OPINIóN
Desafíos

Cuando la violencia de género se vuelve institucional

Hasta que la justicia de nuestro país no aplique la perspectiva necesaria, seguirá siendo una cáscara vacía para muchas mujeres que la necesitan.

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Justicia | cedoc/shutterstock

¿Qué sucede cuando el médico no cura, el bombero no apaga el fuego, el policía no protege, el abogado no defiende y el juez no resuelve? Anomia, anarquía, indefensión. Sucede que volvemos a la ley del talión, en donde sencillamente gana el más fuerte. Fortaleza que no solo se mide en términos de músculos, sino de recursos, dinero y contactos. 

Aún recuerdo como si fuera hoy, a horas de haber radicado la denuncia de violencia contra mi ex marido cuando mi papá me dijo: “hijita, vos ya perdiste”. La primera reacción visceral fue de indignación. ¿Cómo era posible que él -de todos los hombres del planeta- pudiera pensar de semejante manera? Y resulta que tenía razón… Tenía razón porque una lucha, no es tal cuando tu oponente no respeta las más mínimas reglas de combate y los agentes de justicia, encargados de equilibrar la balanza y proteger al más débil, callan.

Justicia. Los funcionarios del poder judicial están alcanzados por la ley de violencia de género sancionada localmente, pero además por compromisos internacionales que son incorporados a nuestra legislación con fuerza de ley. Así, las exigencias del Comité de Eliminación contra la Discriminación contra la Mujer (CEDAW) establece la manda de eliminar prejuicios basados en las jerarquías de género (artículo 5). Asimismo, la Convención de Belém Do Pará incorpora la exigencia de combatir contra todas las formas de violencia contra la mujer, tomando el compromiso de prevenir, sancionar, erradicar; e incluso hace referencia al mandato de debida diligencia (artículo 7). 

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La utilización del enfoque de género en la administración de justicia implica observar los hechos, calificarlos y aplicar sanciones jurídicas teniendo en cuenta las históricas asimetrías de género, de forma tal que las funciones jurisdiccionales se ejerzan despojándose de estereotipos que puedan conducir a decisiones arbitrarias.

El Estado Argentino -pese a haber asumido esos compromisos internacionales y disponer de un Ministerio de la Mujer y una Subsecretaría de Políticas de Género y Diversidad Sexual- sigue manteniendo en sus cargos a jueces que parecieran desconocer el enfoque de género en la administración de justicia, agravando y perpetuando la situación de inferioridad de la mujer.

Prejuicios. Al poco tiempo de comenzar a caminar los tribunales de San Isidro, y ante la primera propuesta de alimentos provisorios ultrajante que hizo mi ex, recuerdo a la jueza en tono desafiante decirme: “aceptá querida, mirá que los alimentos de Nordelta, no son los alimentos judiciales”. Creo que esa mujer, con el desprecio y el desdén con el que me habló, me lastimó más que lo que alguna vez pudo hacerlo mi exmarido. 

En una sola frase cargada de discriminación y de prejuicio, supo trasladar todo el peso de un sistema distorsionado que no está dispuesto para proteger a la víctima, sino por el contrario, para empoderar al abusivo. Así, al día de hoy, casi 7 años después de haber radicado la denuncia de violencia, y de haberme ido de mi casa para protegerme a mí y a mis hijos, todavía no logré hacer efectiva la devolución de mis efectos personales, ni la ridícula suma que le pusieron de multa por la demora a mi ex. 

Lo que es mucho peor, al día de hoy no he logrado recuperar mi casa, pese a haber estado legalmente casada y tener dos hijos menores que están a mi cargo. 

Mis hijos y yo hoy estamos a salvo, ¿pero me pregunto por qué seguimos viviendo en situación de clara desventaja? ¿Será lo celeste de mis ojos, el rubio de la tintura que uso o el lugar dónde viví durante toda mi vida de casada lo que despertó el prejuicio judicial? Lo más grave de todo, es que son mis hijos los que pagan el precio. A ellos les debe protección este sistema miope. La Convención de los Derechos del Niño y nuestro propio Código Civil, entienden que la separación de los padres no debe afectar a los menores a nivel emocional ni económico. Sin embargo, dejan a muchas madres, mendigando justicia.

De no haber sido porque mis padres me criaron como un ser humano de bien, con valores y principios que no quebranto ni pongo a la venta ante el estado de necesidad, de no haber contado con mi familia extensa que salió al auxilio para que a mis hijos no les faltara nada, y de no haber tenido un grupo de amigos, que estuvieron para contenerme y alentarme… hoy tan solo sería la sombra de una mujer que alguna vez quiso ser.

Sistema. Ahora, ¿qué hay de las mujeres que no tienen esa dicha? ¿Qué hay de las tantas mujeres que tal vez no tienen una profesión u oficio? ¿Acaso se supone que debemos dejarlas morir a la sombra de un sistema perverso que revictimiza a la víctima y empodera al abusivo?

Ni una menos. Tenemos que empezar a practicar pensamiento no convencional y a encontrar la manera de arrojar luz sobre estas injusticias para no ser testigos silenciosos de la situación de violencia institucional a la que muchas de nosotras nos vemos sometidas día a día.

Es momento de darnos cuenta de que la violencia de género no respeta credo ni religión, y atraviesa todos los estratos sociales. El común denominador es que nos acompaña la vergüenza. Vergüenza de sentirnos defraudadas por la persona que más quisimos, vergüenza por reconocernos víctimas, por dejarnos convertir en víctimas… Colapsan todos tus sistemas de auto valoración. 

Pero nos levantamos, nos sacudimos y seguimos adelante. Sin embargo, hasta que las personas que ocupan los puestos de decisión, en el marco de su esfera de acción, no comiencen a hacer cumplir el peso de la ley e incorporen el enfoque de género, la justicia, para muchas de nosotras- seguirá siendo una cáscara vacía.

*Abogada.