Todo se reduce a un problema casi edípico: “Mamá gobierno es pobre, y así la pobreza se perpetúa”. Armínio Fraga es uno de los economistas más respetados de Brasil y como presidente del Banco Central entre 1999 y 2002 es una voz autorizada para analizar los cambios que está sufriendo la principal economía de la región.
—¿En qué aspectos económicos mejoró Brasil en los últimos años?
—En varios. La estabilidad económica trajo una caída de la inflación y una reducción de los intereses, lo que despertó una serie de negocios. Es muy interesante el cambio radical que está ocurriendo en el mercado de capitales. La Bolsa perdió la imagen de casino que tenía y pasó a asumir la función de financiar los proyectos productivos. El mercado inmobiliario también avanza en ese sentido: hubo un salto importante en los créditos. Pero Brasil necesita ahora afrontar otras revoluciones culturales.
—¿Cuáles serían esas revoluciones?
—Una de ellas ya comenzó, aunque de forma incipiente: la idea de que es bueno ser parte del mundo. Hoy el brasileño piensa en exportar y ve en eso una oportunidad. La revolución más importante, de todas formas, requiere un cambio en la actitud hacia el Estado. Hay que depender menos del gobierno. Todavía veo esa mentalidad que es propia de las raíces ibéricas, de esperar que Mamá gobierno cuide de nosotros. Pero Mamá gobierno es pobre, como es pobre, paga poco, y así la pobreza se perpetúa. Lo triste es que, según parece, estamos retrocediendo en este ítem. La última campaña electoral, por ejemplo, estuvo marcada por la crucifixión de las privatizaciones. La agenda liberal sufrió mucho.
—¿A qué atribuye ese retroceso?
—La agenda liberal siempre sufrió porque mejora la vida de muchos y perjudica a grupos organizados. Quien usa un celular debería recordar que tiene su teléfono gracias a las privatizaciones. Lo mismo para Internet. ¿Cuántos pequeños negocios se llevaron a cabo gracias a los celulares y la Internet? Pero no me hago ilusiones: no creo que un modelo liberal radical funcione en Brasil. Al brasileño le gusta el Estado. Forma parte de nuestra cultura, y hoy en día no es razonable pensar en un Estado minimalista. Pero eso no quiere decir que algunos puntos de una agenda liberal no puedan ser implementados. Deberíamos tener un gobierno más sobrio y eficiente, con una economía más libre y mejor regulada. No creo que el país pueda crecer si estas cuestiones no son abordadas. La riqueza no brota de la tierra.
— Usted formó parte de un gobierno. ¿Por qué es difícil transformar diagnósticos técnicos en acciones?
—Porque en el gobierno no basta la capacidad técnica. Es preciso convencer a la sociedad y, en particular, a los políticos de tomar decisiones difíciles y que muchas veces no dan frutos a corto plazo. Hay que enfrentar a intereses particulares que se contraponen con el bien del país. En política las cosas no son nítidas. Hay presiones de todos lados. Son grupos que buscan defender sus intereses de maneras visibles e invisibles.
— El mundo vive la mayor época de prosperidad económica en más de treinta años. ¿Hasta cuándo el escenario externo será tan favorable?
—La incorporación de miles de millones de nuevos consumidores al mercado global con el despertar de China y la India es un evento auspicioso e histórico, capaz de sustentar por un buen tiempo esta fase de expansión. Sin embargo veo algunas nubes en el horizonte, en particular en los Estados Unidos, por el enorme déficit en la balanza comercial y la puja de precios en el mercado inmobiliario. Una eventual recesión norteamericana tendría repercusiones en todo el mundo.
Quién es Arminio
* Fue presidente del Banco Central de Brasil entre 1999 y 2002.
* Antes, había sido director gerente de la Fundación Soros por 6 años.
* En 1989, con sólo 33 años, fue vicepresidente de la Solomon Brothers, de Nueva York.
* Ahora trabaja con su propio fondo de inversiones, Gávea, que administra 2.800 millones de dólares.
* Revista VEJA