“Señor, ¿esa leche dónde la compró?” Se escucha que una mujer le pregunta a un hombre en el Metro en Caracas. Desde hace ya unos años los venezolanos se han acostumbrado a lo que los argentinos considerábamos algo propio, vivir siempre en crisis. Pero la crisis crónica en Venezuela tiene particularidades que sobrepasan a las experiencias de hasta el más fogueado argentino.
Hoy en día los venezolanos hacen horas de colas en los supermercados para comprar bienes básicos como papel higiénico, pollo, harina y aceite. No pueden ir a hacer las compras cualquier día de la semana, solo los días que le son asignados por el gobierno en base al último digito de su documento de identidad. Las largas colas son parte también de la compra de otros bienes que escasean, desde medicamentos hasta repuestos para vehículos. Y al salir de hacer estas compras sufren el riesgo de uno de los problemas más graves que afecta a todos los venezolanos, la delincuencia. Una ola criminal, cruel y descontrolada que en 2014 le quitó la vida a 25.000 personas, y en total a unas 150.000 víctimas fatales en 15 años de gobierno bolivariano.
Como si fuese poco, después de muerto tampoco hay justicia. La tasa de impunidad en Venezuela asciende al 97%, por lo cual las probabilidades de que los perpetradores del crimen sean arrestados, enjuiciados y condenados son de un 3%. Y aun en ese casi milagroso caso de que sean condenados, terminan en centros penitenciarios controlados por los mismos presos, con acceso a armas, drogas, clubes nocturnos, restaurants, y comodidades que muchos ni siquiera tenían en libertad.
Todo esto describe un oscuro presente pero lo que preocupa aún más es que quedará en el futuro, ya que ni siquiera tenemos la esperanza de una próxima generación educada y preparada para recuperar al país. Del millón y medio de venezolanos que viven en el exterior, más de 90% son profesionales con licenciaturas, maestrías y doctorados. En esta última década han emigrado más
de 880.000 profesionales. Los jóvenes que se gradúan de la universidad, en muchos casos inician sus trámites para salir del país el mismo día que se reciben.
Sería injusto de mi parte decir que durante los años de chavismo no se haya invertido en educación y salud. El gobierno hizo grandes esfuerzos por dirigir recursos para construir escuelas y universidades, facilitar el acceso a la salud primaria, mejorar instalaciones y equipamientos hospitalarios, y traer médicos cubanos para complementar las falencias en el área. Claro, en estas inversiones también hubo corrupción, malversación de fondos, ineficiencia y proyectos sin concretar, pero también se dieron algunos proyectos exitosos. El problema es que son inversiones que de poco sirven si una vez terminadas no tienen el recurso humano necesario para operarlas.
Hoy la Universidad Central de Venezuela entró en paro, y otras universidades planean sumarse a la paralización de actividades. A nivel universitario, un instructor, gana unos 6.568 Bolívares. Menos
de 24 dólares mensuales calculado a la cotización del dólar paralelo. Y 200 Bolívares por debajo del salario mínimo según el aumento asignado hace unos días para funcionarios públicos y militares. Un profesor titular de dedicación exclusiva, la posición más alta que se puede alcanzar, gana unos 55 dólares mensuales. Esto significa que el profesor de mayor salario posible, gana el equivalente a menos de 3 salarios mínimos cuando en 2003 ganaba más de 13.
Esta crisis educativa no es una cuestión netamente académica. En los últimos años han emigrado 13,000 médicos. De la misma manera se van del país profesionales en todas las áreas. Es difícil imaginarse una Venezuela que después de los embates recibidos logre pararse y recuperarse si no tiene gente formada y preparada para liderar en todos los ámbitos del país, sean sociales, económicos o políticos. ¿Cómo funcionará PDVSA (la petrolera estatal venezolana) si no se reciben ingenieros altamente calificados? ¿Cómo se dirigirá la economía del país sin economistas y especialistas financieros? ¿Cómo se trataran a los venezolanos en hospitales sin médicos? ¿Cómo aprenderán a no repetir la historia, sin historiadores? ¿Cómo se educaran futuras generaciones en un país donde el gobierno considera que un profesor merece ganar menos que el salario mínimo, o mucho menos que un militar? Finalmente, la revolución no será educada.
(*) Analista internacional especializado en política externa, defensa y derechos humanos.