Desde Israel
El monte en el que se halla la mezquita de Al Aqsa, sagrada para los musulmanes, se convirtió este viernes, el segundo del mes del Ramadán –y no por primera vez–, en escenario de choques violentos. Tanto la Autoridad Palestina como los grupos terroristas Hamas y Yihad Islámica, así como el reino de Jordania, publicaron contundentes condenas a Israel por la irrupción de efectivos policiales a la mezquita. Hablaron de “declaración de guerra”, de “profanación impura de nuestro sitio sagrado” y mucho más.
Lo que ninguna de estas reacciones decía era cómo comenzó todo esto y por qué estalló la violencia, cuál fue la razón de la entrada de la policía israelí a Al Aqsa y el arresto de casi 470 jóvenes dentro de la mezquita y en sus alrededores, de los cuales unos 130 aún permanecían detenidos este sábado de noche.
El trasfondo del choque fue que radicales palestinos usaron el santuario como escenario de guerra, preparándolo para atacar desde allí a la policía –que siempre se halla en el monte sagrado pero procura no entrar a la mezquita misma–, convirtiendo el lugar en depósito de miles de piedras, tablas, barricadas, fuegos de artificio y petardos. Ya de madrugada comenzaron a marchar por la explanada de las mezquitas con cánticos en pro de Hamas como “Todos somos Muhamad Def” (el nombre del jefe del brazo armado de la organización terrorista) y lanzando fuegos de artificio y petardos. La policía decidió abstenerse de intervenir para ver cómo evolucionaba la situación, con la esperanza de que todo se calmara, pero cuando comenzaron fuertes pedreadas tanto hacia sus efectivos como hacia los judíos que oraban junto al Muro de los Lamentos –a los que se puede ver, abajo, desde la explanada de las mezquitas– se decidió irrumpir a Al Aqsa para detener a los instigadores de la violencia y frenar los tumultos.
Lo que vieron los policías al entrar a la mezquita era un campo de batalla, la verdadera profanación del lugar sagrado. Las alfombras sobre las que los musulmanes rezan, repletas de piedra y sucias por las mismas, pósteres y banderas de Hamas, hombres calzados lanzando piedras –aunque nadie puede entrar si no está descalzo–, nada que indicara que eso es un lugar de oración.
Y fue precisamente la intervención de la policía lo que, tras los arrestos de numerosos elementos violentos, devolvió la calma al lugar, haciendo posible que 50 mil musulmanes interesados realmente en rezar pudieran ingresar a Al Aqsa a las plegarias del mediodía.
El problema de fondo. Estos choques no ocurren en un vacío. El monte en el cual se hallan la mezquita de Al Aqsa y el Domo de la Roca (de cúpula dorada), que los musulmanes llaman Haram a-Sharif (el Noble Santuario), es sagrado también para los judíos, que lo llaman Har Habait, o sea el Monte del Templo. Esto deriva del hecho de que allí fueron construidos el primer y el segundo templos sagrados de los judíos,destruidos por babilonios y romanos respectivamente. La santidad del Muro de los Lamentos deriva precisamente del hecho que es el único remanente de una de las murallas que rodeaba el templo.
Fue precisamente por ello que se construyó allí poco antes de fines del siglo VII el Domo de la Roca, por orden de la dinastía Omeya. Sabían que allí había estado Beit el-Maqdes, o sea el Templo sagrado de los judíos.
Pero el choque nacionalista entre judíos y árabes en la tierra de Israel, especialmente por la línea adoptada desde los años 20 del siglo pasado por el entonces Mufti de Jerusalem Hajj Amin el-Husseini, cambió la narrativa. Ello se acentuó en las últimas décadas, con el control palestino del Waqf, la organización islámica responsable de los lugares sagrados del islam. Hoy en día, la narrativa palestina no reconoce ningún vínculo histórico entre el pueblo judío y el monte sagrado. Y esa es la raíz de la polémica actual.
Al finalizar la guerra de independencia de Israel lanzada por los árabes al proclamar David Ben Gurion la creación del Estado judío, Jerusalén fue dividida. La Ciudad Vieja, incluyendo el monte sagrado, quedó del lado jordano. Los judíos tenían prohibido el acceso a sus sinagogas y al Muro de los Lamentos. En junio de 1967, al repeler Israel el ataque jordano en la Guerra de los Seis Días, liberó la Ciudad Vieja –los árabes sostienen que fue “ocupación”– y la anexó a la parte occidental de Jerusalén, su capital. Israel entró entonces también al Monte del Templo/Haram a-Sharif, proclamó que el Waqf tendría el control religioso en el lugar, pero que la seguridad sería responsabilidad de Israel. Formalmente, Israel es el soberano, pero los árabes no lo reconocen, y esta zona sagrada tiene por ende constantemente potencial explosivo.
El liderazgo palestino acentuó el conflicto en las últimas décadas, y sus exponentes fundamentalistas afirman que “Al Aqsa está en peligro” y alegan que Israel pretende destruirla para construir el Tercer Templo sobre sus ruinas.
La realidad es que esa no es en absoluto la postura de Israel. Hay un pequeño grupo de fanáticos de la idea del Tercer Templo, que hasta querían subir al monte sagrado antes de Pesaj para sacrificar allí un cabrito como en la Antigüedad, pero el único de ellos que intentó en la práctica hacerlo fue frenado por la policía.
Los judíos suben al monte sagrado como visitantes y formalmente no pueden orar allí. Hay quienes violan esa prohibición y lo hacen , recordando que es el lugar más sagrado para los judíos. Pero lo hacen al aire libre, nadie entra a las mezquitas. Los musulmanes lo toman como una afrenta, aunque los realmente limitados allí son los judíos. Los musulmanes pueden subir al monte por diez puertas, mientras que judíos y cristianos tienen solamente una a su disposición y en un horario limitado. Todo, en el marco del así llamado “statu quo”, una situación que formalmente Israel respeta para no chocar con los musulmanes.