Francisco no para. Desde que asumió en el Vaticano, el Papa de 77 años celebró 229 misas matutinas. Saludó a cerca de 12 mil personas en esos encuentros. Encabezó 95 grandes celebraciones litúrgicas y ofreció 73 homilías en dichas ocasiones. Pronunció 231 discursos y 73 Angelus. Escribió tres cartas apostólicas, una encíclica, una exhortación apostólica, un Motu Proprio y 45 misivas oficiales. Envió 55 mensajes y videos grabados a fieles. Brindó 54 audiencias privadas los días miércoles. Pasó 150 horas al aire libre. Leyó un promedio de cincuenta cartas diarias de sus seguidores. Hizo dos viajes al extranjero y cuatro en Italia.
Sus cifras récord, recogidas en un reciente y minucioso informe del diario italiano La Stampa, explican los recurrentes cuadros de fatiga que sufre Jorge Mario Bergoglio. La extenuante agenda papal, hecha a la medida de un líder hiperactivo, condujo a que el Pontífice debiera cancelar seis veces sus actividades programadas por cansancio o por mala salud en lo que va de su papado.
Bergoglio tiene una rutina diaria al límite de sus posibilidades físicas. Se levanta a las cinco menos cuarto de la mañana, lee los informes de todas las nunciaturas del mundo, reza una hora y media y prepara la homilía diaria en la residencia de Santa Marta. A las 7 baja a celebrar la misa, en la que saluda a cada uno de los asistentes. Suelen acudir a ella unas sesenta personas. Luego del desayuno, comienza el día de trabajo con audiencias durante toda la mañana.
Almuerza a las 13 y luego duerme una siesta de apenas media hora. A la tarde, tras una nueva oración, empieza otra vez la ronda de encuentros y recepciones. También se ocupa de la correspondencia –le llegan unas 4 mil cartas por día– y de las llamadas telefónicas. Cuando cae el sol, dedica una hora de adoración en la capilla. Cena a las 20 y se va a dormir.
Bergoglio ha renunciado incluso a las vacaciones. Durante julio y agosto, los papas suelen trasladarse a la residencia de Castelgandolfo, a 30 kilómetros de Roma, para descansar durante el caluroso verano europeo. Francisco, en cambio, permaneció durante todo el receso estival en Santa Marta y allí continuó con su ritmo habitual de trabajo. No tomarse vacaciones ya era una costumbre suya durante sus años como arzobispo de Buenos Aires.
Francisco no tiene pausa ni siquiera los martes, el día que tradicionalmente los papas se tomaban para hacer reposo. Sus antecesores no concertaban audiencias ni compromisos en ese momento de la semana. El papa argentino, en cambio, aprovecha para concretar los encuentros pendientes.
“Algunas veces no se puede hacer todo, porque me dejo llevar por exigencias poco prudentes: trabajar demasiado o creer que si no hago esto hoy, tampoco lo haré mañana –comentó el Pontífice en un reciente encuentro con seminaristas en el Vaticano–. Lo ideal es acabar el día cansados. No necesitar pastillas: terminar cansados. Pero con un buen cansancio, no uno imprudente, porque ese hace daño a la salud y, a la larga, se paga caro. Esto es lo ideal, pero no siempre lo hago porque yo también soy pecador, y no soy siempre tan ordenado”.
En efecto, su ritmo frenético de vida le pasa factura cada vez con mayor frecuencia. Después de todo, Bergoglio está cerca de convertirse en un octogenario. Y aunque su función lo obliga a mostrar siempre su mejor cara, deberá comenzar a extremar los cuidados.