Este año se cumple el aniversario número 35 del “Comunicado de Shanghai”, formulado en conjunto por Estados Unidos y la República Popular China, con la firma del entonces presidente Richard M. Nixon y del premier Zhou Enlai.
El “Comunicado” presentaba al mundo las bases de una relación estratégica de orden global entre los dos países, que 20 años antes se habían enfrentado militarmente en la Guerra de Corea (1950-1953), cuyo objetivo era frenar las pretensiones “hegemónicas” de la Unión Soviética.
El “Comunicado de Shanghai” era el resultado de la visita secreta realizada un año antes a Beijing por Henry Kissinger como asesor de seguridad nacional del presidente Nixon.
El viaje secreto de Kissinger, y el posterior comunicado de 1972, cambió la historia del mundo y modificó en sus raíces el mapa geopolítico global al establecer un trípode en la política mundial que dejó atrás la bipolaridad característica hasta entonces de la Guerra Fría.
Esta semana, en Beijing, donde se encuentra invitado por el gobierno chino, en lo que constituye su 34 visita posterior al viaje secreto de 1971, Kissinger señaló: “Las relaciones internacionales enfrentan ahora grandes cambios. El centro del mundo se desplaza del continente europeo a la región del Pacífico. Los países clave del mañana están situados en Asia”, afirmó el ex Asesor de Seguridad y ex Secretario de Estado. El país clave de la región dominante del mundo es China, precisó Kissinger.
Señaló que EE.UU. y China comparten puntos de vista comunes sobre las principales cuestiones internacionales de la primera mitad del siglo XXI, como la proliferación nuclear, la energía, el medio ambiente y la globalización.
Kissinger elogió el carácter decisivo que la cooperación entre China y EE.UU. tuvo en la resolución favorable de la disputa con Corea del Norte sobre el problema nuclear, en el marco multilateral y diplomático de la “Mesa de los Seis” (Rusia, China, Corea del Sur, Japón, Estados Unidos y NorCorea). “El ascenso de China al poder mundial es inevitable”, dijo.
El vínculo entre los dos países no es sólo bilateral sino que se funda en un objetivo de orden global, que es establecer un nuevo sistema internacional, “basado en la cooperación y en la prevención de catástrofes,” en referencia, a la proliferación nuclear (Corea del Norte, Irán), y al problema energético y ambiental.
El paso del unilateralismo al multilateralismo de la política exterior de EE.UU., que parece estar ocurriendo después del 6 de noviembre de 2006, y que se manifestó en el acuerdo de desnuclearización de Corea del Norte, tiene como eje a China, y no a Europa.
Es probable, incluso, que este nuevo ciclo multilateral de la política exterior de Estados Unidos sume a nuevos actores ajenos al marco del G-7, como Brasil (biocombustibles), India (acuerdo nuclear), Sudáfrica, México, Corea del Sur (tratado de libre comercio suscripto esta semana en Washington), y Turquía.
Kissinger indicó en Beijing que la tarea común de EE.UU. y China es crear un nuevo sistema internacional. Este sistema, por su naturaleza, es posterior al unilateralismo norteamericano de los últimos 6 años (2001-2007), está sustentado en la estructura unipolar del poder mundial, cuyo eje, surgido de los hechos, no de la intencionalidad de Bush o de los neoconservadores, es Estados Unidos. Significa, en síntesis, avanzar hacia un concierto de poderes de EE.UU. con los grandes países emergentes, encabezados por China.
Este sistema de poder global, unipolar pero post-unilateral, en el que EE.UU. concierta el poder mundial con los grandes países emergentes, ante todo China, tiene un carácter crecientemente desterritorializado porque se funda sobre la tendencia básica de la época, que es la globalización, el mundo de los flujos, no de los espacios.
En esta visión, la globalización es la integración mundial del capitalismo por la tecnología, las empresas transnacionales y los flujos de capital.
Por eso, lo que está en marcha entre EE.UU. y China no es un equilibrio de poderes ni un proceso de dominación territorial (imperial), sino un acuerdo estratégico, de alcance global, sustentado en la globalización, esto es en la lógica de los flujos.