afp
Ciudad del Vaticano
“Hoy podemos hablar de una tercera guerra mundial, librada por partes, con crímenes, masacres, destrucciones”, denunció ayer Francisco, al participar de una ceremonia en conmemoración del centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial, en la que combatió su abuelo, Giovanni Bergoglio.
“La avaricia, la intolerancia, la ambición de poder, son motivos que empujan a decidir hacer la guerra, y esos motivos a menudo están justificados por una ideología”, recordó el Papa en la ceremonia, realizada en el cementerio militar de Redipuglia, al noreste de Italia, en el que descansan los restos de más de 100 mil soldados caídos durante el conflicto.
El abuelo de Bergoglio participó de la Gran Guerra, como la llamaron sus contemporáneos, en el frente del río Piave, uno de los más sangrientos del conflicto, del que en el pasado Francisco dijo haber oído “tantas historias dolorosas en boca de mi abuelo”.
Miles de fieles acudieron bajo una intensa lluvia a la ceremonia, que fue presidida por el Papa junto a los cardenales Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, y Josip Bozanic, arzobispo de Zagreb, ante obispos austríacos, croatas, eslovenos y húngaros.
En su homilía, Francisco afirmó que todas las guerras son “una locura” alimentada por la industria armamentística y los intereses geopolíticos. “Después de contemplar la belleza del paisaje de toda esta región, donde trabajan hombres y mujeres, sólo se me ocurre una cosa: la guerra es una locura”, afirmó.
“La guerra destruye. La guerra lo desfigura todo, incluso el vínculo entre hermanos. La guerra es loca, su plan de desarrollo es la destrucción”, añadió el Papa en su crítica a los conflictos armados.
“Todavía hoy, tras el segundo fracaso de otra guerra mundial, podemos tal vez hablar de una tercera guerra librada por partes, con crímenes, masacres, destrucciones. Aquí hay muchas víctimas. Y desde aquí nos acordamos de todas las víctimas de todas las guerras. ¿Cómo es posible? Es posible porque entre bastidores hay intereses, planes geopolíticos, avidez de dinero y de poder, y está la industria de las armas, que parece ser importantísima”, agregó.
“Y esos planificadores del terror, como también los comerciantes de armas, han escrito en sus corazones: ‘¿a mí qué me importa?’”.
“Lo vemos en la historia que va de 1914 hasta nuestros días. Con un corazón de hijo, de hermano, de padre, os pido a todos la conversión del corazón: pasad de ese ‘a mí qué me importa’ a las lágrimas”, concluyó Francisco.