El Frente para la Victoria y Cambiemos pusieron el primer ladrillo de una nueva construcción partidaria en la Argentina hace más de 15 años. Ambos se constituyeron en los motores del desenlace de una larga transición en la que entró el sistema partidario en 1983. Ese año se derrumbó, para la sociedad, la opción militar como alternativa de gobierno y, al mismo tiempo, se iniciaba, en un novedoso contexto, un período de búsqueda de identidad de los dos grandes partidos políticos que, lo que habían hecho hasta ese momento era disputar el poder a la corporación uniformada.
Este actor social, el militar, moldeó, hasta ese momento, la organización de la oferta política en el país, especialmente la del partido peronista, cuya propuesta núcleo consistió, por años, en lograr la recuperación de un sistema, el democrático. El PJ representó, o una importante facción de él, más que ningún otro, la lucha contra las dictaduras y de una serie de elementos que las constituían. Esa compleja dinámica pendular de usurpación militar a apertura democrática, inaugurada por los conservadores en 1930, le impidió al país organizar sus demandas políticas a través de estructuras partidarias que compitieran entre sí, a partir de, por ejemplo, la oferta de valores, de ideologías, de maneras de concebir al Estado. Así, entonces tanto el peronismo como el radicalismo se desarrollaron, a su sombra, de una forma atrofiada, ofreciendo, cada uno, todas las posibilidades ideológicas que puede demandar una sociedad. Ofrecían izquierda y derecha ya que alternaban con un sistema no con un partido.
Quién es Miguel Ángel Pichetto, el peronista de las mil caras
Ambas organizaciones desarrollaron espacios omniideológicos, integrando en su seno, con total naturalidad, dirigentes privatistas, estatistas, amigos y enemigos de políticas claves. Porque, aún en las antípodas, Alfonsín y De la Rúa eran radicales y Menem y Néstor, peronistas. Misteriosamente, diciendo y haciendo cosas diametralmente opuestas compartieron el mismo espacio. Pero algo muy saludable empezó a ocurrir a partir de 2001 y del “que se vayan todos”. Nuevas propuestas, organizadas a partir de principios y valores excluyentes entre ellas, comenzaron a constituirse, a diferenciarse, a competir.
Ayer escuchamos a un Pichetto, desde Cambiemos, ofrecer su postura de centro derecha, hablando de capitalismo, y, un poco más tarde, no lejos de ahí, a la hija de Leopoldo Moreau, desde Unidad Ciudadana, defendiendo valores diametralmente opuestos. Las estructuras partidarias, luego de una prolongada transición se acomodan sobre territorios ideológicos homogéneos hacia dentro y excluyentes hacia afuera. Esto organiza la oferta política, desplaza los personalismos, y orienta a los electores, que tendrán mucho más claro qué políticas se ejecutarán cada vez que emitan su decisión durante el sufragio.