Dolor quizá es lo que resume este cuadro al percibir el desinterés diario y la falta de humanidad de un argentino hacia otro argentino que se encuentra en “situación de calle” y que, ante esta realidad, un gran porcentaje de éstos lo sobrelleva de la peor manera posible: bajo el consumo de drogas y la influencia del alcohol.
Los daños consecuentes y no conscientes que provocan estas adicciones, no solo en la persona, sino en la sociedad de la que es parte, nos lleva a una Argentina de futuro mucho más compleja de advertir de lo que estimamos.
Más allá de la profunda crisis económica y social que vive nuestro país y que amerita un análisis aparte, hay situaciones que se multiplican con el paso del tiempo y que no se pueden ignorar ni desatender. Existe una deshumanización permanente que sufren miles de personas víctimas no solo de la inactividad y negligencia del estado sino de una sociedad de cuerpo presente pero de acciones ausentes.
Ver día a día cientos de individuos arrumbados con sus escasas pertenencias bajo el primer techo que encuentran para pasar la noche, al arbitrio de que el clima les sea un poco amigable y no acreciente aún más las adversidades que les tocan sobrellevar.
Unas 94 mil personas pasaron a ser pobres en la Ciudad de Buenos Aires en el último año
Ver multiplicarse más personas adultas y menores de edad trasladándose de un sitio al otro en la búsqueda de “una moneda” o de un “pedazo de pan”. Muchas de ellas alcoholizadas, niños consumiendo sustancias en una bocacalle, o bajo un puente. Otros intentando hacer alguna “changa” para emborracharse al final del día con el fin de acallar sus penas.
Todas ellas viven prácticamente olvidadas. Me atrevería a afirmar que ya ni personas se sienten porque les ha sido despojado hasta el saludo, el diálogo, la mano, el calor social que tanto necesitamos cultivar.
Son además personas que sienten, que piensan, que ríen y lloran, que alguna vez se atrevieron a soñar, personas que ante el desprecio y la indiferencia de todos buscan escapar al menos, por unos minutos, a un estado de “limbo”.
Hoy hablamos de grietas políticas, de grietas partidarias, de grietas económicas. Pero nunca hablamos de la “grieta de la indiferencia” que alimentamos todos consciente o inconscientemente ante situaciones delicadas como el tratarse de vidas humanas. En mi casa me enseñaron que la familia es el lugar que se debe cuidar, preservar, porque es el refugio incondicional al cual siempre podemos regresar.
¿Y las personas que nunca conocieron un “hogar”? Cuando fui al colegio, me enseñaron el Himno Nacional y cómo nuestros próceres defendieron la patria con dientes apretados y con sus vidas para planificar un país de iguales. Sin embargo, parece que somos iguales solo ante la muerte terrenal.
La pobreza alcanzó los niveles de octubre de 2001
Lo más preocupante son nuestros “pibes”. Ellos sí son el futuro del que… me pregunto: ¿nos podremos hacer cargo? Un menor que nace bajo estos estigmas, con el condicionante de tener “una familia” de pocos valores debido a la realidad imperante, se desarrollará durante toda su niñez fuera del sistema, sin recursos humanos propios porque nunca los aprendió. Sin modelos ejemplificadores. Sumido en una lucha constante por sobrevivir. Tentado por el mundo oscuro del que es muy fácil acceder pero difícil de escapar: las drogas y el alcoholismo.
Habrá una herencia pesada de cargar en las próximas décadas mientras sigamos viendo pasar delante de nuestros ojos y al ritmo de nuestra alocada vida, el constante morir de “pibes sin futuro” y “adultos sin presente”.
Aún así, estamos a tiempo de cambiar, empezando por humanizarnos; para que “el negar el saludo” y “practicar la indiferencia” sean reemplazadas por el “dar sin recibir nada a cambio” tal como nos enseñó Jesús durante el tiempo de su pastorado en esta tierra.
Primer Bailarín del Teatro Colón
Abogado (UBA)
Twitter: @jpledo