equipo cuyos jugadores rotan de posición todo el tiempo. Sería una locura, una novedad total como estrategia. Si alguien no sabe nada de fútbol y lo ve, no se va a dar cuenta de que está pasando algo nuevo. Pero si lo ve alguien que entiende un poco, en seguida va a pensar: ¿cómo puede ser que este jugador que hace un minuto estaba defendiendo, ahora juega de delantero? PAN tiene esta impronta porque todos en algún momento pueden estar en algún lugar de la cancha. Se trata de entender ciertos códigos que nos permitan esta flexibilidad y a la vez lograr un balance como grupo.
También convocan artistas muy diferentes como Julián Kartún, Perotá Chingó o Gaspar Benegas...
Es una experiencia genial. Cada semana convocamos un invitado. La idea es nutrirnos y jugar con ellos. Los invitamos a jugar y no sabemos bien qué va a pasar. Es muy divertido. La idea es homenajear al invitado y acompañarlo en lo que él quiera hacer en su arte. Nos obliga a pensar la música en ese rato que estamos con el invitado en el escenario de una forma nueva para nosotros.
¿Qué música argentina escuchás?
Soy muy fanático de Luis Alberto Spinetta. Fue el único artista que cuando lo encontré en persona, me sentía frente a una deidad y me costaba muchísimo abrir la boca. También intento no imitarlo porque sería un mamarracho. Hay algunos artistas que son imitables, pero Spinetta es imposible. Lo vi tres o cuatro veces. Hay músicos que tocan conmigo que tocaban con él. Para mí es una figura inspiradora pero desde un lugar que intento no sea evidente.
¿Le pudiste decir esto que sentías por él?
No, no hacía falta. Le debería pasar con todo el mundo al pobre (risas).
¿Y qué otros te gustan?
Del ámbito local, muchos que tocan conmigo: Nico Sorín, Nico Cotta. También Juan Quintero, El Mono Fontana y Edgardo Cardozo. Después escuché algunas cosas nuevas que me impresionaron para bien como Cat7iel, un artista súper talentoso que va a sorprender. También nuestros invitados; es larga la lista. Además alguno de mis clásicos a los que siempre vuelvo como Joao Gilberto .
¿Qué va a ser del futuro de PAN?
La idea es seguir cocinando este espacio que es ir tocando todos los jueves. El concepto de PAN se terminó de poner en marcha cuando vi este lugar (el Complejo Art Media) que todavía estaba en obras y entendí que era ideal para este proyecto. Con Ale Mazzei, mi manager, nos surgió esta idea de que no sea un lugar solamente para venir a escuchar a una banda, sino una especie de plaza, de playa, en donde hayan juegos típicos de esos espacios y la gente también también pueda improvisar sobre cómo usa el lugar. No hace falta que miren al escenario mientras tocamos, sino que capaz están jugando al básquet o al metegol y disfrutan del ritmo.
¿Cómo repercutió esta propuesta en la gente?
Lo entendieron de inmediato. La pasan muy bien y nos demuestran que les encantó la propuesta desde el primer minuto. Se disfruta mucho del espacio. Si yo fuera público también vendría (risas).
¿Y el futuro de Santiago Vázquez?
El futuro de cada uno es hacer lo que uno imagina y trabajar para que suceda. Tengo varios proyectos a la vez. PAN es el que requiere más tiempo. La Grande sigue los martes en Dumont 440; estoy preparando la CERPS Online y también escribiendo un libro de entrenamiento rítmico avanzado para músicos que es un poco la continuación del lenguaje de señas. Al mismo tiempo estoy trabajando en una serie de discos de música basada en esos conceptos y grabando un disco de La Grande que sale este año. Por eso duermo poco (risas).
Santiago se despide. Lo espera la banda que supo crear y dirigir con un lenguaje propio, a partir de una búsqueda incesante. Ese ritmo que le viene impreso en cada latido de su corazón y que lo hace plasmar las ideas que sueña.