OPINIóN
Tributo

Nuestro Miguel Ángel se llamaba Guillermo Roux

Fue un genio en todo lo que pintaba: desde sus famosas acuarelas, sus paisajes, sus jarrones con flores, pasando por sus distintas series de temáticas distintas, siempre originales, y los retratos.

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Guillermo Roux junto a Alina Diaconú | Gentileza de la autora

Desde el día en que fui a ver su mural “Niña y Máscara” en las Galerías Pacífico, hasta la tarde en que asistí a la inauguración de su otro mural, “Homenaje a Buenos Aires”, en el  edificio diseñado por Pelli donde funcionaba el Banco de Boston, mi admiración por él se convirtió en devoción. Le di un beso esa tarde en medio de la multitud de invitados que lo rodeaban y le dije: “¡Sos el Miguel Ángel argentino!

Como el ambiente era ruidoso y todos le hablaban, lo saludaban y lo felicitaban al mismo tiempo, me pareció que oyó a medias lo que yo le decía, lo cual era lógico. Por eso, le hablé por teléfono después y se lo volví a decir. Se rió y me contestó: “No, ¡por favor!

No contenta con eso, se lo repetía cada vez que lo veía o cuando charlábamos por teléfono, largo y tendido. Cuando vi la pileta de su casa en cuyo fondo había pintado una Diosa desde su silla de ruedas -con pinceles en la punta de largos palos-  quedé atónita. Nuestro Miguel Ángel era capaz de cualquier hazaña y todo lo que salía de sus manos y de su visión de artista, era bellísimo, único.

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El placer de leer, siempre

Fue un genio en todo lo que pintaba: desde sus famosas acuarelas, sus paisajes, sus jarrones con flores, pasando por sus distintas series de temáticas distintas, siempre originales y los retratos que hacía: el que Sebreli tiene colgado en su casa (una acuarela) es algo extraordinario. Captó la expresión de Sebreli con tanta maestría…

Lo conocí a Guillermo Roux hace unos 40 años, en la época de Alfonsín, cuando volvimos a la democracia. Me hacía el honor de leer mis columnas de opinión en el diario La Nación y me lo hacía saber. Le interesaban sobremanera mi historia de vida, mi infancia en Rumania, los avatares por los cuales había pasado. En 1992, me mandó por correo una carta sobre uno de esos textos periodísticos que yo publicaba y que, según él ,“lo había reconciliado con ese día”. En el dorso de la carta había un boceto en colores de “Niña y Máscara” que luego adornaría las arcadas de las Galerías Pacífico, junto a otros murales de Carlos Alonso, Macció y Josefina Robirosa. Tengo esa pequeña obra entre vidrios, enmarcada, mirándome siempre, desde mi rincón de trabajo, mi lugar en el mundo.

Así de generoso era. Muchos años después (2015) yo publicaría “Aleteos”, un libro de poemas, ilustrado con 5 tintas de ángeles enviados por él. El destino quiso que ese libro me trajese sorpresas y satisfacciones increíbles: desde desfilar con él, mostrándolo en una pasarela del Sheraton (los desfiles de “Mujeres reales” que organizaba Clarín Mujer) hasta aparecer ambos con ese volumen en un importante libro, “Historias comunes entre argentinos y europeos”, publicado por la Unión Europea en la Argentina.

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Hace unos meses, en plena pandemia y desolación, se me ocurrió hacer otro libro ilustrado por él con mis últimos poemas (escritos entre 2019 y 2021). Cuando vi las 7 obras que me mandó después de leer esos 82 poemas, me dije: este va a ser el libro de mi vida, la culminación de mi camino en la escritura, tiene que convertirse en un libro de arte. Y todo, por la belleza y la intensidad de sus dibujos, creados especialmente para esos poemas.

Contra viento y marea, venciendo mil y un obstáculos, pude concretar ese sueño, acudiendo a sugerencias de María Paula Zacharías, a las mejores diseñadoras, a la mejor imprenta y llegando a materializar este libro-objeto que no es un libro más y que se va a presentar este jueves, a las 18 hs., en el Museo de la Colección Amalita, en Puerto Madero.

Dolor, amor, nostalgia, admiración, amistad, todo se amalgama en mi cabeza y en mi corazón. Recuerdo a la perfección mi última visita a la casa de él y de Franca en Martínez, hace un poco más de un mes y mi última conversación telefónica con Guillermo. En esas charlas se manifestaban toda su sabiduría, su gracia, la profundidad de sus reflexiones. Me contó ese día distintas anécdotas de su vida y yo le pedí que las escribiera. Me contestó que lo único que había hecho en ese sentido había sido enviarle cartas a su hija Alejandra, pero que me iba a hacer caso y que se iba a poner a contar esas historias. Parece que lo estaba haciendo…

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Otra vez, cuando estuve en su casa, en el jardín, me dijo que ahora que no podía movilizarse y estaba viejo, miraba con intensidad los objetos que tenía ante sus ojos y los dibujaba. Todo: un vaso, una cuchara, una cacerola, una flor. Una vez había pronunciado una frase que me quedó grabada: “Pintar bien una flor es como pintar un desnudo”.

Tengo muchas flores dibujadas por él en libros míos que intervenidos por él y un retrato que me hizo, donde tengo entre las manos un libro abierto con flores en su tapa y contratapa.

 

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Su sensibilidad poética y estética, su lupa visual registraba cada detalle en cuadernos donde dibujaba con birome día y noche, hasta acostado en la cama.

Fue un artista que amaba la vida, que había aprendido a disfrutar de cada detalle, un enamorado de la Belleza -su estímulo, su incentivo, su consuelo-. Un maestro de maestros, provisto de un talento apabullante, arrollador.

Querido Guillermo: “Y seremos como Dioses” es mi libro nuevo, nuestro libro. Lo tomo hoy como un regalo mágico, el último que me hiciste y quiero que se convierta en un verdadero homenaje a tu arte, a tu magia, a tu don de demiurgo, a tu infinita bondad, calidez y ternura. Mi gratitud  nunca podrá ser expresada con palabras. Quizás, con un color: ese Rojo Tiziano que encierra tu apellido.

 

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* Alina Diaconú. Escritora y columnista.