ESPECTACULOS
PEPE CIBRIÁN CAMPOY

“Para mí un artista debe ser agradecido”

El productor y actor, responsable de clásicos del musical argentino, presenta “Pepe con Pepe”, un show íntimo donde realiza un repaso de su vida personal y artística. En la pieza busca homenajear a sus padres, sus abuelos y, según él, “un poco a mí”. Reflexiona sobre sus éxitos y su legado.

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Leyenda. El famoso artista decidió generar un espectáculo que homenajea a su padres. | GZA. PRENSA ALEJANDRO ANDOLFI

Muy pocos, por no decir ninguno en este país ostenta un pasado de siete generaciones de actores. Es el caso de Pepe Cibrián Campoy, fundador del nuevo teatro musical en Buenos Aires en la década del setenta. Es también difícil encontrar a algún intérprete de ese género que no haya estudiado con él o integrado alguno de sus numerosos elencos. Desde el 11 de marzo se lo encontrará a Cibrián Campoy en Pepe con Pepe, su cuarto unipersonal y segundo que interpretará él mismo, los sábados a las 22 y los domingos a las 20 horas en Timbre 4. “Voy a cumplir setenta y cinco años –confiesa- hice mucho en mi vida, en total cincuenta y siete espectáculos, pero hoy tengo una cierta necesidad de introspección y de darme otro tipo de gustos. Se debe ser consciente cuando estás sobre un escenario. Hay que acostarse sobre esos pisos y escuchar lo que dicen. Si no te quiere, te expulsa y es muy duro”. 

—¿Por qué elegiste Timbre 4?

—Quise ir a un teatro alternativo, donde no tenga la presión de tener que llevar ocho mil personas por segundo, porque si no sos un fracaso. Para mi Timbre 4 tiene crédito y lo quiero a Tolcachir. Busqué hablar de mi familia y de la vida de los actores. Estaré sólo con un músico: Daniel Pragier. Será una hora y media donde contaré historias de mis abuelos y mis padres, con humor y sin humor. Entrecruzaré siete canciones. Los espectadores podrán preguntarme. Somos casi siete generaciones de actores. 

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—¿Tantas generaciones?

—Si. Por ejemplo mis abuelos paternos fueron muy famosos y esa clase de actores que estrenaba en Madrid. Luego estaba la clase B que eran los que comenzaban en las provincias. Después venía la C, a la que pertenecía la familia de mi madre, donde mi abuelo era apuntador y mi abuela, una actriz respetada pero muy bohemia, quien buscaba que la contrataran cuando se acababa el dinero. Mi madre se crió en ese mundo, iba de pueblo en pueblo y la hacían dormir en una maleta. Tengo muchísimas anécdotas de esas vidas. Aquellos primeros no podían ser enterrados en campo santo, porque se los consideraba herejes.  

—Imaginas desde unipersonales hasta obras para grandes elencos: ¿cómo surge esta dualidad?

—Para mí es placentero ese aparente nada. Si analizás Drácula la escenografía es muy poca. Nunca me han atrapado los grandes decorados. Puedo tener delirios faraónicos como el que me permitió Tito Lectoure, pero también estar solo como estaba en Marica. Si le sacás a mis espectáculos la música encontrás textos muy poéticos. Creo que en el teatro musical se recuerdan las melodías. Pasa con La Traviata y con los grandes éxitos de la ópera. La gente sale tarareándola, pero el autor que da pie a la creación no se recuerda. La música es un lenguaje mundial, a mí como dramaturgo me tienen que traducir, a Mahler como músico, no. Desde chico soñé con ser un faraón, un primer actor y por eso empecé a escribir. 

—¿Qué recuerdos te dejaron los teatros oficiales?

—Empecé en el Sarmiento en 1971. Tengo recuerdos gentiles. Para mí un artista debe ser agradecido y generar armonía. A mis actores les enseño desde el primer día que deben saludar al boletero, al acomodador y a los maquinistas, todos conforman o no el éxito de un espectáculo. Se debe generar una buena relación. Me pasó con las Invasiones inglesas en el San Martín, hubo retrasos y me dijeron que los técnicos no me iban a hacer rápido la escenografía. Los reuní, les pregunté si podían y me ayudaron. Todos somos partes del teatro. A mí me pasa cada vez que piso un escenario, no importa si es oficial, privado o independiente.

—Formaste a varias generaciones de intérpretes de musicales…

—Conmigo aprenden la vida del teatro, luego muchos se convirtieron en figuras. Es importante la constancia, el compromiso, ser puntuales, saber la letra y no ensuciar la ropa. Les enseño que no pueden sentarse con el vestuario en el piso. Lo aprendí de mi madre quien decía: “La ropa se arruga sobre el escenario, no afuera”. Un cirujano no usa su bisturí para cortar el bife de chorizo. Como un violinista no va a utilizar su arco para jugar al ping pong. ¿Por qué vos como actor no vas a cuidar tus zapatos? Cuando salgas al escenario no te los pueden ver sucios. Todo eso hay que enseñarlo. Algunos buscan ser conocidos, pero eso dura sólo un rato. 

—Estas famas precoces y tan rápidas: ¿se dan en la Argentina o es un problema mundial?

—Creo que se da más aquí. Salvo nuestras provincias del norte, el resto de nuestro país no tiene identidad, somos raros. Allí hay colores, comidas y tradiciones. Cuando subís a un taxi en distintos países escuchás su propia música, así en España, México o Brasil. Aquí no pasa, casi nadie pone un tango. Fue un éxito muchos años en el exterior Tango Argentino, algo que no sucedió aquí. En todas partes del mundo hay programas de reality, pero también existen las ficciones y los documentales, nosotros ya no las tenemos. ¿Qué actor trabaja en televisión? Hace veinte años teníamos tres canales con ficciones: el 9, Telefé y ElTrece. En la actualidad imperan las novelas turcas. 

—¿Seguís generando proyectos?

—Creo que para fines de mayo, cuando se cumplan cuarenta años del estreno de Calígula la vamos a volver a hacer en el teatro Premier. La escribí en 1983 cuando todavía estábamos en dictadura. Es una crítica al poder, aunque hoy sea otro. Siento que sigue vigente. Es muy duro, en nuestro país nada cambia, todo vuelve a empezar. Ojalá alguien nos saque de esto, siento que son todos muy malos, pero está en juego la vida de mucha gente.

 —Tus padres fueron exiliados: ¿te marcó?

—Más que marcado, el temor al hambre, a la pérdida, al abandono y a la soledad. Todos esos miedos los tengo y los trabajo hace más de cincuenta años en terapia. Luego vinieron las constelaciones y nuevas técnicas. Mi madre mantuvo a su familia desde los trece años. Mi vida está impregnada con los horrores de la Guerra Civil Española. 

—¿Fantaseaste con vivir en otro país?

—Nunca. No me atrajo irme. Cuando era joven muchos me decían que me debía ir a Broadway. Mis obras se hicieron en España, México, Chile e incluso fui a dirigir un Drácula en Barcelona. Pero prefiero ir a Mendoza o a Neuquén. Cuando viví dos años en México, admiraba cómo ellos sabían salir de las autopistas, eso es conocer su territorio. Me decía el día que aprenda soy del lugar, nunca lo conseguí. Es muy duro el exilio, lo palpé con mis padres. Algunos creen que es muy fácil. A mí no me llaman, sigo golpeando puertas. Hoy tengo a un productor maravilloso que es Daniel Malcón, con una gran generosidad. Tuve suerte, me ayudaron mis padres, luego Tito Lectoure y ahora Daniel Malcón. Soy un hombre muy privilegiado.

 

Entre el éxito de drácula y una nueva Dorothy

El año pasado Pepe Cibrián Campoy estrenó un nuevo musical en Córdoba. Recuerda: “La producción fue de Daniel Malcón, aunque es de Buenos Aires armó un elenco cordobés. Es una versión muy particular de El Mago de Oz y se llama Dorothy, un mágico musical y esperamos poder hacerla en Buenos Aires. Allí interpreto al Mago. Hicimos funciones en la Sala de las Américas de la Universidad Nacional de Córdoba, después estuvimos en Río Cuarto, Villa María y Las Varillas. La música original es de Fernando Rahe y las coreografías de Rodrigo Villani. Luego de la nueva versión de Calígula proyectamos traer al elenco cordobés – dieciocho intérpretes- para hacerla en Buenos Aires.”

Es imposible no preguntarle por el éxito de Drácula, hoy en Mar del Plata. Dirá: “Habla de un misterio, una suerte de ruleta, la vida es eso. Se dieron las circunstancias, el encuentro mágico con Lectoure y luego Ángel Mahler, se potenciaron las tres energías en un delirio. Primero quise adaptar la novela, luego me inventé mi propio Drácula. Creo que el éxito fue no haber podido pensar, sólo sentir la creación. Todo eso hizo un cóctel que generó una adicción por parte del público. No entiendo cómo tocó lugares íntimos y empáticos. No es que se sientan afines al vampiro, sino seguramente al amor, la entrega y a la pasión. No sabría cómo repetir este éxito, Para mí no es mi mejor obra, tiene errores dramatúrgicos, hoy los veo, pero la gente no los siente. A veces pensé en la continuidad, pero no le encuentro sentido hacerlo”.