Podría decir que hay una sola cosa en común en todo el barrio del Abasto y ésa única cosa es, precisamente, que no hay nada que sea común. Podría decir también que el Abasto es el mito de origen de la vida cultural de la Ciudad Buenos Aires, y que desde su origen, mi ciudad ha sido siempre una y otra, nunca la misma, nunca una sola. Y también podría decir, quizás porque al fin hemos admitido que lo común no existe, que ésta es una ciudad llena de teatros. Porque un teatro, mi teatro o cualquier teatro, es la forma en la que yo, vos, y cada unx, logramos inventarle un espacio a esa fracción tan diversa y extraña de nosotrxs mismxs. Porque los teatros son, y siempre podrán ser, los únicos lugares dónde las personas se reúnen para ensayar actos o inventar ficciones con sus mil diferencias. Podría decir también que los teatros son los sitios en los que muchas personas para nada comunes y absolutamente desconocidas se cruzan, quizás por primera y única vez, a encontrarse con sus mil extrañezas, con sus mil pedacitos rotos e inciertos de sí mismxs. Y quizás justamente porque tengo un teatro, hoy puedo decir que los escenarios de mi ciudad son lugarcitos dónde las personas aprenden a practicar sus deseos. O mejor aún, aprenden a concederse el deseo incontenible de hacer cosas extraordinarias, porque “¿Para qué amo, me pregunto, si no es para hacer algo extraordinario y desconocido?”.
“People moving every day” (“La gente se mueve todos los días”, dice el estribillo de una canción que escribió un chabón del Abasto). “People moving every day… Do they know why they’re going?” (“¿Saben por qué están yendo?”). “Do they know why they go?” (“¿Saben por qué se están moviendo?”). A veces, sueño. A veces sueño que mi ciudad es como un teatro. No, mejor dicho, sueño que ando por la ciudad haciendo lo mismo que hago en un teatro. Y sueño que tengo el tiempo que nunca tengo para sentarme a charlar con cada unx de los desconocidxs con los que me cruzo todos los días. Y charlamos. Charlamos una bocha hasta que ningunx de los dos se siente más invisible ni más solx. Otras veces, mientras corro yendo a algún lugar, porque en mi ciudad nadie camina, todxs siempre corren, me imagino cosas, porque hacer teatro te enseña a imaginar demasiadas cosas, entonces imagino que el ruido incesante de la ciudad se transforma en música, y que una canción es capaz de tapar la estridencia del tránsito del barrio más transitado, a una hora cualquiera del día. Y una sóla canción, ni siquiera una gran canción, una canción cualquiera, es capaz de frenarlo todo. Y gracias a esa canción, yo puedo parar, dejar de correr un minuto de un lado a otro y sentarme a escuchar. En mí sueño puedo, al fin, sentarme a escuchar una canción cualquiera a una hora cualquiera del día en medio del ruido incesante de la gran ciudad.
Pero obvio que después me despierto. Me despierto y me doy cuenta que nunca hay tiempo para ésto. Me despierto y pienso que tengo que conseguir plata para sobrevivir. Señora, señor, estamos intentando detener un momento el mundo ¿se puede? ¿Puede un teatro, o mejor dicho, una obra de teatro, en nombre de una pura ficción, detener el tiempo un ratito? “Vena mía poética susúrrame”. ¿Cuánto cuesta éste tiempo sin tiempo? O mejor dicho, ¿cuánto cuesta tener un poco más de tiempo? Hoy, y sólo por hoy, realmente no quisiera que nadie en el mundo se sienta invisible. Hoy me gustaría poder mirarlxs a todxs.
Algo de todo esto, de alguna forma, o de otra, o de otra, es, o quisiera ser, Cinematique Abasto.
*Director, dramaturgo y docente.
Cinematique Abasto sucede los sábados a las 16 h en Roseti, Gallo 760, Abasto. La reserva se hace por Alternativa. Como es un espectáculo abierto al barrio, la entrada es a colaboración.