Blanco

El latín tenía dos palabras para el color blanco. Curiosamente, ninguna de ellas originó nuestra palabra «blanco», que nos llega desde la lengua de los pueblos germánicos; todavía hay huellas de esa herencia en el idioma inglés, donde «blank» significa algo así como «vacío». El latín distinguía entre el blanco brillante: candidus, y el blanco mate o apagado: albus. Sus influencias se encuentran en palabras que usamos actualmente. El hierro candente es tan caliente que ya pasa a verse blanco; las canas son cabellos blancos; una persona cándida es inocente. La asimilación entre el color blanco y la pureza también está presente en la palabra candidato; en la república romana, quien se postulaba para un cargo debía vestir una túnica de ese color para simbolizar sus honestas intenciones. La otra palabra latina para blanco también tuvo una influencia prolífica. Por supuesto, en el alba, el momento en que la luz vuelve a la tierra, y también en los albinos, aquellas personas que por peculiaridades en su pigmentación tienen cabellos blancos y piel muy pálida. Otro derivado curioso es la palabra álbum. En la Roma clásica era una pizarra blanca donde escribían los funcionarios; más tarde pasó a ser un libro con hojas en blanco donde se podía dibujar o escribir. En el siglo XIX las jovencitas de buena familia se los ofrecían a poetas o artistas para que les dejaran un recuerdo; más tarde llegaron las figuritas y las fotos.

(En la imagen, el presidente Snow, vestido de blanco y rodeado de flores blancas, está preparando un discurso. En The Hunger Games: Mockingjay, de Francis Lawrence, 2014.)