El 9 de noviembre de 1989 fue el principio del fin de la Guerra Fría y el mundo bipolar. La población mundial, atónita, veía cómo el muro de la vergüenza y el horror, se derrumbaba.
Ese día, cayó la barrera que separó familias y privó de libertad a millones de seres humanos. Aquel 9 de noviembre, el muro construido en agosto de 1961 y que durante casi treinta años se pintó con sangre, sucumbió ante el grito mundial de libertad. Los alemanes sienten vergüenza por esa porción de su historia. Una barrera de ladrillos fríos, alambres y violencia, era el criterio empleado para determinar el repudiable “ellos o nosotros”. Este muro definía también quienes merecían preservar o perder su vida. Millones de personas ondearon banderas, liberaron emociones y expresaron cánticos que honran la fraternidad y la libertad, cuando el bloque de cemento abdicó. Esa noche la bota soviética empezaba a quedar obsoleta. Fue el inicio del camino hacia la implosión de la U.R.S.S., concretada en 1991, con su disolución. La Glásnot y la Perestoika, implementadas por Mijaíl Gorbachov, el inicio del proceso de globalización –con la prometida libertad de los factores productivos– y la disolución de las fronteras nacionales mediante la creación de organizaciones internacionales intergubernamentales (como el Mercosur) y organizaciones internacionales supranacionales (como la Unión Europea) se presentaban como la superación de cincuenta años de un mundo bipolar y carcelario para algunos. “El fin de la Historia y el último hombre” de Francis Fukuyama y “el Choque de las Civilizaciones” de Samuel Huntington, intentaron dar cobertura teórica al mundo que terminaba y al que se avecinaba. Las guerras económicas fueron reemplazadas por guerras ideológicas y éstas por nuevos combates culturales. El rechazo de algunos pueblos a aceptar la universalización de valores occidentales, generaría nuevas formas de violencia, como el terrorismo.
La actual embestida global del yihadismo y la propaganda antiterrorista que la acompaña, pueden hacer creer que el terrorismo es monopolio del islamismo, lo cual es un error severo. Hasta hace muy poco, otros terroristas (o guerrilleros que se terminaron confundiendo con terroristas por los métodos que empleaban) operaban en muchas partes del mundo no musulmán: los de ETA en España, los del IRA en Irlanda del Norte; los de las FARC y los paramilitares en Colombia; los del Frente Moro en Filipinas, etcétera. Es preciso señalar, también, que en los años 1980, en Nicaragua, los Estados Unidos actuaron con análoga ferocidad contra los sandinistas. Y en Afganistán contra los soviéticos, con el apoyo de dos Estados muy poco democráticos como Pakistán y Arabia Saudita. Es necesario recordar que Washington alentó, también en la década de 1980, la creación de brigadas islamistas reclutadas en el mundo arabomusulmán y compuestas por los que los medios de comunicación dominantes llamaban entonces los “freedomfighters” (combatientes de la libertad). Allí la CIA captó y formó a Osama bin Laden –quien, a posteriori, fundaría la organización terrorista Al Qaeda–. Es sabido que el proceso de internacionalización económico de los años 1990 abrió nuevas oportunidades para los Estados para colocar excedentes de producción doméstica en otros mercados; pero también se tradujo en el aprovechamiento vil de la mano de obra barata de pueblos condenados al hambre y lucró con esas necesidades. El fenómeno es multidimensional: afectó la cultura y el sistema político global. Las olas inmigratorias buscando desesperadamente un mejor porvenir, y la incapacidad de los Estados para satisfacer demandas sociales globales, hicieron resurgir –en varios Estados– brotes rabiosos de xenofobia y racismo. Transcurridos veintinueve años desde la caída del muro de Berlín, el mundo pareciera no haber aprendido la lección de la historia y sigue exhibiendo muros que distancian países, personas y sueños.
La transferencia de competencia de los Estados nacionales a entidades superiores y globales se contrasta con postales que ilustran que el mundo sigue plagado de tapias que dividen países, pueblos y vecinos. Veamos algunos ejemplos: la frontera entre México y los Estados Unidos se extiende por casi 3.200 km. El muro construido por la Casa Blanca para controlar la entrada de indocumentados, se extiende por aproximadamente un tercio de la frontera. Es un mosaico de vallas de acero y concreto, al que se suman cámaras infrarrojas, sensores y otros mecanismos. En el viejo continente, para evitar la entrada masiva de inmigrantes africanos, España construyó a finales de 1990, dos barreras físicas en Ceuta y Melilla. Estas ciudades autónomas ubicadas en territorio africano, al otro lado del estrecho de Gibraltar, representan la entrada más directa a Europa desde África. La inclusión de cuchillas que generan heridas profundas ha sido uno de los aspectos más condenados de este muro. Otra barrera artificial es la que divide el territorio entre Israel y Cisjordania, que comenzó a construirse en 2002; está formada por vallas, alambradas, zanjas y placas de cemento de hasta ocho metros de alto. Israel argumenta que el muro es un mecanismo para garantizar la seguridad de sus ciudadanos. Los palestinos lo denuncian como un “muro de apartheid” que ha llevado además al apropiamiento ilegal de tierras.
Otro caso es Irlanda del Norte. Los “99 muros de Belfast” comenzaron a ser levantados hace aproximadamente cuatro décadas para evitar la violencia entre católicos y protestantes. Sus dimensiones varían desde unos pocos centenares de metros hasta cinco kilómetros. “Están en áreas en las que los nacionalistas (que quieren vivir en una Irlanda unida), y los unionistas (que quieren seguir siendo parte de Reino Unido) viven en zonas contiguas. Existen portones de comunicación que se cierran durante la noche y en épocas tensas”, relató Andy Martin, corresponsal de la BBC en Irlanda del Norte. A diferencia de muchos otros muros, los de Belfast cuentan con apoyo de muchos residentes lo que le otorga ciertas dosis de triste legitimidad. Las dos Coreas también presentan una barrera artificial peculiar. La Zona Desmilitarizada de las dos Coreas es una franja de territorio de cuatro km de ancho por unos 250 kilómetros de largo, que divide a Corea del Norte y Corea del Sur. La franja fue creada en 1953, cuando un armisticio puso fin a la guerra entre las dos Coreas que dejó más de un millón de muertos. El paisaje Arabia Saudita-Irak también luce tenso y rígido. Cerca de la mitad de la frontera de 900 km entre Arabia Saudita y su vecino del norte, Irak, es con la provincia iraquí de Anbar. El rey de Arabia Saudita ordenó adoptar “todas las medidas necesarias para proteger al reino de grupos terroristas”. “Estado Islámico” ya controla gran parte del oeste de Irak y está efectivamente en la puerta de Arabia Saudita, por lo que el reino está alerta. Físicamente la frontera parece estar asegurada. Desde 2006 Arabia Saudita ha estado reforzando las barreras existentes con un sistema de vallas altas con alambre de púa, patrulladas desde puestos de observación y bases militares, según Gardner. A las postales dramáticas relatadas se suma una que sorprende (y angustia). Se trata de un lugar en el mundo que exhibe un muro que presenta similitudes con el que dividió a Berlín durante más de un cuarto de siglo. Se trata de Chipre. En 1964 se definió la barrera que partió Chipre en dos, separando a los grecochipriotas en el sur y los turcochipriotas en el norte de la isla. Una década después, este muro se convirtió en un espacio infranqueable, tras la guerra entre ambas comunidades en 1974. La alambrada se extiende 180 km y existe una zona de exclusión entre ambas comunidades (conocida como Línea Verde) bajo control de las fuerzas de paz de la ONU. Tras la caída del muro de Berlín, Nicosia es la única capital dividida del mundo. Y lamentablemente hay más evidencias de fundamentalismo: la frontera que comparten India y Pakistán, es una de las más inestables del planeta. Ambos Estados son potencias nucleares. Muros y alambradas se extienden por casi la mitad de los 2.900 kilómetros de línea fronteriza. A finales de la década de 1980, India comenzó a levantar la barrera con el argumento de “combatir el terrorismo”. Un motivo frecuente de tensión es la valla de alambres, combinados con minas y alta tecnología, conocida como “Línea de Control”, erigida a casi todo lo largo de la frontera de facto en Cachemira, no reconocida por Pakistán. India y Pakistán se enfrentaron en tres guerras por el territorio de Cachemira (1947, 1965 y 1999).
La historia contemporánea pareciera legitimar el carácter circular que los griegos, hace muchos años, le asignaban a la historia. Los intereses geopolíticos ocultos bajo capuchas religiosas y dudosas convicciones morales de velar por la seguridad y paz internacionales, han gestado nuevos conflictos y modernas formas de solucionar las discrepancias. El mundo está repleto de minas de odio diseminadas por todo el globo. Las intervenciones en Libia (2011) y en Siria (2014) sumaron más leña al fuego. Algunas capitales occidentales siguen pensando que la potencia militar masiva es suficiente para acabar con el terrorismo. No obstante, en la historia militar existen cuantiosos ejemplos de grandes potencias incapaces de derrotar a adversarios más débiles. El fracaso estadounidense en Vietnam en 1975 y la incapacidad durante aproximadamente treinta años del poder británico para derrotar a un ejército pequeño como el IRA –como señala el historiador Eric Hobsbawm–, son ejemplos contundentes.
La mayoría de las Fuerzas Armadas han sido formadas para combatir a otros Estados y no para enfrentarse a un enemigo invisible e impredecible. En el siglo 21, las guerras interestatales están en extinción y los conflictos de nuevo tipo, cuando el poderoso se enfrenta al pequeño o al loco, tienen fecha de inicio pero no de finalización. Advirtiendo esta metamorfosis mundial, las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, OTAN, Chile y Brasil –señala el politólogo Jaime García Covarrubias– están en proceso de transformación.
Pero vale remarcar, que en un enfrentamiento asimétrico, aquel que puede más, no necesariamente es el que triunfa.
*Director del Diplomado en Gestión de Gobierno de la Universidad de Belgrano; internacionalista especializado en la Universidad Nacional de Defensa de Washington; autor del libro Postales del Siglo 21.