Al igual que en otras partes del mundo, donde nuevos líderes ascendieron al poder en 2021, la prueba de fuego de la batalla contra el Coronavirus ha dominado la agenda durante los primeros cien días de gobierno del presidente Joe Biden. Los últimos días han sido frenéticos e impactantes, pero, sobre todo, exitosos en cuanto al proceso de facilitar la distribución de las vacunas a la población adulta a nivel nacional.
Ahora, con el cierre del período de los primeros cien días, que culmina el 30 de abril, hemos llegado al momento oportuno de plantear la pregunta clave sobre los asuntos que van más allá de encontrar soluciones técnicas a la crisis de la pandemia. La administración de Biden ha demostrado un cambio de rumbo importante en el manejo del Poder Ejecutivo en Estados Unidos, pero ¿cuál es el objetivo estratégico de este cambio de rumbo? Es decir, más allá de marcar una ruptura con el modelo de Trump, en el fondo ¿de qué se trata el gobierno de Biden?
Acciones. Para poder responder a estos interrogantes es necesario revisar primero qué acciones concretas han definido el plan de gobierno a nivel nacional e internacional. De manera muy sucinta, es necesario destacar seis temas: reformar y reestructurar el sistema policial; desarrollar una política fiscal expansionista que resultaría en un Estado más fuerte, activo y poderoso en la política industrial; diseñar una estrategia sobre el flujo de migrantes hacia los EE.UU., tomando en consideración la raíz de este problema en Centroamérica y México; caracterizar el cambio climático como una amenaza existencial para el mundo entero; desarrollar una retórica antagónica y muy asertiva frente a las grandes potencias China y Rusia; y lograr el desafío complejo de dar prioridad a la vacunación nacional mientras se ejerce protagonismo real en la diplomacias de las vacunas.
El hilo conductor que une a estos seis temas se observa claramente en el mensaje central que fue articulado por Biden cuando reveló el motivo real de su candidatura: “me postulé a la presidencia para restaurar el alma de esta nación”. Biden hizo esta aseveración durante su discurso de investidura, una alocución que incluyó varias referencias negativas al impacto generado por el gobierno de Trump. En pocas palabras, el propósito central del gobierno de Biden es intentar remediar la grave situación de la dañada democracia norteamericana, a través de un plan de reconstrucción doméstica desde adentro para poder llevarse bien con los vecinos y así trabajar en conjunto para enfrentar a los adversarios locales y lejanos con mayor eficacia.
Ejemplo y poder. Quizás la parte más interesante de esta teoría de cambio hacia adentro es que se implementa ejerciendo un liderazgo más fuerte y esto es una estrategia armónica y sistémica.
El equipo de política exterior de Biden está activamente incluyendo la idea de remediar la herida democracia americana en sus discursos y en sus planes de acción. En alusión a esta situación, el secretario de Estado Antony Blinken ha puesto énfasis sobre la importancia de un liderazgo basado “no solo en el ejemplo de nuestro poder, sino también en el poder de nuestro ejemplo”. En paralelo, el asesor de Seguridad Nacional Jake Sullivan ha definido la creación de una política exterior para la clase media nacional como un objetivo principal. Además de ser ideas poco inusuales para líderes diplomáticos, son ideas que tienen una dimensión política muy clara y un objetivo específico y direccionado.
En términos pragmáticos, lo que estamos viendo con Biden es un intento de poner en práctica la idea de que “toda política es política local”, la tesis de que el denominador común de una política nacional o una política internacional es su vínculo con el intento de lograr más apoyo por parte de poblaciones localizadas. En este caso, hay dos grupos estratégicos: los votantes de los EE.UU. que fuertemente cuestionan la idea de que la política exterior tradicional no termina de beneficiar al ciudadano promedio y los aliados históricos de Washington que empezaron a cuestionar si podrían confiar en las instituciones de los EE.UU. en el largo plazo.
Esto suena muy bien en el plan de trabajar en función de la idea de que toda política es política local. Pero, como siempre, todo lo que suena bien no se convierte en verdad necesariamente. En este sentido, es necesario hacer una pregunta vital: ¿la decisión de la Casa Blanca de vincular de manera explícita la agenda internacional con la agenda nacional va a terminar de favorecer o desfavorecer los intereses nacionales de los EE.UU. en materia de seguridad nacional?
Credibilidad democrática. Si la política exterior no genera resultados impactantes, entonces es válido argumentar que puede ser aún más difícil convencer a los escépticos, un grupo que ya está inclinado a aceptar las críticas que hace Trump sobre el sistema de EE.UU. y el sistema internacional. El argumento a favor de vincular las agendas de manera explícita está basado en la premisa de que Estados Unidos necesita recuperar su credibilidad como país democrático para poder ejercer un protagonismo arraigado en un liderazgo moral. El argumento en contra sostiene la premisa de que el poder avasallante, no el poder tímido, es lo que marca la diferencia en la cancha, y, como en todo partido donde hay mucho en juego, no es bueno hablar de las vulnerabilidades a vox populi.
Después de cien días de gestión no sabemos si esta versión de la tesis de que toda política es política local va a tener éxito, hasta que Biden se enfrente a una crisis geopolítica real propia, no una heredada de la administración anterior. Hasta que eso no ocurra, no vamos a tener suficiente evidencia para evaluar si esos intentos son realmente exitosos.
América del Sur. Mientras tanto, aquí en Sudamérica la competencia sobre la diplomacia de las vacunas es un caso piloto importante. Los avances de China y Rusia en materia de la diplomacia de las vacunas demuestran el poder que tiene la idea de que toda política es política local. Entre los canales de comunicación que se están generando al nivel gobierno-gobierno y el impacto social que están generando las mismas vacunas, Beijing y Moscú están logrando insertarse en la región con una profundidad nunca antes vista, y así han ganado terreno en la esfera de influencia históricamente propia de los EE.UU.
No es casual entonces que el asesor de Seguridad Nacional para el Hemisferio Occidental Juan González haya viajado a Buenos Aires para tratar el tema de las vacunas. Se supone que la cooperación entre Washington y los países de Sudamérica en materia de salud pública no se debería tratar exclusivamente de un juego para ganar los corazones y las mentes de los latinos. Al contrario, crear una estructura de multilateralismo robusto forma parte de un plan general que tiene el fin estratégico de reequilibrar el balance de poder entre las grandes potencias presentes, tanto en todo el mundo como en la región.
En este sentido, las dinámicas en Sudamérica están demostrando que en el primer capítulo de esta nueva historia de competencia entre potencias, la estrategia de Biden de vincular la política internacional con la política nacional no dio frutos. La estrategia obligó a Biden a concentrarse en su grupo estratégico principal –la población dentro de los EE.UU.–. Sin embargo, teniendo en cuenta que la administración de Biden ha cumplido tan solo cien días, podemos afirmar que es muy temprano para ganar el apoyo de los países de esta región tan estratégica para los EE.UU.
*CEO de Caracas Wire y Ceibo Growth Strategies.
Profesor Adjunto de la George Washington University.