Loreto, Ecuador - El secretismo indígena deja correr su velo en una región de la Amazonía ecuatoriana, donde los Quichuas, por unos dólares, permiten a los visitantes adentrarse en su territorio y asistir a ritos que excluían en el pasado a los Yuraq (blancos).
Del recelo indígena de otras épocas, en que los intrusos podían perder hasta la vida, los Quichuas se transformaron en gentiles anfitriones, atraídos por una nueva fuente de sustento conocida como turismo comunitario, que empieza a despuntar entre el descontento de algunos de ellos. "Siempre hemos sentido este territorio, la naturaleza, como nuestro propio cuerpo. Lo conservamos, pero ahora permitimos que otros lo conozcan, aunque no todos quieren mostrarlo", dijo Fernando Ajun, de 34 años, uno de los más entusiastas promotores de la iniciativa.
Esta forma de turismo surgió como alternativa a la agricultura, la ganadería y la pesca en las zonas aledañas a Loreto, una localidad ubicada a unos 359 km al sureste de Quito, en la provincia amazónica de Orellana. Por precios que oscilan entre 25 y 65 dólares por persona, los Quichuas corren el cerrojo de sus comunidades para que otros conozcan y hasta alteren su hábitat originario, en una práctica no exenta de exhibicionismo.
En el complejo de Waskila Yumbo (todo lo que hay en naturaleza), los Quichuas reciben con antorchas y teas a un grupo de viajeros, que son conducidos hasta el caserío por un camino de tierra aplastada. Los sonidos de aires autóctonos, que se propagan a varios metros a la redonda a través de torres modernas de sonido, les dan la bienvenida a los visitantes, provistos de cámaras fotográficas y de video.
Sin más protocolos, empiezan a husmear en todos los rincones del lugar. En las viviendas, con techos de palma tejida, observan a mujeres cocinando Wayusa (una fusión aromatizante) o preparándose para la danza. En otro recinto los hombres, como si fueran guías experimentados, muestran las vasijas de barro, de gran tamaño, en las que sus antepasados enterraban a los niños muertos.
"No todas las familias aceptan lo que hacemos. Son pocas. Tal vez les duela ver a esta gente metida en las casas, pero con el tiempo se van a acostumbrar. Ellos no entienden y no les gusta, pero nosotros lo hacemos porque no hubo mucha cosecha", dijo a la AFP Rafael Licuy, un agricultor de 43 años.
Mientras unos viajeros, algunos con más reverencia que otros, se ciñen las coronas de plumas y semillas empleadas en las danzas ceremoniales, otros se sientan a la mesa a comer pescado cocinado en hojas de plátano. "Queremos que sepan cómo vivimos: qué comemos, en qué creemos...Al mostrárselo a los turistas también estamos conservar nuestro territorio", afirmó Ajun sin dejar de congraciarse con los viajeros, que lanzan tantas preguntas como disparos fotográficos.
El hombre se ausenta por unos minutos y reaparece luego, con el torso desnudo y una lanza en la mano, danzado al lado de las ancianas y niñas de la comunidad. Más adelante es un maestro de ceremonias que anuncia al chaman de Wakila Jumbo, un indígena de 60 años que muestra al público sus dones curativo con una bebé al que le quita el llanto apenas le expulsa humo de tabaco en la cabeza.
Y al final del día Ajun, detrás de una barra, es el hombre que despacha la cerveza a unos visitantes extasiados, no con la música que les dio la bienvenida, sino con los sonidos de moda.
Fuente: Afp