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Marruecos: los delirios faraónicos del nuevo árbitro regional

La gestión de Mohamed VI parecía evolucionar en el plano social, simbólico y cultural, pero adentro se cocían otras cosas. Fotos.

La gestión pública de Mohamed VI parecía evolucionar en el plano social, simbólico y cultural, puertas adentro eran otros los guisos que se cocían.
| AFP

- Qué pena que tenga que llamarle “majestad”
- Hasta mis hermanos deben llamarme así, pero a ti te dejaré que me tutees
- Ok, entonces… ¿Quiéres más espaguetis, majestad?

La conversación entre el músico Johnny Halliday y el rey Mohamed VI pinta de cuerpo entero al monarca, sobre quien los periodistas franceses Éric Laurent y Catherine Graciet reposaron su mirada para producir El rey depredador. El libro, editado pocos meses atrás en Europa (y en los pocos países árabes que aceptaron comercializarlo), exhibe al jefe de estado de Marruecos a medio camino entre el niño inocente que fue educado intramuros junto a doce niños escogidos especialmente por la corte real y el despiadado faraón que abofetea y humilla en público a sus más íntimos colaboradores cuando estos osan contrariarlo.

Una historia que poco tiene que ver con quien se autoproclamó como “el rey de los pobres” cuando debió sustituir a su padre en el trono marroquí. La muerte había sorprendido al temible Hassan II al cabo de casi cuatro décadas de puño de hierro y un reflujo de inédita esperanza parecía sobrevolar al único país africano que acredita costas tanto sobre el Atlántico como sobre el Mediterráneo. Graduado en distintas carreras de diversas universidades, Sidi Mohammed se exhibía como un prohombre dispuesto a encabezar una cruzada modernizante por sobre cualquier tipo de dogmatismo arcaico. Así fue como, por ejemplo, reformó la Mudawana, el anquilosado código de la familia, para subir la edad mínima de matrimonio de los 15 a los 18 años, abolir la poligamia, desterrar la figura del repudio (que incluía humillaciones y lapidaciones públicas) y eliminar la tutela del padre o el hermano mayor por sobre la mujer soltera. Todas estas constituían inéditas conquistas para el sexo femenino no solo en Marruecos sino en la propia complexión del mundo árabe, acostumbrado a regirse por los preceptos patriarcales que el Corán disponía en favor del sometimiento machista en los matrimonios.

Pero así como la gestión pública de Mohamed VI parecía evolucionar en el plano social, simbólico y cultural, puertas adentro eran otros los guisos que se cocían.

Poco a poco, comenzaron a trascender todas las maniobras mediante las cuales la corona utilizaba el poderoso aparato del estado en beneficio de su propio erario, que la revista Forbes llegó a cifrar en unos 2.500 millones de dólares que superaban a monarcas de países pródigos en petróleo como Kuwait y Qatar. ¿Cómo pudo haber alcanzado semejante cifra el rey de un país con una renta anual per cápita a la mitad de economías débiles de la región como Túnez, que depende casi exclusivamente de los fosfatos y el turismo y cuyos indicadores de pobreza se oscurecen año a año ? La explicación, parece ser, está en la ONA, un poderoso holding creado en tiempos de dominio francés, hoy en manos de la familia real, que controla el tablero de la economía marroquí. Según acusan en su libro los periodistas Éric Laurent y Catherine Graciet (que ya publicaron investigaciones similares sobre otros regentes de la zona), las maniobras de la ONA le permitieron a Mohamed VI apropiarse (ya sea favoreciendo empresas propias o perjudicando competidores) del monopolio de aseguradores, supermercados, bancos, minas de oro, alimentación y todo tipo de rubros sobre los que los 32 millones de marroquíes vuelcan diariamente sus dírhams.

A pesar de ser el séptimo monarca más rico del universo, Mohamed VI cuenta para mantener sus lujos faraónicos con un generoso presupuesto anual insuflado por una población que, al igual que con los 22 reyes y sultanes marroquíes que lo precedieron en la dinastía alauita, lo mantiene pero no lo elige. Millones de dólares se destinan a su ostentosa indumentaria, un inagotable parque automotor (en el que abundan modelos de Ferrari y Aston Martin) y todos los animales que habitan en el medio centenar de residencias reales desparramadas por todo el país, aunque la mayoría de ellas jamás fueron visitadas por Su Majestad.

Estos secretos a voces discurren con la debilidad de un murmullo entre los callejones de las milenarias medinas o de boca a oreja en los zocos de las grandes ciudades. Y no hay espacio para mucho más. Así podrá atestiguarlo Idriss Chahtane, director del semanario Al Michaal, quien purgó varios meses de arresto por haber revelado la enfermedad que obligó a Mohamed VI a reprogramar su agenda en 2009. El antecedente fue aleccionador: nadie se animó a explicar los motivos por los cuales el soberano se desplazó acompañado de una muleta en sus últimas apariciones públicas.

Las redes sociales también son tierra de trilla para los halcones de la corte. Walid Bahoman, de 18 años, subió en su muro de Facebook unas caricaturas del rey que le valieron palizas en una comisaría y la reclusión preventiva en un instituto de menores a la espera del juicio en el que será procesado por “atentar contra los valores sagrados de Marruecos”, según expresaron fuentes judiciales. La Justicia fue más expeditiva con Abdessamad Haydur, de 24, condenado a tres años de prisión cuatro días después de haber colgado en YouTube unos videos en los que llamaba “dictador”, “perro” y “asesino” a Mohamed VI. La impunidad es extensiva a la familia real: el ingeniero informático Fuad Murtada pagó con torturas la broma de haber creado en Facebook un perfil con el nombre de Moulay Rachid, el hermano mejor de Sidi Mohammed.

Los castigos no son patrimonio de ajenos y desconocidos. Su secretario privado Munir Majidi padeció varias golpizas del rey ante la absorta mirada de otros asesores, mientras que el jurista Mohamed Moatassim casi se quita la vida luego de ser abofeteado y escupido por quien se proclama descendiente del profeta Mahoma. Tal vez porque haya tomado nota de todo esto es que Abdelila Benkiram debe salir una y otra vez a contradecir los desaires al rey que la prensa le adjudica al Jefe de Gobierno, un cargo que el propio Mohamed VI pretendió revalorizar mediante una reforma constitucional.

Fue en la Primavera Árabe, cuando al cabo de unas protestas (menores en comparación a otros países como Túnez o Egipto pero igualmente intensas y duraderas) el rey anunció en una inédita cadena nacional su intento de actualizar los procedimientos institucionales del gobierno, modificando la Carta Magna. Otro pincelazo de maquillaje modernista similar al de la creación de la Instance Equité et Réconciliation (IER), comisión que pretendió poner luz a los oscuros años de torturas, desapariciones y cárceles secretas en el desierto a través de las cuales Hassan II había silenciado díscolos y opositores violando derechos humanos que, en rigor de verdad, ni poco fueron subsanados.

“Elecciones libres y sinceras”, “justicia con poder independiente”, “moralización de la vida pública”, “ejercicios de autoridad sometidos a la rendición de cuentas” y “acceso en condiciones de igualdad de hombres y mujeres a los cargos electos” fueron algunas de las promesas públicas de Mohamed, quién propuse él mismo la nueva constitución finalmente aprobada. En ella, el Jefe de Gobierno ya no sería elegido a dedo por el rey sino entre los legisladores del partido más votado, profundizando el carácter de monarquía parlamentaria y permitiéndole a este, a partir de ese entonces, escoger altos funcionarios, directores de empresas públicas, embajadores y varios de los ministros, quedando para el monarca las fuerzas armadas y la política exterior.

Benkiran fue escogido entre los diputadores del PJD, una facción islamista opositora a la monarquía que se ungió ganadora en los comicios; sin embargo, Mohamed fue menoscabando su autoridad en beneficio de su propia investidura o la de sus funcionarios adictos. El mapa geopolítico de la región lo pone ahora al rey en el centro de la escena, debiendo mediar entre los reclamos de Sahara Occidental (quién pugna por su soberanía frente a la ocupación marroquí), las tensiones con España por el control de las ciudades de Ceuta y Melila y los conflictos internos en Mali que ameritaron la intervención militar del Consejo de Seguridad, justamente en tiempos donde Marruecos ostenta la presidencia temporaria. Demasiados desafíos para quién se proclamó rey de los pobres pero que de pobre, por lo visto, tiene poco, tan poco como tienen en sus bolsillos los 32 millones de marroquíes que naufragan en sus delirios monárquicos de una dinastía medieval.

(*) Especial para Perfil.com