“Por favor, no hagas promesas sobre el bidet”, suena Charly García. Cuando, en marzo del año próximo, Estados Unidos sea el anfitrión de la Cumbre de las Américas en Miami —por segunda vez desde 1994—, Biden pronunciará una oración fúnebre que tácitamente postulará: “No concluye America First, sino America Alone”. Habrá vuelta de página. Pero no a la siguiente, sino a la anterior. Biden en el espejo de Obama. Una política exterior de restauración.
Parece lógico que habrá un esfuerzo por marcar diferencias con Trump, pero la prioridad de Biden continuará siendo la misma: la doméstica. En un reciente artículo en Foreign Affairs titulado “Un cálculo con la Seguridad Nacional”, Hillary Clinton —la ex Secretaria de Estado de Obama— asegura que la seguridad de su país dependerá principalmente de una renovación doméstica. Gasto en investigación y ciencia, industria farmacéutica, energías limpias, infraestructura de 5g e inteligencia artificial. Biden intentará revertir el declive absoluto de su país. Evitar el declive relativo frente China es tarea de dioses y no de humanos.
¿Será Sudamérica relevante para Biden? En términos sistémicos, no. La energía estará puesta en restaurar alianzas con Europa (OTAN) y Asia (India y Corea del Sur) frente a Rusia y China. Migraciones, narcotráfico y colapso estatal seguirán siendo las preocupaciones con México y Centroamérica. En contraste, el interés por Sudamérica será intermitente, según la emergencia y las vulnerabilidades que la harán entrar o salir del radar estratégico. Habrá al menos cuatro botones antipánico que podrán activar la diplomacia sub-hemisférica. Serán las 4C: coronavirus, cambio climático, competencia geopolítica y comercio. A mayor tensión, mayor atención.
La reacción externa contra el coronavirus no girará en torno al multilateralismo de la OMS, sino a la coalición detrás de la Agenda Global de Seguridad Sanitaria (GHSA) iniciada por Obama. La pandemia habilitó a una mayor legitimidad a la definición de los virus de origen zoonótico como amenazas a la seguridad, así como el uso de instrumentos extraordinarios como el militarismo humanitario y sanitario. El relanzamiento de la GHSA implicará activar un Plan Animal y un sistema conjunto de estándares para el monitoreo de infecciones. Washington intentará retomar ese curso y sumar más países a su cadena de provisión de insumos esenciales. Las empresas biotecnológicas privadas son las cañas; las vacunas, el anzuelo.
La agenda sanitaria estará íntimamente ligada a la ambiental. El anunciado retorno de Washington al Acuerdo de París lo aproximará al combate de Francia contra el negacionismo climático y la devastación del Amazonas. Se terminó el champán con bolsonaristas, olavistas y el canciller Araújo en la Casa Blanca. El vicepresidente, Hamilton Mourão, junto al ala militar de la coalición gobernante en Brasil, intentará torcer el aislamiento. Si prima el pragmatismo, Bolsonaro se reacomodará. De cualquier forma, Xi Jinping lo recibirá con los brazos abiertos.
La competencia geopolítica con China y Rusia llevará a Washington a no sacar los pies de Caracas. No habrá reconocimiento ni diálogo con Maduro, sino apoyo humanitario a la sociedad venezolana. Se intentará pasar de la diplomacia belicosa a la presión diplomática, otorgando el estatus de protección temporaria a los venezolanos que viven en Estados Unidos, pero manteniendo las sanciones económicas. La alianza militar con Colombia —y tal vez con Brasil— es clave como balance frente a los lazos militares de Venezuela con Rusia y potencialmente Irán. Nuestro pequeño Medio Oriente.
Con China cambiará el tono, pero no el fondo. La percepción de amenaza del ascenso tecnológico de China no empezó con Trump, sino con Obama, tras la Operación Aurora en 2009, un ciberataque vinculado al Ejército chino a empresas digitales estadounidenses. La disputa por el 5G seguirá el mismo curso: acorralamiento a empresas chinas como Huawei y amenaza de castigos a gobiernos de la subregión. El vínculo entre seguridad y democracia, y entre seguridad y tecnología, es ya una constante en la política exterior. En los hechos, es dormir la pelota para ganar tiempo. Manual de bilardismo explícito.
El comercio y los negocios con la subregión podrán ser renovados, pero estarán atados a una agenda doméstica de “Buy American”, no muy lejana a la de Trump. La salida del TPP habilitó el escenario para el acuerdo RCEP, que consolida el estatus de Asia como polo comercial sin Estados Unidos. Es probable que Biden intente retomar la inserción en el Pacífico e iniciar el vínculo con el ahora CPTPP, suscrito por once países, entre ellos México, Perú y Chile. Como sostiene Julieta Zelicovich, podrán venir tiempos de mini-acuerdos de facilitación del comercio e inversiones, pero el reshoring, o la relocalización de las cadenas de valor, seguirá siendo la norma. Esa opción podría ser respaldada con financiamiento de la DFC, el Eximbank o el BID al sector privado para competir con los chinos. Un donante que se ayuda a sí mismo.
Obama puso un huevo, Trump lo rompió, y Biden intentará repararlo. Sin embargo, sería un serio peligro que la inmensa tarea de restauración reivindique la primacía y la imposición por sobre la consulta y la autonomía de los socios regionales. Detrás de las pancartas de renovación, puede asomar un espíritu de concertación multilateral junto a oportunidades de financiamiento para la región, o bien reforzarse la tendencia existente hacia la securitización y las coaliciones a la carta. Si prima lo segundo, se parecerá al escenario que pinta la novela “El gatopardo” de Lampedusa: “Hace falta que algo cambie para que todo siga igual”.
*Investigador del CONICET / Universidad Nacional de Quilmes.