OPINIóN
Democracia y deporte

Cuidar la cancha

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2021. Por primera vez debió adaptarse el proceso electoral a una votación en pandemia. | xinhua

Desde hace unos años, en la ciencia política se pusieron de moda los estudios sobre los órganos electorales, los procesos de recuento de votos, el funcionamiento de las mesas de votación; en resumen, sobre el conjunto de instituciones y procedimientos que permiten la realización del acto eleccionario. Aprovechando la fiebre mundialista, echo mano a una metáfora futbolística: se trata de los órganos, procesos, instituciones y personas que cuidan el campo de juego y permiten que el partido suceda. Utileros, jardineros, árbitros, alcanza pelotas (¿cómo olvidar el abrazo de Messi con la cocinera de la Selección?), permiten que los jugadores (votantes) salgan a la cancha el domingo, emitan su voto, que su voto se cuente rápido y bien y que en base a ese cómputo se proclame a quienes ganen.

En la Argentina, a la cancha la cuida un conjunto de órganos electorales que constituyen un complejo entramado institucional. Dicho entramado funciona de forma eficiente e ininterrumpida desde hace casi cuatro décadas: la Justicia Electoral Nacional, la Dirección Nacional Electoral, el Comando General Electoral, el Correo Argentino, las provincias y los municipios, todos trabajan codo a codo para que millones de votantes puedan ejercer su derecho al sufragio, con la supervisión de decenas de miles de fiscales de todas las fuerzas políticas y bajo la vigilancia de las organizaciones de la sociedad civil.

Las elecciones de 2021 se realizaron en un contexto inédito. Por primera vez debió adaptarse el proceso electoral a una votación en pandemia para compatibilizar dos derechos fundamentales: el de elegir y ser elegido/a y el derecho a la salud. Desde el Ministerio del Interior trabajamos con los gobiernos provinciales, con el Congreso Nacional, con todas las fuerzas políticas, con la Justicia Electoral Nacional y con las organizaciones de la sociedad civil durante casi dos años para acordar un protocolo de funcionamiento de las mesas de votación.

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Como fruto de ese trabajo, el Ejecutivo envió al Congreso Nacional dos proyectos de ley. El primero permitió mantener con vida las agrupaciones políticas que por el aislamiento no podían realizar las actividades que la ley les exige para mantener la personería jurídica, garantizando la oferta electoral. El segundo modificó el calendario electoral para poder votar en un clima más amable, lo que, sumado a los protocolos sanitarios consensuados, tuvo como resultado que los casos de covid no aumentaran luego de los dos actos electorales.

En cada elección salieron a la cancha unos 24 millones de votantes, más de 200 mil autoridades de mesa y 300 mil fiscales, custodiados por 100 mil efectivos de seguridad, con el esfuerzo de 63 mil trabajadores y trabajadoras del Correo Argentino, quienes distribuyeron el material electoral en los más de 17 mil establecimientos de votación supervisados por miles de funcionarios y funcionarias judiciales y transmitieron los telegramas de cada mesa. El recuento provisional batió récords: en las elecciones de noviembre, se inició la difusión de resultados a las 21, con el 80% de los votos escrutados.

Quienes se encargan de cuidar la cancha son claves para el mantenimiento de la democracia. Sin embargo, su buen desempeño no es suficiente. Escribo estas líneas mientras simpatizantes del ex presidente de Brasil, que viene de perder en elecciones transparentes –jugadas en la misma cancha en la que ganó en 2018–, atacan las sedes de los tres poderes en Brasilia.

Adam Przeworski, en su libro ¿Por qué tomarse la molestia de hacer elecciones?, explica que, en el mundo, entre 1788 y 2008, las personas han votado en unas 3 mil elecciones nacionales. Sin embargo, el cambio de gobierno era poco frecuente: solo una de cada cinco elecciones nacionales tuvo como resultado un cambio de signo político. En la región, la tendencia parece revertirse. Según un relevamiento del politólogo Facundo Cruz, desde la pandemia, de 32 elecciones nacionales en el continente, solo 12 fueron ganadas por los oficialismos. La mayor alternancia, aunque resulte contraintuitivo, no redunda necesariamente en una mayor calidad democrática: el acortamiento de los ciclos políticos puede implicar saltos ideológicos amplios en sociedades polarizadas, lo que trae una alta inestabilidad en el rumbo de las políticas públicas. Los tiempos se acortan, las políticas no terminan de madurar, los resultados no llegan y la insatisfacción se acumula, lo que puede derivar en expresiones antisistema.

Estamos ante un escenario de crecientes tensiones sobre las instituciones democráticas a nivel mundial. La Argentina cuenta con una administración electoral muy confiable, consolidada a través del ejercicio democrático de cuarenta años. La pandemia nos legó una aceitada gimnasia de diálogo político-institucional que será vital para encarar el proceso electoral de este año. Cuidar la cancha se impone por sobre el resultado del partido.

*Politóloga. Diplomática. Exdirectora Nacional Electoral. Red de Politólogas  #NoSinMujeres.