Con un elegante tailleur color verde, grandes aros y un corte de pelo prolijo pero moderno, abrió Michelle Obama la Convención Demócrata que se inauguró ayer en Denver. No era un lugar fácil pero la esposa del candidato demócrata y potencial primera dama se llevó todos los aplausos.
Con seguridad, y demostrando que es más que una cara bonita y un cuerpo atlético de casi 1,90 metros de estatura, la mujer que lleva 15 años casada con Barack Obama se paró ante los miles de demócratas que asisten a la designación de su esposo como candidato, e impactó.
Michelle podría llegar a ser exactamente lo que Obama necesita para apelar al estadounidense medio, aquel que a él le queda un poco lejos. Ella nació en un barrio humilde del sur de Chicago, hija de una ama de casa y un trabajador municipal que sufría esclerosis múltiple pero logró sacar adelante a su familia.
Pese a su origen humilde, estudió en la prestigiosa Universidad de Princeton y luego en la exclusivísima Harvard Law School (aunque sus detractores insisten en que fue beneficiada con las leyes de affirmative action, que establecen cupos para negros en las universidades).
Lo cierto es que Michelle es radicalmente diferente ala callada y casi invisible Cindy McCain, esposa del candidato republicano. Su expresividad, sin embargo, le valió críticas de la prensa, que la tildó de anti-patriota cuando declaró que la interna demócrata la había hecho sentirse orgullosa de su país “por primera vez”.
Un sondeo reciente del Washington Post la ubica en el lugar de la preferida por los estadounidenses para ocupar el lugar de primera dama, sobre todo elegida por jóvenes, feministas y negros. En total, un 48% de los norteamericanos dijo simpatizar con Michelle, mientras que sólo a un 39% le cae bien Cindy McCain.
Incluso Playboy la prefiere: la revista la designó la política más sexy del país y hasta la comparó con Jackie O. Para los asesores de imagen de Estados Unidos, es una de las mujeres más elegantes del país.