El futuro es asiático” es el título de la brillante obra del académico indio Parag Khanna, publicada en 2019. El autor presenta un recorrido imperdible por diferentes países de Asia, ilustrando con ejemplos concretos el impresionante potencial y la insondable diversidad de este continente. Khanna se ocupa especialmente de demostrar que esta Asia, superpotencia del siglo XXI, es mucho más que China. Por citar sólo algunos datos: en Asia se encuentra más del 60% de la población mundial, más del 40% del PBI y, con China a la cabeza, el continente se ha convertido en el nuevo epicentro de la innovación global. No hace falta agregar mucho más para terminar de justificar la importancia superlativa de Asia en el contexto actual.
Parafraseando a Khanna, los asiáticos se encuentran hoy en una posición única en la historia para definir su propio futuro, tras siglos de opresión por parte de potencias occidentales. Pero lo que más nos importa al resto: también determinarán nuestro futuro. Desde la humilde perspectiva de la Argentina, tenemos que ser conscientes que esta dinámica nos excede y sólo cabe hacer el esfuerzo de comprenderla y tratar de integrarnos eficazmente en ella para sacar el mayor provecho posible.
Casualmente, somos una economía plenamente complementaria con la mayoría de los países asiáticos, comenzando por China, ya consolidada como nuestro segundo socio comercial e importante fuente de inversiones y finanzas. Pero de vuelta tomando a Khanna: Asia tampoco termina allí para nosotros. Por caso, Vietnam, India e Indonesia ya están en el top 10 de nuestros destinos de exportación, básicamente por mera inercia comercial. Y qué decir de verdaderas minipotencias como Japón, Malasia y Corea del Sur, donde la relevancia para la Argentina no sólo es en comercio exterior, sino que también hay grandes posibilidades en materia de inversiones.
Nuestra clase dirigente –política, académica y empresarial– mayoritariamente desconoce y desdeña a estos países. Un poco por ignorancia, otro poco por prejuicios que todavía hay arraigados en nuestro rígido imaginario occidental. Así y todo, la complementariedad y el ascenso de estos países es tan fuerte que, de a poco, nos termina arrastrando. Pensemos cuán diferente sería la situación externa de la Argentina con políticas orientadas deliberadamente a capitalizar esta nueva realidad.
La política exterior a partir de diciembre
Argentina afronta un muy probable cambio de gobierno en diciembre próximo. No caben dudas que cualquier política exterior razonable y consistente debiera tener a Asia como máxima prioridad en materia de relaciones económicas. Esto implicará, entre otras cosas, un profundo rediseño de las estructuras obsoletas del Estado.
Aunque resulte insólito, nuestra Cancillería sigue teniendo un raviol de cuarto nivel llamado “Dirección de Asia y Oceanía”, que con apenas un puñado de funcionarios voluntariosos cubre todo este mundo tan rico, gigantesco, diverso y lleno de oportunidades que es Asia. Una falta de respeto a los contribuyentes argentinos, que financian otras reparticiones bien dotadas de personal, pero inservibles. Y visto desde afuera, también es irrespetuoso hacia los asiáticos, por la forma en que los seguimos minimizando en el marco de nuestras políticas y estructuras administrativas.
En paralelo, hay que llevar a cabo un amplio rediseño de las reparticiones diplomáticas. Dicho en otras palabras, menos embajadas turísticas en Europa y más embajadas plenamente funcionales en Asia, orientadas eminentemente a resultados en materia de comercio e inversión. Esto va a implicar también mejorar nuestra conectividad aérea con la región. Hoy es sumamente limitada y básicamente a través de Europa, desperdiciando la potencialidad de mejores rutas a través de África y el Pacífico, que de paso, nos permitirían afianzar los nexos con esos países de tránsito.
Discusión aparte merece el tema del déficit comercial que tenemos con algunos de estos países y del que tanto se habla, sobre todo en el caso de China. Entre la extensísima lista de fracasos del actual gobierno, figura el hecho de haber llevado el déficit comercial bilateral con China al récord histórico de US$ 9.480 millones en 2022. Mientras algunos culpan a China por esto, no podemos soslayar el hecho que Perú, Brasil, Chile y Uruguay tienen superávit comercial con ese mismo país. Al igual que con la inflación récord, que casualmente esos países tampoco tienen, la culpa es nuestra. La “diplomacia militante” ha hecho estragos muy costosos para el país.
La Argentina debe responder de manera urgente a una serie de interrogantes que surgen al analizar este promisorio escenario, para luego planificar seriamente y obrar en consecuencia. Por empezar: ¿qué lugar y rol esperamos ocupar en el explosivo desarrollo de Asia, nuevo epicentro de la economía y la innovación global? ¿Seguiremos subestimando esta realidad y centrando los esfuerzos diplomáticos en otros temas menores y de dudosa perspectiva, como ser el estancado y a estas alturas anacrónico acuerdo Mercosur-Unión Europea? Alimentos, energía y minería debieran ser los tres grandes pilares para nuestra inserción… ¡Pero mirando hacia Asia en lugar de Europa!
Está claro que esto implicará no sólo un cambio de rumbo político y reformas burocráticas, sino ante todo un cambio cultural en nuestra clase dirigente, algo que no caben dudas será difícil y llevará tiempo. Debemos dejar atrás el sesgo occidental y europeísta propio del siglo XX para pensar la política exterior. Esto será la llave indispensable para poder insertarnos exitosamente en este nuevo mundo del siglo XXI, lleno de oportunidades para la Argentina, situando a Asia como eje. Y eso no significa dejar de ser occidentales, ni mucho menos resignar valores y principios de nuestra cultura. Suficiente con convencernos de que el futuro es definitivamente asiático, para luego planificar y actuar en base a ello, por el bien de los argentinos.
*Director del Observatorio Sino-Argentino. Profesor regular en la Universidad de Zhejiang (China) y en la Universidad Católica Argentina.